ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Progresistas

SERÁ que estamos curados de espanto o será que tenemos ya embotada nuestra capacidad de asombro, pero en los últimos días, y en torno a la polémica sobre si los terroristas asesinos deben o no concurrir como tales a las elecciones, hemos asistido como lo más natural del mundo al triste espectáculo de la presentación divisoria de los jueces en progresistas y conservadores. Lo más sorprendente es que esto ya no sorprende a nadie. Admitimos que haya jueces progresistas y jueces conservadores como si fueran merengues o culés, partidarios del jamón o de la caña de lomo, hermanos de la Esperanza de Triana o de la Esperanza de la Macarena. Admitimos que la independencia de la Justicia es una entelequia, pues los jueces actúan según el mandato de su ideología, cuando no del partido que los ha puesto en el cargo que desempeñan, que cuanto más alto, en el Supremo o en el Constitucional, más dedazo de cuotas en este repugnante (des)orden de cosas.

Y me sorprende más todavía que la Justicia sea la única parcela de la Administración del Estado donde admitamos esta politización tan descarada. Gracias a Dios, en las Jefaturas de Tráfico aún no hay examinadores para el carné de conducir progresistas y examinadores para el carné de conducir conservadores. Lo cual, a lo mejor, sería una buena excusa para las autoescuelas cuando suspenden a un alumno. El profesor de la autoescuela le podría decir:

—Es que ha tenido usted la mala suerte de que las tres veces le ha caído un examinador conservador, y como sabe que usted es votante del PSOE...

Esta falta de independencia de los jueces que admitimos como un fenómeno natural e inevitable, como un tormentón de alerta amarilla o una ola de calor de las que palman los jubilados por colleras, es como si viéramos como lo más natural del mundo que hubiera inspectores de Hacienda progresistas e inspectores de Hacienda conservadores. Lo cual también sería una buena coartada para los defraudadores tras una inspección de la Agencia Tributaria:

—No, cuando vi que me había tocado un inspector de Hacienda progresista comprendí que no me libraba del multazo, porque, claro, como sabe que yo soy del PP...

Todo es tan contra natura como si viéramos como normal la existencia de notarios progresistas y notarios conservadores, o registradores de la propiedad conservadores y registradores de la propiedad progresistas que estuviesen contra la propiedad privada y que más que inscribir fincas urbanas o rústicas en el Catastro, lo que les gustaría de verdad fuese expropiarlas y colectivizarlas. Algo de esto, de expropiación de la Justicia y de colectivización de los disparates jurídicos, hay en esa dicotomía repugnante entre una cúpula de una judicatura que no sé por qué, en vez de toga, no lleva directamente la pegatina del PP o del PSOE en la solapa, como los interventores y apoderados en las mesas electorales en jornada de votación.

Pero quizá todo esto que estoy cavilando sea tontería mía, que no comprendo nada, y que lo más democrático sea esa administración de la Justicia según mandan los partidos que dan el cargo y a la que llaman «sensibilidad». Simplemente ruego en tal caso que a las representaciones simbólicas de la Justicia, aunque le dejen la balanza, le quiten la venda en los ojos. Aquí verdaderamente no tienen ya venda en los ojos más que los caballos de los picadores.

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