ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Juan Fernández

A la vuelta de los baños paso por Ramón de Carranza, frente a la Feria, y veo que como el problema más importante que tenía Sevilla era el nombre de las calles del régimen anterior, el Ayuntamiento saliente (que dejó a la Casa Grande sin un duro) se apresuró a cambiar ese rótulo por el de «Flota de Indias», ¡toma ya! Y paso por Carrero Blanco, por la avenida que siempre será Carrero Blanco, y veo que con las mismas prisas del Ayuntamiento anterior por derrocar al régimen ídem, ya no es Carrero Blanco, sino Adolfo Suárez. Pero sólo en los azulejos. Carrero Blanco será siempre Carrero Blanco, como la Puerta Jerez fue siempre la Puerta Jerez y nunca Plaza de Calvo Sotelo.

Y paso en cambio por La Juncal, y veo gozosamente que la Avenida Alcalde Juan Fernández sigue siendo Avenida Alcalde Juan Fernández. Menos mal que nadie se atrevió a quitarle el nombre de aquel gran médico y sevillano de la sociedad civil que rigió la ciudad de noviembre de 1969 a mayo de 1975, y que murió el pasado julio, sin que yo le dedicara su gorigori de reglamento por culpa del veraneo de antología que me estaba pegando. Y es raro que no le quitaran el nombre a su calle, porque fue Carrero Blanco en persona quien convenció a Juan Fernández, que estaba tan tranquilito en su consulta y en su casa, para que fuera alcalde. Lo de Juan Fernández, dicho con palabras de hoy, fue la participación de la sociedad civil en la tarea pública. Juan Fernández no tenía nada que ver con la Falange, ni con el Régimen, ni con el Movimiento, más que con su profesión médica y su familia. En todo caso, tenía que ver, y mucho, con su hermandad de Pasión. Pero Carrero Blanco, en una de sus visitas a Sevilla para ver a su hija Carmen, y me parece que en la Hacienda Gelo, lo convenció para que aceptara suceder en la Alcaldía a otro gran olvidado, a Félix Moreno de la Cova.

Cuando Juan Fernández era alcalde, que es cuando tenía mérito, yo me metía mucho con él por el nombre que usaba, más largo que un día sin pan, y que ahora, ay, he visto en la esquela de su funeral: don Juan Fernández Rodríguez y García del Busto. «Y de los grandes expresos europeos», añadía yo de coña. Bueno, pues con apellido largo o como ha quedado en la memoria sevillana del callejero, Juan Fernández a secas, fue un alcalde algo así como siete mil millones de veces mejor que Monteseirín, aunque no pasara por las urnas. A su muerte, se ha dado como una caricatura de su gestión, joé, parecía que fue sólo un capillita de Pasión feriante y futbolero. Cuando don Juan Fernández hizo de Sevilla una de las ciudades mejor iluminadas de España y pavimentó en dos años 1.500 calles, su famosa «marea negra». Inició los trabajos del Metro, sin tanto cuento como ahora; llenó Sevilla de fuentes; inauguró para Emasesa el pantano de Aracena; creó el Trofeo Ciudad de Sevilla; hizo el Parque de los Príncipes; trasladó los Juzgados al Prado; abrió multitud de colegios nacionales, y trasladó la Feria a Los Remedios. Y aparte de eso, les hizo justicia a los costaleros profesionales, a los que tributó el solemne homenaje de la ciudad en el Salón Colón.

Con razón los incapaces que han regido últimamente el Ayuntamiento ni se atrevieron a tocar el nombre de la avenida dedicada a tan gran y efectivo alcalde. Que era, además, todo un caballero y lo siguió siendo hasta sus últimos días. Aún recuerdo su cariñoso saludo muchas tardes de domingo, en el José Luis de la Plaza de Cuba, cuando iba a almorzar allí en amor y compaña con su mujer, la sanluqueña Isabel Argüeso. Así que cuando pasen por la Avenida Alcalde Juan Fernández ya saben por qué no se atrevieron a hacer el indio cambiándola por Flota de Indias.

 

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