ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El amigo del nazareno

Hay un dibujo antológico de Andrés Martínez de León que parece como la plumilla de un capítulo de Antonio Núñez Herrera: el amigo del nazareno. Viene una cofradía de barrio por una ancha calle, por la Ronda quizá, y junto al nazareno aparece su amigo en atuendo como de gente de corral endomingada, dándole charlita. Me he acordado del amigo del nazareno de Martínez de León y de Núñez Herrera al saber del justo homenaje que sevillanos con paladar han organizado en memoria del poeta y crítico teatral Manuel Diez Crespo, al cumplirse los cien años de su nacimiento.
Diez Crespo era un irrenunciable sevillano en Madrid, antes que los agrupara José María del Rey en reunión mensual bajo un cuadro de la Virgen de los Reyes. Díez Crespo llevaba, como su coetáneo y amigo Romero Murube, a Sevilla en los labios. Pero en Madrid, que tiene más mérito. Nunca faltaba por Semana Santa. Era de los sevillanos de la diáspora que Pedro Torres reunía en El Burladero del Hotel Colón cada año, para darles la bienvenida en nombre de la ciudad de sus añoranzas, horas antes de que Perico Chicote saliese de nazareno en La Candelaria y de mercedario en Pasión, Manuel Díez Crespo.
Díez Crespo venía todos los años con otro sevillano profeso, con protestación de fe en su ciudad, demostrada en los Madriles: con Antonio Lopera López de Priego, el hotelero que fue director del Alfonso XIII y fundador del Villamagna y del Puente Romano, el que tiene tanta gracia que pone en las tarjetas, bajo su apellido: "Nada que ver con el del Betis". Lopera y Díez Crespo, muchas veces con Perico Chicote, callejeaban por la ciudad en flor, viendo cofradías. Y cuando el Jueves Santo salía Díez Crespo como maniguetero de la Virgen de la Merced con su hermandad de Pasión, Lopera era el amigo de aquel nazareno vestido con el privilegio de la blanca túnica de mercedario. Pasó el tiempo, fueron muriendo todos aquellos sevillanos en Madrid, y sólo Lopera y Díez Crespo siguieron fieles a la anual cita. Le iban mal las cosas a Diez Crespo, y apenas tenía dinero para venir a su Sevilla. Con una gran elegancia, su amigo Antonio Lopera lo traía en su coche y le dejaba pagada la habitación de hotel. Juntos, como dos chavales, seguían yendo a ver cofradías, a cometer la suprema travesura de arrancar una rama de azahar esperando a la de Santa Cruz en Molviedro.
Díez Crespo ya murió, y todos los Viernes Santos me acuerdo de su memoria y de la del fotógrafo Luis Arenas cuando pasa el Cachorro por nuestra Universidad Pontificia, por el Puente de Triana. Antonio Lopera siguió viniendo. Desde 1939 que volvió del frente, han sido 72 años sin faltar a Sevilla una sola Semana Santa. Este año ya no podrá. A sus 90 años, sus piernas y su columna se lo impiden. Apenas puede salir de su casa para ir a misa. El amigo del maniguetero sentirá en Madrid la misma madrugada del destierro que Rafael Montesinos. Lopera me ha escrito. Qué penita da leer su letra en el papel timbrado: "Adjunto te envío "Er Pograma" de la Semana Santa que me espera en mi parroquia del barrio de Salamanca". Y leo el cartelillo parroquial que me manda, y escucho redoblar los tambores de la tristeza del destierro: "19 de abril, Martes Santo, Unción de los Enfermos; 20 de abril, Miércoles Santo, Sacramento de la Reconciliación; 21 de abril, Jueves Santo, Santa Cena del Señor..." La tuya, querido Antonio Lopera, sí que va a ser este año una verdadera estación de penitencia.

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