ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Manzanares

Menos mal que aquel banderillero alicantino se puso de nombre artístico Pepe Manzanares. Y que su hijo José María, matador de toros, continuó con el dinástico, fluvial sobrenombre. Que heredó su nieto, también torero. Si no, a estas horas la afición estaría hablando de José María Dolls Samper. Y ese nombre es lo menos torero que se despacha. Tú dices José María Dolls Samper, y más que del triunfador de la Feria de Sevilla parece que estás hablando de un inculpado que va en las listas de Camps por Valencia, a pesar de estar implicado en un asunto de talla 50 en la planta de confección de caballeros.

Menos el premio Ateneo de Novela y el premio de la cucaña de la Velá de Santa Ana, todos los galardones de Sevilla se los han dado a José María Dolls Samper, digo, a José María Manzanares. Yo también le doy mi premio, a lo Juan Palomo, co-mo los otorgaba don Manuel Halcón. Mi maestro, harto de las componendas de los concursos literarios, decidió crear un premio, pagarlo de su bolsillo y dárselo al amigo que le salía de las narices (por no decir de los cojones). Yo le doy mi premio Juan Palomo a Manzanares. Total, ¿no se juntan cuatro amiguetes de la tertulia de un bar y crean unos premios taurinos con el exclusivo fin de salir retratados con Manzanares cuando le entreguen el galardón, y que de paso le hagan la propaganda gratis al establecimiento? Pues aunque yo no soy ni un bar, ni un restaurante, ni un hotel, ni un gimnasio, ni unos grandes almacenes, también me sale de la almohadilla darle mi premio taurino a Manzanares.

¿Por qué? ¿Porque ha indultado a «Arrojado», el toro de vuelta al ruedo de Núñez del Cuvillo? No: porque Manzanares ha indultado a la Fiesta Nacional de su monotonía, de su encierro en sí misma, del acobardamiento de catacumbas ante sus enemigos. Manzanares ha logrado con el toro de Nuñez del Cuvillo lo que no consiguió la afición con la Fiesta Nacional en Cataluña: el indulto. Dicen que esto del indulto del toro de Cuvillo es muy bueno para la Fiesta. No sé. De momento es no sólo bueno, sino maravilloso, para la cuenta de resultados de la ganadería del señor Núñez del Cuvillo y de su hijo, el señor Núñez Benjumea. No me refiero al polémico indulto, entre otras cosas porque Manzanares no cumplió con el rito de que, tras el pañuelo naranja, fingiese la ejecución de la suerte suprema con una banderilla. Me refiero a Manzanares como mito de masas, a su tirón popular. Hablo de su «glamour», que dirían sus partidarias Nati Abascal y Cari Lapique. Hombre, ya era hora de que los no aficionados se interesaran por un torero de verdad y no por uno que no tiene más mérito que ser guaperas y que anunciar relojes, coches, colonias y lo que haga falta. Ya era hora de que los diestros que traspasan las candilejas de las plazas no fueran toreros de quinta, una manta de catetos que van contando por los platós líos de familia. Cuando lo saquen en la portada del «Vanity Fair» o del «Vogue», con Manzanares saldrá su toreo de verdad.

El 1º de mayo del 2006, José María Manzanares hijo le cortó la coleta a José María Manzanares padre en la plaza de Sevilla. Faltaba un año para que naciera en la finca «El Grullo» de Vejer un becerro al que herraron con el número 217 y le pusieron de nombre «Arrojado». No sabíamos entonces que aquel muchacho con carita así como achinada, de peruano simpapeles, iba a romper y a cuajar en tan gran torero. No es Dolls Samper. No es Manzanares. Como le dije a Andrés Amorós, es Guadalquivir y va entre naranjos y olivos camino de la gloria de la verdad del toreo.

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