ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Nombres que resisten

Como aquí hace muchísimos años, desde que mi maestro Abel Infanzón publicaba su "Casco Antiguo", inventamos eso tan actual de la interactividad, antes que los padres de Facebook y de Twitter fueran novios, un lector me invita a considerar sobre los cielos que seguimos ganando, aunque se hayan perdido, a través de la toponimia popular sevillana. Siempre lo he dicho: el alcalde García de Vinuesa, el que contradictoriamente todavía usurpa el nombre de la Calle de la Mar (excepto en Google Maps), se hartó de derribar murallas y puertas. Pero no tenía picos y palas suficientes aquel Alcalde Palanqueta para derribar en la memoria de los sevillanos los nombres de cuanto demolía, que quedaron en el callejero. Siglo y pico después del derribo de sus ilustres sillares, aquí seguimos yendo a la Puerta Carmona, a la Puerta de la Carne o a la Puerta Real.
Y en una de estas puertas que desaparecieron sólo físicamente, pero que no fueron derribadas en la memoria indeleble de la ciudad que las sigue tomando como puntos de referencia en su brújula sentimental, arranca la historia que me refiere un lector. En la Puerta Osario concretamente. Iba este lector el otro día en el autobús C 2 y se subieron tres señoras en la Puerta Osario. Comentaban entre ellas dónde iban y en qué parada se bajarían. Una de ellas, la más joven, dijo:
-- Yo me bajo la primera, ahí en el Bazar España.
Y le comentó la segunda:
-- Pues tú te bajas antes, porque yo sigo hasta Baturones.
Y remató la última:
-- Ay, hijas, pues me vais a dejar sola hasta el final, porque yo no me bajo hasta los Jardines del Hospital.
Maravillosos y mágicos autobuses municipales, que recorren los territorios de la certeza de la memoria... Cada una de las tres viajeras del autobús a las que oyó nuestro comunicante se bajaba en algo que ya no existe. La una, en el Bazar España, la tienda de muebles y electrodomésticos de la esquina de la Ronda con la Avenida de Miraflores que se hizo célebre por el luctuoso derrumbamiento de un muro tras su derribo. La otra, en Baturones, en pleno barrio de San Julián, que por cierto fue literalmente planchado como por un bombardeo de la II Guerra Mundial, bueno, por el bombardeo del desarrollismo del franquismo, que lo dejó como la palma de la mano para hacer el Polígono San Julián, de cuya piqueta se salvó durante un tiempo la Cervecería Baturones y su popularísima terraza interior, que hubiera hecho las delicias de Torrijos. ¡Allí sí que se pegaba mariscadas la clase trabajadora, pero de su bolsillo, no de gañote ni de mangazo, gastándose en gambas la paga del 18 de Julio! Y la tercera viajera se bajaba en los Jardines del Hospital, que traducido resulta delante del Parlamento de Andalucía. Aunque cerró hace casi medio siglo, aquello sigue siendo el Hospital de las Cinco Llagas, el Hospital Central que cuando la riada del Tamarguillo de 1961 aún atendió a los heridos del accidente de la avioneta de la Operación Clavel, hace ahora 50 años, estando por cierto de médico de puerta el doctor Eusebio León, padre de nuestro muy leído y admirado Euleón. --PUNTOAPARTE--
Maravillosa Sevilla, donde seguimos yendo a la Pasarela, desguazada en 1921; y a La Botella, desmontada tras la Exposiciòn de 1929; y en El Duque no vamos al Cortinglés de la electrónica y los libros: vamos al Lubre, que cerró hace ya un chaparrón de años, mientras que en La Magdalena dejamos el coche en el aparcamiento subterráneo de Galerías. Es como la resistencia de la toponimia y de la memoria contra la destrucción de la ciudad.
 

 

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