ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


230 árboles en El Prado

Qué lástima que la decisión del Supremo que paraliza la malhadada Biblioteca Universitaria del Prado no haya sido unos días antes, cuando la Hermandad del Rocío de Triana aún celebraba su novena, porque así, cuando se hubiera oído en el cielo de Sevilla el estallido de los cohetes, hubiésemos creído que era por esa sentencia.

Al leer que el Supremo confirmaba la ilegalidad de esa barbaridad que perpetraron al alimón el Ayuntamiento Social-Comunista y una Universidad Hispalense que por lo visto quería echarle la pata en progre a la Pablo de Olavide, que como saben es la Universidad del Régimen... Al leer que el Supremo confirmaba la ilegalidad de las obras en las que Universidad y Ayuntamiento se habían emperrado y emperruzado, y mandaba demoler lo absurdamente construido, al grito de «¡Jornal para Pavón el Derribista!», y dejar los jardines tal como estaban antes que los talaran estos tíos de la dendrofobia hispalense, yo me he acordado de la que nos hemos quitado de encima. ¿Recuerdan la soberbia con que el rector y el alcalde seguían con las obras, a pesar de las protestas de los vecinos, en aquella Sevilla del No Passssa Nada?

Y me he acordado de la Torre Pelli. ¿Cuándo querrá el Dios del cielo que pretende rascar esa torre tan absurda como innecesaria que sean detenidas esas obras, que continúan con nocturnidad y alevosía, como si no hubiera habido cambio político en el Ayuntamiento? Pasé la otra tarde por la Torre Pelli camino de la entrega del premio Manuel Ramírez en ABC, y aunque ya era medio de noche seguían allí los albañiles, dale que te pego. ¿Está Sevilla para esos lujos? ¿Lo está Cajasol, si dicen que el Banco de España tuvo que inyectarle en vena 1.000 millones de euros para que se pudiera fusionar con Cajasur? Según dijo Jacobo Cortines en nombre de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras en una mesa redonda, este absurdo problema en forma de torre costará 50.000 millones de pesetas. ¡La riqueza y los puestos de trabajo que crearían esos 50.000 millones si Cajasol los repartiera en créditos a los pequeños empresarios y a los autónomos! ¿Y para qué construir más metros cuadrados de oficinas, con la de ellas vacías que hay en Sevilla?

Pero con la paralización en buena hora de la absurda y arboricida Biblioteca del Prado me he acordado, sobre todo, de un gran sevillano. Al primero que escuché alzarse contra esa barbaridad. Un vecino de esa zona que se llamaba Antonio Abascal Romero de Toro. Muchas tardes, cuando Sevilla guardaba silencio, Antonio Abascal me llamaba para transmitirme su indignación por la tropelía en forma de biblioteca. La voz y la inquietud ciudadana de Antonio Abascal prendieron pronto, y de su iniciativa vinieron las vecinales que legalmente han llevado a esta paralización. Y, lo que son las cosas, a aquel Antonio Abascal fuerte como un roble, que había sido un gran deportista y pívot del Sevilla F. C. de baloncesto, le detectaron una enfermedad incurable. Admiraba en aquellos días la doble lucha de Abascal: contra la enfermedad y contra la tropelía urbanística del Prado. Meses después, la enfermedad se lo llevaba. Ahora me he acordado de él. ¡Lo satisfecho que hubiera estado Antonio Abascal al comprobar que la acción de los vecinos había salido triunfadora! Por eso, como los talados 230 árboles deben ser repuestos según la sentencia, sugiero que un azulejo recuerde en ellos a Antonio Abascal, aquel gran sevillano que levantó la voz de sus vecinos contra la Biblioteca del Prado, pero que no ha conocido, oh muerte, su victoria.

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