ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La Legión del Melli

Fue hace nueve años. Aquella noche, en la Macarena, se celebró un acto absolutamente multitudinario: asistieron cien personas. ¡Pero qué cien personas! Valían por millones: los cien armaos de la Centuria rendían homenaje a un caballero de la sevillana Roma interior de las murallas, un centurión que se quedó aquí cuando Julio César vino a inaugurar los Hércules de la Alameda: Antonio Ángel Franco, El Melli, viejo Capitán de los Armaos, entonces ya en la reserva activa del macarenismo. Sus compañeros de armas de las mil batallas de la Madrugada le rendían homenaje al cumplir 75 años como hermano de la Esperanza y 50 desde que El Sentencia en persona le entregó el mando de la Centuria, según testimoniaría posteriormente Pepe el Pelao, su sucesor en la Capitanía General Romana del Arco, quien aseguraba que Jesús le dijo en el mismísimo Pretorio de la Casa de Pilatos:
-- Melli, hijo, ahí tienes la Centuria, ¡haz con ella lo que quieras!
Y quiso hacerla grande y seria, respetada y querida. El Sentencia en persona, pues, ascendió a capitán al Melli por méritos de guerra en los frentes de Anchalaferia, de Parras y Los Callejones. Era 1953. Hasta 1967 habría de llevar su desnuda espada al frente del repeluco de ver llegar el plumerío de la Madrugada, o de escuchar el paso ordinario de "Abelardo" el Jueves Santo, cuando "la Virgen del Valle está cerrando las puertas del atardecer" y la Quinta Angustia ensaya en la Magdalena el crujío del Cristo del Calvario.
Aquel capitán sacó a la Centuria de su leyenda negra del aguardiente de las tabernas del amanecer y la devolvió a la dignidad penitencial. Si cuentan que los centuriones romanos diezmaban sus legiones cuando chaqueteaban ante el enemigo, El Melli en su macarena disciplina fue más allá que el mismísimo Julio César y hasta dos veces largas diezmó su Centuria: expulsó a 22 hombres por ser más devotos de Rute que de El Sentencia. Y muchos armaos moyatosos pidieron la baja voluntaria cuando comprobaron que El Melli tenía claro que la coraza (todavía la de las costillas que Rodríguez Ojeda tomó directamente de la romana columna de Trajano y se la trajo hasta la Centuria racheando sandalias por Amor de Dios) era la túnica penitencial del armao, el terciopelo verde para los recios hombres de la Plaza. Y a uno que ya en 1954 no salió, le preguntó un compadre entre Cazalla y Valdepeñas y respondió:-
-- ¿Salir yo ya de armao? ¡Pero si El Melli ha puesto aquello de disciplina y de seriedad que parece la Legión!
Lo era. La verdadera Legión Romana Macarena. La de los ángeles viejorros con tantas guardias hechas en las garitas de la Torre de la Tía Tomasa, que con sus blancas plumas cada Madrugada repiten el misterio de la Anunciación de la Virgen, cuando las cornetas tocan "Mayor Dolor" por Las Siete Puertas y nos dicen que la Verdadera Madre de Dios viene ya por los Altos Colegios. El Melli fue quien llevó a la Centuria a Manolete Loreto, al Mono, a Hidalgo el Cabotambor, cuando la banda era todavía la de Patón pasada por Roma. Cada año, terminada la estación de penitencia, El Melli cambiaba el resto del año su invicta espada de capitán por la aguja de poner inyecciones como practicante del Real Hospital de San Lázaro. Entonces, con su pelliza de los fríos del invierno, se le veía por la calle San Luis saliendo de rezarle a la Esperanza. He sentido el repeluco de esos fríos, o de aquellas madrugadas, cuando desde Omnium Sanctorum la voz de un viejo armao me ha dicho: "Se nos ha ido nuestro capitán romano, El Melli, el niño de Juana la de los Garbanzos, la que mejores garbanzos y bacalao vendía en la Plaza de la Feria". Adiós, Capitán. En verdad, Melli, pusiste la Centuria que parecía enteramente la Legión. La Legión Romana de los mejores hombres que eligió la Esperanza para escoltar a su Hijo.

 

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