Las
erratas son la salsa de los periódicos. Inocencio de Frutos
Mayoral, el antiguo regente de estos talleres de ABC, las
coleccionaba con su humor segoviano en un álbum, "La
Recorteca". Y eso que muchas de las erratas eran de su
responsabilidad. Como la famosa de un anuncio inmobiliario
me parece que del agente de la propiedad Manchón, que vendía
parcelas y chalés cuando se empezaba a urbanizar
Matalascañas. Decía más o menos el anuncio: "Cómprese una
parcela al lado de los olores y fragancias del Coto de
Doñana". El anuncio no habría sido motivo de pública risión
si el linotipista no hubiera puesto una Ñ en lugar de una T
al teclear la palabra "Coto". ¡Imagínense de dónde venían
los olores y fragancias de Doña Ana!
Aquella errata se le fue al corrector, porque antes cada
prueba de imprenta era revisada por una pareja de corrector
y atendedor. Ahora las erratas las ponen precisamente los
correctores. Los correctores ortográficos de los
procesadores del texto. El corrector de Word coge una
palabra y pone lo que le parece. Lo que en la competencia
mundana me imagino le ha ocurrido a Chema Rodríguez, al
redactar una ajustada noticia sobre don Antonio Martín
Méndez, el párroco de Huévar al que encontraron muerto en su
casa. Traza Chema una breve semblanza del animoso sacerdote,
y remata: "Era un cura clásico, siempre de sótano". De
sótano de Doñana, claro. La errata es achacable al corrector
de Word, que como en su vida escribieron en ese ordenata la
ya desusada palabra "sotana", creyó el enano que era
"sótano" y la puso.
Y yo creo que acertó. Porque mi querido y admirado don
Antonio Martín era un cura de sotana...y de sótano. De los
sótanos o catacumbas de una Iglesia preconciliar que se
adaptó a los tiempos nuevos, pero que conservaba su
inalterable código de valores. Se habla ahora del párroco de
Huévar pero también podría escribirse del párroco de
Guadalcanal. Don Antonio pasó de Santa María de la Asunción
de Guadalcanal a la Asunción de Huévar. Con su apasionada y
vehemente, pero efectiva, pastoral de barra de bar,
fundación de hermandades y creación de banda de música. En
Guadalcanal, donde todo el pueblo lo echaba todavía de
menos, fundó la Hermandad del Costalero, la Hermandad de la
Borriquita y la banda de música de la Virgen de Guaditoca.
De Guadalcanal se trajo a Huévar su música y su imagen
particular del Apóstol Santiago. Un Santiago Matamoros que
en su pendón llevaba...¡el escudo de la Falange! Así era,
sin dobleces, de una pieza. Franquista como tú, Maribel
Moreno de la Cova. A la banda de Guaditoca la dotó de una
bandera española con el águila de San Juan, para tormento de
los alcaldes de los pueblos donde iban a tocar los chavales,
que adoraban a Don Antonio. Como pude comprobar que lo
adoraban en Huévar, tanto en la Hermandad de la Sangre como
en La Soledad, las dos mitades cofradieras del pueblo. Y
donde, cómo no, también había fundado su Hermandad de la
Borriquita. Y donde hizo una gran labor en Cáritas, sin
olvidar con Santa Teresa que Dios también anda entre los
vidrios del Bar Ratón, que una barra es un instrumento
pastoral para llegar a la gente, que lo quería y admiraba el
constante recuerdo que le guardaba a su difunta madre.
En esos sótanos de la Historia, Don Antonio Martín, el
párroco de Huévar, me recordaba al Don Camilo de Giovanni
Guareschi. Convencido de sus ideas, leal a sus convicciones
patrióticas, acababa siempre entendiéndose con los alcaldes
socialistas. Me lo ha recordado Ignacio Gómez, que fue
concejal de Cultura del PSOE en Guadalcanal con Don Antonio
de párroco, y que lo evoca cariñosamente en su blog:
"Todavía me parece oír el vozarrón que tenía y su forma de
defender sus ideas, que no había quien lo bajara del burro".
De su Borriquita, Ignacio, de su Borriquita. O de su caballo
blanco de Santiago con el escudo de la Falange.
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