ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Tres historiadores

Uno, dos y tres, como los tres banderilleros en el redondel del poema de Benítez Carrasco que recitaba Gabriela Ortega: tres historiadores en el redondel. Y qué redondel. El de la «Historia de la Semana Santa sevillana». Es el libro que han escrito a tres manos y presentan esta noche en la Fundación Cruzcampo, con cerveceo y tapeo gratis «hasta completar aforo». Son Álvaro Pastor Torres, Francisco Robles y Manuel Jesús Roldán. Se les nota a chorros que son profesores, por su capacidad didáctica. Algo que ya ocurrió en otra obra de titanes que emprendieron, cual la meritoria Historia de nuestra ciudad que emitieron en Sevilla TV. El esquema de esta Historia de la Semana Santa me recuerda al de aquel serial televisivo: un programa de la asignatura muy bien elaborado y unos esquemas de clase de cada capitulo muy trabajados. O mucho me equivoco, o no había hasta ahora una obra así, como un Manual de Historia, y mira que se publican libros y más libros sobre la Semana Santa. La Semana Santa tiene ya casi más libros que nazarenos. Pero en materia de Historia, no habíamos pasado de los clásicos que todos citan y nadie ha leído, el Bermejo y el González de León, o todo lo más, el compendio que de ambos hace en «Cruz de Guía» el olvidado Manuel Sánchez del Arco.

El libro de Pastor, Robles y Roldán es un buen antídoto contra los que quieren hacernos creer que la Semana Santa la han inventado ellos y existe gracias a ellos. La Semana Santa corre el peligro de olvidarse de sus orígenes, de su evolución, de sus momentos críticos, ante el esplendor de gloria, sevillanos, y, si me apuran, la actual metástasis de lo cofradiero en el tiempo y en el espacio: estas cofradías que invaden todos los ámbitos de la ciudad durante todo el año. A muchos efectos, a la Semana Santa le pasa como al Betis con Lopera. Lopera intentó hacer creer que el Betis no existió hasta que llegó él, que el Betis del Campo del Patronato, de Luis del Sol, de Villamarín, de Pepe Valera o del Chato Moguer nunca existió. Los loperillas cofradieros, desde el podio de su ego, nos quieren ahora hacer creer también que la Semana Santa es cuanto es, desbordada y desbordante, gracias a ellos, que aquí no hubo antes nada. Para estos inventores de la Semana Santa es un buen antídoto el manual de Pastor, Robles y Roldán. Por eso mismo sé que no lo leerán.

Podría citar cien aciertos del libro, como la guasa de Robles, la erudición de Roldán o el toque taurino de Pastor, cual resaltar el poema de «este año estrena/lágrimas de verdad la Macarena». Pero me quedo con dos: los arzobispos y la Memoria Histórica. Por esta Historia sabemos que es una tradición sevillana como otra cualquiera que los arzobispos la tomen con las cofradías y se líen a baculazos con ellas: de Ilundain prohibiendo las saetas, a Segura prohibiendo en las cofradías la presencia de mujeres que luego, lo que son las cosas, impusieron por decreto los arzobispos de las mujeres nazarenas. Y la Memoria Histórica: hombre, por fin hay un libro que dice claramente que San Julian no salió ardiendo porque estuvieran los cables pelados y hubiese un cortocircuito. A todos los de la equidistancia que dicen que San Roque «ardió en 1936» les haría yo leer obligatoriamente esta Historia veraz y ecuánime, donde pone bien claro que a San Julian, en aquella «muy democrática» ola de nacional-ateísmo, le metieron fuego dos «héroes del pueblo»: una maricona a la que le decían «La Pinocha» y otra conocida en el barrio como «La Bizca». ¡Toma Memoria Histórica!

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