ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO
El
suegro de Arenas
Aquel caballerazo, médico militar del Ejército
del Aire, concejal del Ayuntamiento de Sevilla, en el que se
ocupó de delegaciones de Sanidad y Asistencia Social durante
los últimos años de la dictadura, se llamaba don Vicente
Romero Pérez de León. En su labor como médico militar fue,
entre otros destinos, jefe de los Servicios de Sanidad de la
III Región Aérea. Aparte de su profesión médica y de su
actividad militar, fue pionero de la creación de
organizaciones para protección de los niños subnormales,
fundando la asociación Aturem. Este onubense de Zalamea
tenía un humilde origen y gran mérito en su dedicación a los
demás. El aprecio por don Vicente Romero me lo transmitió mi
padre, que fue su compañero de corporación municipal
sevillana. Mi madre, igualmente, que le cogió un gran afecto
al coincidir en actos oficiales, me hablaba excelencias de
don Vicente Romero.
Vino la bendita democracia, llegó al Ayuntamiento de
Sevilla, que se renovó en las urnas en una transición de
libro que hizo el alcalde Parias Merry, y don Vicente
Romero, como ya era alguien y persona antes de llegar a la
política, volvió a su trabajo como médico militar. Pocos
sabían entonces lo más noticiero de don Vicente: su hija
Carmen se había casado con un muchachito abogadete, metido
en líos de la política extramuros del régimen, Felipe
González Márquez. Cuya fama y fortuna políticas, como niño
bonito de los Estados Unidos y de la República Federal
Alemania para una transición sin sobresaltos en España,
pronto empezaron a ser conocidas, a partir de su elección
como "Isidoro" y su irresistible ascensión. Sin comerlo ni
beberlo, Don Vicente Romero dejó ser el padre de Carmen
Romero para convertirse en el suegro de Felipe González. Una
mañana me lo encontré en la central de Telefónica en la
Plaza Nueva. Iba con su uniforme de coronel de Sanidad del
Aire. Lo saludé, y al preguntarle cómo estaba, me respondió
con un profundo tono de tristeza:
-- Pues aquí me tienes: de suegro de Felipe González.
Con todo lo que había sido y era, en tal lo habían dejado
las caricaturas de España. Y eso que cuando hablaban de don
Vicente Romero era para bien y no para levantarle calumnias.
No le pasaba como en nuestros días a otro caballerazo, a don
Manuel Olivencia Ruiz, catedrático de Derecho Mercantil,
académico de Jurisprudencia y vicedirector de la Sevillana
de Buenas Letras, maestrante de Ronda, gran cruz de San
Raimundo de Peñafort. En resumen: lo máximo se puede ser en
el Derecho, una eminencia en lo suyo. Gracias a su labor en
la Comisión de Codificación y a su autoridad en Derecho
Concursal, todos hemos aprendido que ya no se presentan
suspensiones de pagos, que los que pegan el barquinazo
entran en concurso de acreedores. Y Olivencia ha sido,
además, lo más desprendido que se ha podido hacer en la
política, desde subsecretario de Educación en la transición
a comisario de la Expo de Sevilla del 92, donde hizo una
raya en el agua del Guadalquivir: dimitió cuando comprobó
que aquello lo habían convertido en una mangoleta
institucionalizada, y dijo el insólito "Ea, señores, pues ya
estoy yo en mi casa". La honradez a Olivencia no se le
supone, la tiene más que probada. Bueno, pues en las
caricaturas de España, al profesor Olivencia, siendo cuanto
es, unos mal nacidos han intentado dejarlo reducido a suegro
de Javier Arenas. Y encima con un fondo de EREs. Por eso me
he acordado de don Vicente Romero. Seguro que si le pregunto
a Olivencia cómo está, con su retranca rondeña me dirá:
-- Pues aquí me tienes, intentado que estos tíos no me
degraden a suegro de Javier Arenas.
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