ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El árbol del amor

Me gustaría saber qué agente de relaciones públicas le hizo la campaña al azahar para convertirlo no sólo en heraldo de la primavera, sino en símbolo de la certeza de la proximidad de la Semana Santa. Tengo que preguntárselo a Álvaro Pastor Torres, Francisco Robles y Manuel Jesús Roldán, a quienes Rosa G. Perea acaba de editar en Jirones de Azul una magistral «Historia de la Semana Santa sevillana» a la que le debo un próximo artículo, porque el libro está del ca...pirote de bien. Quizá esos autores sepan desde cuándo van unidos en el tópico azahar y presagio de la Semana Santa. Tópico que no debe de ser muy antiguo. Total, tengo entendido que en Sevilla hay tantos naranjos por las calles desde que antes de la Exposición Iberoamericana los regaló a la ciudad el Sánchez Dalp que se labró la casa de la Plaza del Duque que derribaron para levantar el Cortinglés. Más azahar que en Sevilla tiene que haber en Valencia, digo yo, y no he escuchado que la blancura de los naranjos en flor sea símbolo de las Fallas, que también caen por estas fechas. No creo que ante la fragancia del azahar digan en Valencia «ya huele a mascletá» como aquí «ya huele a Semana Santa».

No es que yo tenga nada contra el azahar, que tantos jornales nos da ganados a quienes escribimos en Sevilla. Pero su fama de flor mediática y tópica de la primavera hace que pase inadvertido su verdadero heraldo: el árbol del amor. Sí, el que primero florece en toda Sevilla no es el naranjo, sino el árbol del amor. Concretamente, docena y media de árboles del amor que tengo fijos en plantilla de mi delectación y que están, a saber: en la parte de la Plaza de América que da a Las Delicias, entre el Bar Alfonso y el Bilindo, y frente al Pabellón de Argentina, en la glorieta del caballo de ese Simón Bolívar que parece Ángel Peralta dando la vuelta al ruedo. Esos árboles del amor de las Delicias Viejas, quizá de tiempos del asistente Arjona que las ordenó, son para mí el verdadero anuncio floral de la primavera. Lo que pasa es que el árbol del amor, a pesar de su lírico nombre, no tiene literatura. El árbol del amor no tiene quien le escriba, quien pregone su belleza, con sus hojas en forma de corazón (de ahí su nombre popular), de color fucsia. Color capote de torero. Sí, Sevilla se abre de capote para recibir a la primavera en el fucsia de las flores del árbol del amor.

Que como toda nuestra flora más tradicional, como el jazmín, la palmera, la jacaranda, la buganvilla o el magnolio, es de importación. Cuentan que el árbol del amor, por su color púrpura, era el preferido de los emperadores de Bizancio, que los plantaron en las orillas del Bósforo y aún hoy es el símbolo de Estambul. Su nombre científico es «Cercis siliquastrum», y tiene la particularidad que cada primavera le salen las flores antes que las hojas. El árbol del amor es tan impaciente como los sevillanos ante la primavera. No espera a las hojas para proclamar la alegría de sus flores.

Hace unos días, y a pesar de la fecha, al pasar ante la Plaza de América vi sin una sola flor mis queridos árboles del amor. Me temí lo peor, advirtiendo el negruzco color de sus troncos y ramas. ¿Se habrán secado, los habrán dejado morir? Mi temor era infundado. Ayer volví a pasar ante las rejas de la Plaza de América, y luego ante la estatua ecuestre de Bolívar, y comprobé que, fieles a su cita, los árboles del amor ya estaban floreciendo. Ya estaba abierto el capote de sus flores fucsia para recibir a los días del gozo a portagayola.

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