ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La Ciudad Efímera

Fue un ya lejano febrero. Leí un lunes, recién terminado el Carnaval, un ingenioso artículo en Diario de Cádiz, cuyo autor lamento no recordar, con lo que me gusta reconocer los méritos ajenos por sus propios nombres. El articulista venía a decir: ahora es cuando comienza el verdadero Carnaval. Por recordarlo con agrupaciones de la final de este año, decía: el Joaquín Pamplina dejará de ser un cantautor de la Plaza Mina y se pasará el resto del año disfrazado de parado. El currelante irá de albañil en el andamio donde tan difícil está el currelo. La fruta rica y madura retornará a su Pelotazo en Canal Sur Radio. Los que cogieron el mono Amedio y lo quitaron de enmedio se volverán a poner el mono de Astilleros... Y así iba el artículo pasando revista a todos los tipos, para devolverlos a la realidad, en un «todo el año es Carnaval» al revés.

Hoy, que es el bien difunto Lunes de Resaca, pienso algo igual sobre Sevilla. Dicen que anoche, cuando se apagó la última bombilla y quedó sin luz el último farolillo; cuando se cogió la última papa muy simpática y el último niño lloró porque no lo montaron en otro cacharrito más, se acabó la Feria, la que llaman Ciudad Efímera. No lo creo. La que terminó ayer fue la única e inalterada Ciudad Eterna que nos queda. La Ciudad Efímera de verdad es la que comienza hoy y durará hasta la próxima Feria.

Antes a la Feria se le decía La Ciudad Efímera, que parece por cierto el título de un libro de poemas o de una novela exquisita. Decían que la Feria era una ciudad que duraba sólo cinco días, de lona, provisional, donde todo cambiaba. Por oposición, en los duales de Sevilla, a la Ciudad Eterna, la que permanecía intocable, siempre igual a sí misma, Sevilla siempre pareciéndose a Sevilla. Ahora es al revés. Ahora la verdadera y cambiante Ciudad Efímera es Sevilla misma. Y la Ciudad Eterna, la que no cambia, la que todos respetan, de la que todos se sienten orgullosos tal como es, como la rosa del poema de Juan Ramón, «no la toques más», es la Feria. En la Feria hay una decidida voluntad de tradición sin mezcla de mal alguno de la modernidad. No han puesto a los caballistas en vaqueros y con polo Ralph Lauren porque vayan más fresquitos: siguen conservando la guayabera y el calzón campero de blancas vueltas con caireles. Lina no ha osado inventar la minifalda de flamenca, ni van las chavalas con zapatos MBT porque sean más cómodos para bailar sevillanas. En las casetas se siguen guardando de año en año las sillas y mesas estilo sevillano, sin que a nadie se le haya ocurrido poner muebles de Ikea. Las propias casetas siguen siendo como siempre fueron, tal como Gustavo Bacarisas diseñó sus módulos en 1919, y no han llamado a ningún arquitecto moderno para que haga con la Feria como quieren con las Atarazanas y plante sobre las casetas un restaurante para alquilarlo a Juan Robles. Ni han puesto unas Setas o un Antiquarium con los restos de Ybarra y Bonaplata.

La Feria tiene una decidida voluntad de seguir siendo la Sevilla de siempre, y no hay quien se atreva a ponerle la mano encima. Por eso digo que la verdadera Ciudad Efímera es Sevilla y durante todo el resto del año. Esto sí que es una toqueteada Ciudad Efímera. De aquella Puerta Jerez que no era un muestrario de farolas, ¿qué se hizo? ¿Dónde está la Alameda de Hércules de los cantes de Pastora y del baile de La Malena? ¿Dónde la calle San Jacinto anterior a esta Triana Efímera que no la conocen ya ni Justa ni Rufina? Veremos a ver cuál es la próxima barbaridad que cometen contra la que han dejado como volandera y cambiante Ciudad Efímera...

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