ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


A dos lunas ya

Llegó a su casa tarde, de quedarse trabajando en el despacho. Su mujer ya se había acostado. Sus hijos ya dormían. Sin hacer mucho ruido, se metió en la cocina y abrió la nevera, a ver qué le habían dejado por allí para calentarlo en el microondas y cenar. Y cuando se disponía a tomarse el caldito confortador y la ropa vieja de unas sobras, vio que entraba por la ventana una extraña luz. Una blanca, fría luz. Más fría que el viento que se colaba por las rendijas sin burletes. Como una marea mágica, aquella luz inundaba la cocina. Apagó las bombillas, dejó la cocina a oscuras y comprobó el prodigio que adivinaba: era la luz de la luna llena la que inundaba la parte de la casa que mira al sur.

Y en la oscuridad de la soledad, se acercó entonces a la ventana y la abrió. Y le maravilló el prodigio. Oronda, luminosa, con un brillo radiante, allí arriba estaba la luna. Esta luna llena de febrero sobre la fría noche de Sevilla. Una luna que se reflejaba sobre los tejados, sobre los pretiles de las azoteas, sobre la ladrillería enverdinada por las lluvias. Una luna que pedía a gritos de luminosidad un mar donde reflejarse, un rompeolas donde competir con el espumerío. No era una luna de misterio, de película de miedo, de bruja y crimen. Era una luna alegre, que le trajo de pronto la canción que su madre, cuando niño, cantaba mientras hacia las faenas de la casa: «Mira que alta va la luna/con su carita empolvá,/mírala cómo se ríe,/mírala, qué resalá...» Tenía allí frente, con el frío de la ventana abierta que le cortaba la cara, la luna de tantas coplas. Se acordó de Rocío Jurado: «Me ha dicho la luna/que si no la miras...» Mirándola, recordó la letra de Enrique Llovet para la música de Fernando Moraleda: «Cuando la luna sale,/ sale de noche/un amante la aguarda en cada reja».

Era un amante aguardando a la luna llena. Y sin saber cómo, se acordó de las películas de indios y combois que de chico veía en el Cine Apolo. De la luna sobre las inmensas praderas de diligencias y caballos de los sioux recortados sobre las altas colinas, en las que Gary Cooper y John Wayne desenfundaban más rápidos que nadie. Y de cuando pactaban con el gran jefe indio, ¡ao!, y el de tantas plumas en la cabeza y una lanza por bastón de mando les decía a los combois:

—No matar búfalos en las praderas hasta dentro de dos lunas.

Pensó de pronto que en esta gran reserva india que son los sentimientos de la ciudad. Él también estaba midiendo el tiempo con el mismo almanaque de lunas que los indios del Oeste. Miró la luna llena y, como al jefe indio de las películas, no le hizo falta calendario. Viendo la redonda claridad pensó que faltan exactamente dos lunas. Que estamos a dos lunas llenas de los grandes días del gozo. Irá menguando esta luna de febrero entre papelillos y serpentinas; será nueva cuando ya se sientan los atardeceres más tardíos; volverá a crecer, se hará otra vez grande, oronda, rotunda, brillante, plena, en un marzo de capirotes colgados por la Alcaicería y pancartas de nazarenos en la Puerta Carmona. Y cuando se quiera dar cuenta, tempus fugit, este redondo prodigio de luz alumbrará de nuevo sobre la ciudad noches de tambores y cornetas: la este año tardía luna de abril.

No tienen que decirlo los almanaques. La certeza de esta luz en la noche de febrero le dijo que estamos exactamente a dos lunas de la plenitud del gozo.

Articulos de días anteriores

Ir a página principal (Inicio) de www.antonioburgos.com

 

Para buscar dentro de El RedCuadro

 
    

 

Correo Correo

Clic para ir a la portada

Biografía de Antonio Burgos


 

 

Copyright © 1998 Arco del Postigo S.L. Sevilla, España. 
¿Qué puede encontrar en cada sección de El RedCuadro ?PINCHE AQUI PARA IR AL  "MAPA DE WEB"
 

 

 


 

Página principal-Inicio