ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO
Sortija
para Antoñita Moreno
La casa de La Puebla del Río donde nació
Antoñita Moreno ya no existe. La derribaron. Era la casa
cuartel de la Guardia Civil. Por eso hoy, que La Puebla le
dedica un merecido homenaje, le van a poner su nombre a una
callecita que está al lado. Se merece Antoñita Moreno ese
homenaje, y más. Ahora que acaba de pasar la Semana Santa
habré de decir que sólo como saetera se merece un lugar en
la historia del cante. Las viejas cofradías sevillanas, a
las que empezó a cantar de niña, lo saben. Hay muchos
balcones unidos al recuerdo de una saeta de Antoñita Moreno.
Yo recuerdo especialmente unas saetas suyas en la Casa de
Pilatos, en aquel curso interdisciplinar sobre la Semana
Santa que organizamos para la Universidad Menéndez Pelayo, y
cuya clausura fueron unas marchas de la Banda de Soria 9
unas saetas de Antoñita Moreno, que llegó del brazo de su
paisano el poeta Daniel Pineda Novo. Y luego, la dignidad
personal de Antoñita Moreno, su señorío, en un género de
tantas corraleras que por mucho dinero que hayan ganado y
mucho mundo que hayan corrido, no se les ha pegado nada, y
siguen más ordinarias todavía que cuando eran vecindonas de
patio. En ese mundo de las folklóricas que han acabado en el
triste "de mostrador en mostrador" de los platós de
televisión, como mercaderes de su propia decadencia,
Antoñita Moreno guardó siempre una elegantísima distancia.
No se le conocen escándalos ni trapos sucios. Incluso cuando
la canción andaluza volvió a estar de moda, mantuvo esas
distancias, sin entrar en las rebullascas al uso.
Y sus canciones. Toda una época. Desde aquella canción
primera de sus éxitos, la que le escribieron Ramón Perelló y
el Maestro Monreal en homenaje a Julio Romero de Torres,
"Puentecito, puentecito, puente de San Rafael". En Puerto
Rico, por las Pascuas, he escuchado esa canción con la letra
cambiada, a modo de popurrí, como tema de Navidad:
"Arbolito, arbolito, árbol de la Navidad". Tanta fue la fama
de esa canción, tan lejos llegaron las coplas de Antoñita. Y
del muy picarón "Cordón de mi corpiño" que le escribió el
gaditano Salvador Guerrero con música del cordobés Carlos
Castellano, ni hablo. Como tampoco hay que citar, por
sabido, su otro gran éxito, la "Sortija de oro", que no
hicieron los moros, sino Ochaíta, Valerio y Solano.
Yo, que de niño cantaba el "Puentecito" que me habían
enseñado las criadas, sin saber que era de Antoñita Moreno,
tomo ahora esta Sortija de Papel para entregársela en su
homenaje de La Puebla. La canción andaluza se le quedó chica
y montó por su cuenta unos unipersonales Coros y Danzas, sin
necesidad de la Sección Femenina, como unos Festivales de
España. Otras cantantes eran folklóricas, en el peor sentido
de la palabra; Antoñita Moreno fue folklorista, en el
sentido de Demófilo. Como en una larga "Carretera de
Asturias", recopiló y puso en valor canciones de toda
España. Cantó en todas las lenguas peninsulares, cuando ni
estaba de moda ni era políticamente correcto, que tiene
mucho más mérito: de "La santa espina" en catalán a "Negra
sombra" en gallego. Divulgó esas canciones en sus
innumerables espectáculos, en sus películas. Recorrió con
ellas el mundo. Hasta le presentaron una tarde en La Habana
a un muchacho abogado que ya apuntaba maneras y que se
llamaba Fidel Castro. A Antoñita Moreno le sorprendió lo
guapo que era. Lástima que Fidel Castro no se enamorara del
picarón cordón del corpiño de Antoñita Moreno. Quizá los
cubanos se habrían ahorrado el horror de la dictadura de
aquel abogado habanero, tan guapo.
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Biografía de Antonio Burgos