ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El gato costalero

Hacía un frío de perros, pero fue una noche de gatos. Fue cuando todavía no quebraban albores por la plaza de San Lorenzo, en el repeluco de la Madrugada del frío, cuando la gente estaba en las sillas de la carrera oficial viendo las cofradías con una manta por encima y con los pies helados, tiritandito, como arriados o damnificados de un terremoto. El Gran Poder iba de vuelta a San Lorenzo por la calle Gravina. Paso racheado, túnica de humano andar, sin que nadie, como siempre, se fijara en el paso, aun acabado de restaurar. ¡Para ponerte a mirar cartelas y moldurones está tu corazón cuando se acerca el Gran Poder con su caminar de Dios hecho Hombre de Sevilla!
Y al llegar el paso a la esquina de Pedro del Toro, de pronto, en el silencio, un leve murmullo, una duda, un bisbiseo, palabras que rompían el silencio. ¿Qué pasa ahí? Nadie sabía nada. En la inmediatez de la Semana Santa ocurre como en las grandes batallas. Los soldados de nuestra guerra que vieron cómo los rojos rompìan el frente que cubrían en Aragón se enteraron mucho más tarde que habían estado en la batalla del Ebro. Los soldados derrotados de Napoleón se enteraron igualmente muy pasado el tiempo que habían estado en la batalla de Waterloo. Hombre, la calle Gravina no es que sea el frente del Ebro ni Waterloo, pero los que estaban esperando allí al Gran Poder y escucharon y vieron un incierto revuelo bajo el paso del Señor sólo supieron mucho más tarde lo que había pasado. Cuando lo dijo Giralda TV: que un gato se había metido bajo el paso del Gran Poder, entre los costaleros.
-- Es que en Sevilla sale ya de costalero hasta el gato...
No, es que por sentir el gozo y tener el honor de llevar al Gran Poder cualquiera es capaz de convertirse en gato. En el gato costalero de la calle Gravina. Me dicen que contaron que el maravilloso gato se metió en esa esquina y dio una chicotá entera.
-- No me diga usted que fue su gato Remo a hacerle el relevo...
Porque no se enteró, que, si no, allí están para hacerle el relevo al gato del Señor mis tres gatos, Remo, Rómulo y Romano, con sus costalitos gatunos, como se los hago con servilletas y se los pongo para cuaresmales fotografías. Para ir bajo el paso del Dios que creó la maravillosa vida de los animales que los hombres desprecian y dan injusta fama de ariscos. El gato del Gran Poder llegó mucho más lejos que el perro de la procesiones. Los perros callejeros se suelen colar en la solemnidad de los cortejos y andar entre envaradas varas y presidencias, hasta que se van. El gato costalero de la calle Gravina se metió bajo el paso para llevar al Gran Poder. No sé si de gato costero, de gato fijador o de gato corriente. Pero su chicotá gatuna sí que la dio el tío. Andaría mejor que nadie. Con razón los viejos capataces llamaban a este racheo único "paso gateao". ¿Quién puede rachear mejor el "paso gateao" que un auténtico gato, el gato costalero del Gran Poder?
A mí me gustaría conocer al gato costalero del Señor de Sevilla, para traérmelo a casa y tratarlo a cuerpo de rey. Como criaturas peluditas de Dios que son, el Gran Poder dijo en la calle Gravina: "Dejad que los gatos se acerquen a mí". Y el gato se acercó. Lo cual demuestra que en Sevilla es devoto del Gran Poder hasta el gato. Y tanta afición le ha cogido al costal gatuno el sevillanísimo peludito del Señor, que creo que ya le ha pedido a Antonio Santiago que lo apunte en lista de espera para sacar el año que viene a la Esperanza Macarena.

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