ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Un taxi de Londres

Parece escapado de un poema ultraísta de Rafael Lasso de la Vega, o de aquella evocación futura de Sevilla que escribió Rafael Montesinos cuando imaginó cómo sería la ciudad que le levantaría un monumento, el monumento que no llegó más que en forma de placa rotuladora de los jardines de «Los años irreparables», a la orilla del río, muy cerca de su casa de la calle Reyes Católicos, la que compró el restaurador Enrique Fernández, madrileño enamorado de Sevilla, y que conservó en el garaje hasta las herramientas del coche que el padre del poeta tenía para ir a Tarazona.

Parece una broma antigua de los concurdáneos del Marqués de las Cabriolas en la Peña Er 77, una crónica guasona de Galerín en «El Liberal», o un poema satírico de Don Cecilio de Triana, el abuelo de Carmen Sevilla, en «El Noticiero Sevillano».

Parece que van rodar una película en la Plaza Nueva, como aquella última que hicieron con tanto despliegue como fracaso de taquilla, y en la que sacaron a Sevilla disfrazada de Pamplona por San Fermín, y que no sirvió más que para que Tom Cruise se diera el gustazo de pasar en moto a toda leche por la Avenida sin que lo multaran los guardias, o para que mi hermana Fina le vendiera a la niña Sari Cruise en Calzados Catedral unos zapatos de flamenca, de lunares, con taconcitos.

Y aunque parezca todo esto, nadie sabe en realidad qué hace el taxi de Londres aparcado perennemente a la puerta del Hotel Inglaterra, con el escudo del establecimiento de la familia Otero estampado en sus dos costeros. Por mucho que he preguntado, nadie ha visto nunca arrancar al taxi de Londres del Hotel Inglaterra, que está mucho más parado allí que su vecino el caballo de San Fernando, y eso que no es de bronce, sino de chapa buena, buena, buena, como tienen todos los fantásticos y espaciosos taxis de Londres, donde hasta podría entrar con la mantilla puesta la madrina de una boda civil de las que oficia Mercedes de Pablos en el cercano Salón Colón del Ayuntamiento.

Y nadie ha visto nunca tampoco llegar a la Plaza Nueva al taxi de Londres dejando viajeros en el Inglaterra, como aquellas viejas ripas o jardineras de mulas que traían desde la estación de la Plaza de Armas (MZA) o de San Bernardo (Ferrocarriles Andaluces) a los huéspedes que cogían a lazo los voceros de los hoteles y pensiones que había a pie de tren cuando llegaban el expreso de Madrid o el rápido de Cádiz.

Y nadie ha visto salir nunca al taxi de Londres hacia el aeropuerto, o hacia Santa Justa, tras montar las maletas en ese sitio libre junto al conductor que tienen los maravillosos taxis ingleses para llevar los equipajes cómodamente.

Será un símbolo. Pero tampoco acierto a saber de qué. Quizá de esta Sevilla que no se mueve, que cuesta tanto trabajo hacer avanzar, la Sevilla de los apalancados en los cargos, de los falsos prestigios que mantiene más que nada la falta de curiosidad y la indolencia.

Mi Ford Focus de pedales le tiene tiña y envidia al taxi de Londres de la Plaza Nueva. No lo multan por aparcar allí, se pasa las horas sin que ningún guardia le ponga el rosáceo boletín de denuncia, no tiene que sacar tique de zona azul, ni que exhibir el cartelito de residente o de que tiene un garaje en el centro para que no le caiga la del tigre por estar allí más de 90 minutos.

Menos mal que ahora que Zoido va a derogar el Plan Centro todos los coches se darán el gustazo de parecerse en algo al taxi de Londres de la Plaza Nueva.

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