ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Tabla rasa

CUANDO en Portaceli el Hermano Antonio Pascual le preguntaba a uno algo en clase de Latín y no sabía responder, porque estaba pegado, le decía:

 —¡Está usted «tamquam tabula rasa»!

 «Como una tabla cepillada», decía en latín el bueno del loreño Hermano Antonio Pascual Autero, S.J., el que murió en trágicas circunstancias, quemado vivo, cuando, ya anciano y casi ciego, en unas vacaciones de Navidad que pasaba con su familia le salió ardiendo la ropa de la mesacamilla. El «tabula rasa» escolástico es el origen del castellano «hacer tabla rasa». De la tabla rasa dice el Diccionario de la Real Academia que es «la que, aparejada para la pintura, nada tiene aún trazado ni pintado».
Bueno, pues así, como una tabla rasa, han dejado dos monumentos sevillanos dicen que en restauración, pero yo creo que en proceso de sustancial alteración: la Capilla Real de la Catedral y el Hotel Alfonso XIII. No me invento nada. Hago esta consideración tras contemplar, ay, las respectivas fotografías de cómo están el patio del Alfonso XIII y el de la Capilla Real, que se han publicado en ABC. Hay quien entiende que restaurar no es reponer lo que falta, consolidar lo existente, sacarlo de brillo, meter tuberías nuevas, arreglar lo que está roto y componer los desperfectos, no. Hay quien entiende que restaurar es dejar las cosas según entienden ellos que deberían haber estado cuando las construyeron. Mucho me temo que en ambos casos, en la Capilla Real y en el Alfonso XIII, ocurrirá lo que suele ser inevitable: que nada es como era antes de la restauración. De la Capilla Real puede salir de todo. Empezando por la absoluta falta de necesidad que había de meterse en excavaciones arqueológicas. ¿Tanto dinero le sobra a la Santa Madre Iglesia, estando los comedores de caridad hasta las trancas, como para gastarse en caprichitos arqueológicos el dinero que da el turismo en el templo convertido en museo? ¿Qué estaba mal? ¿La solería de mármol? Pues se arregla la solería y listo, pero no se mete uno en esos berenjenales. Ni se le mete al pobre de San Fernando su venerado cuerpo incorrupto en un cajón de obras. Cuando terminen de hacer todas las tropelías en curso, me temo lo peor: que la Capilla Real quede irreconocible. Y que llegue un matrimonio con sus niños a rezarle a la Virgen de los Reyes y él le diga a ella:
—¿Pero de verdad, Mari, que aquí es donde nos casamos, en este museo? ¿No fue en un sitio donde venía a rezar tu madre, que por eso quiso que nos casáramos aquí?
Y del Hotel Alfonso XIII, ni te hablo. Seguro que el modernísimo y muy progresista arquitecto que lo está... ¿restaurando? no va a parar de desnaturalizarlo hasta que le enmiende totalmente la plana a Espiau que lo proyectó. Montaner querrá dejar el Alfonso XIII como él cree que lo debía haber hecho Espiau. Las fotos del edificio completamente vaciado dan pánico. ¿Están vigilando algo los 20 concejales, 20, o lo han dejado todo en manos de la empresa arrendataria? No se olvide que el Alfonso XIII es propiedad del Ayuntamiento; esto es, de todos los sevillanos, suyo y mío, y no de un moderno que llegue allí a derribarlo todo y a hacerlo según su criterio, o de un italiano que no tiene puta idea de Sevilla y de una empresa del moñosumare.
Menudo Triángulo de las Bermudas del Terror Progre el que organizaron los que se fueron en torno a la Puerta Jerez, y que los de los 20 concejales, 20 no han cambiado. Vaya trío: Montaner se carga el Alfonso XIII; Consuegra, San Telmo; y Barrionuevo, la Puerta Jerez, el Cristina y el borde del río. (La mayoría absoluta municipal, bien, gracias.)

 

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