ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El primer cascabeleo

 

Un año más constato que, como el coronel de García Márquez, la Feria no tiene quien le escriba. Bueno, sí, de la Feria escribió Bécquer, y Chaves Nogales, y escribieron todos los clásicos de la teoría de la ciudad. Pero poco. Cernuda, Cernuda es el que me parece que no escribió ni una sola línea de la Feria. Me encantaría equivocarme y poder citar un poema en clave sevillana, como sus tan citados versos de la luna de Semana Santa, que es lo menos cursi y lo más hondo y clásico que se ha escrito sobre la tópica luna del Parasceve, que dices eso y es una cursilada, pero hablas en cambio de la luna llena de la primavera sobre los naranjos en flor, y medio es literatura.

La Feria no ha movido la memoria y los sentimientos literarios de los escritores de Sevilla. Están, sí, las evocaciones de calles del Infierno de la niñez de Rafael Laffón en «La Sevilla del Buen Recuerdo», pero no tuvo nunca la Feria su Núñez Herrera, nadie que dijera que la portada se alza en el Real como si nunca se hubiera levantado y esas cosas. La Feria es el espacio, parece que no cuenta en el tiempo en nuestros brazos que, como en el verso final de la Epístola Moral, ha movido toda la literatura de Semana Santa.

Sin que sea sentimiento extendido, la Feria también es la afirmación de un sueño, de una nostalgia, una idealización de la ciudad. Ya dije que a nadie del Ayuntamiento se le ocurre cometer contra la Feria las barbaridades y perrerías que han perpetrado contra Sevilla. La Ciudad Efímera es más permanente que la Sevilla Eterna que se han cargado. La Feria ha cambiado bastante menos que la Puerta Jerez, un poner. O que la Avenida. O que la misma calle Asunción que conduce a ella. Pasas por esa Asunción disfrazada de calle alemana, llena de bares y de veladores, y no la reconoces. Mientras que entras en la Feria y son las casetas de siempre, los farolillos de siempre. A ningún cretino del Ayuntamiento se le ha ocurrido poner farolillos de bajo consumo. A ninguno se le ha pasado por la imaginación aplicar a la Feria las chuminás de La Carlota de la movilidad y la sostenibilidad. En la Feria no se han atrevido a poner el carril bici. Las calles de la Feria son las únicas que estos tíos no han estrechado. Con la Feria no han cometido las perrerías que han hecho contra la calle San Jacinto. A la Feria no la han desnaturalizado como a La Alameda o a la Plaza del Pan.

La Feria es una Sevilla tan soñada como la de Semana Santa, pero sin literatura y sin repeluco al escuchar una marcha y ver la cara de una Virgen. A la Feria la han salvado los cascabeles de los coches de caballos. Siempre hablamos de la emoción del primer nazareno que a todos nos devuelve a la infancia. Pero la misma emoción sentimos cuando oímos el primer cascabeleo de un coche de caballos camino de la Feria, con sus borlajes del enganche a la calesera y el acompasado trotar del tronco o de la media potencia. Como no sabemos dónde vamos a ver el primer nazareno, tampoco cuándo escucharemos el primer cascabeleo de la Feria que salva a Sevilla de su mediocridad y nos hace ensoñarla como la ciudad deseada.

Como ahora el primer nazareno que vemos es siempre el de una cofradía de vísperas, en la culminación de la impaciencia de la novelería sevillana, el primer cascabeleo campero y antiguo lo oímos ahora siempre el domingo antes de Feria: lo oímos ayer, con un coche de caballos camino de la exhibición de enganches en la Plazalostoros.

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