Será esta
noche, a la hora en que Cenicienta pierde el zapato. Los
batidores de la Banda del Sol con sus alabardas y los
músicos con sus clarines, vestidos con los uniformes que
recuerdan al Regimiento de Caballería Sagunto número 7
marcharán por las Gradas hacia la Giralda. Tras gozar el
cerrado paraíso de una Catedral desierta, silenciosa y
nocturna, subirán las rampas de la torre mayor y por los
balcones del montesinesco cuerpo de campanas se verán pronto
los blancos penachos de sus cascos. Más plumas que añadir a
la nómina empendolada de la Sevilla más verdadera. En
Sevilla llevan plumas las cosas importantes: los armaos de
la Macarena, los seises, los alguacilillos de los toros.
Quizá una emplumada Sevilla cansada de ser Sevilla. Como en
el poema de Cernuda: "Estar cansado tiene plumas,/tiene
plumas graciosas como un loro,/plumas que desde luego nunca
vuelan..."
Y cuando hayan sonado las 12, los músicos de la Banda del
Sol repetirán el viejo rito que nació hace 600 años, cuando
la toma de Antequera, que la ciudad continuó hasta la muerte
de Bandarán, celosísimo mantenedor de sus tradiciones, y que
tras su abandono y desaparición recuperaron gozosamente en
1986 un tabernero y un capellán real, Rogelio Gómez y el
Padre Estudillo, tras vencer no pocas resistencias de los
modernos calonges del Cabildo.
Hoy a las 12 de la noche y mañana a las 9 de la mañana y las
12 del mediodía, sonará en cada una de las cuatro caras de
la Giralda, por tres veces en cada una de ellas, la vieja y
breve melodía de las Lágrimas. Sostengo es como el toque de
cambio de tercio de los toros, pero a lo divino. Sevilla
cambia de tercio a la primavera para la suerte suprema de la
calor. Y los clarines traducen a sonido de metales el
Proverbio escrito sobre ese cuerpo de la torre: "Turris
Fortissima Nomen Domini". El nombre del Señor es la torre
más fuerte. Comienzan los toques por la cara Sur, y la
proclamación de la Verdad del Apóstol Pedro resuena en los
naranjos del Patio de Banderas, en la oscuridad olorosa a
damas de noche de los jardines del Alcázar, llega a los
reflejos de un río que se despide de Sevilla.
Terminados los toques rituales mirando a Dos Hermanas y a
Los Palacios, a la marisma y a Sanlúcar, sonarán luego las
Lágrimas por la cara de Poniente de la Giralda. Desde donde
la torre se asoma a la plaza de los toros cuando los
vencejos del Arenal bajan al albero para torear sin
picadores. Sonarán los clarines que repetirán la melodía que
conoce familiarmente desde hace tantos siglos la trianera
torre de la Señora Santa Ana. Pero esta noche, quizá,
cantará el gallo. No hay nada que mueva más a risa en los
toros, murmullo de guasa en los tendidos, que cuando los
clarineros sueltan un gallo en su toque del cambio de
tercio. Me temo que esta noche los clarines de las Lágrimas
de San Pedro, al tocar por la cara de Poniente de la
Giralda, soltaran un gallo cuando vean la Torre Pelli. El
gallo de San Pedro. El gallo de las negaciones y lágrimas de
Sevilla. Por mucha pericia y virtuosismo que tengan con
labios y boquilla, los clarineros soltarán un gallo en su
toque cuando vean que allí, ay, sin que nadie haya querido
remediarlo, está la Torre Pelli. Es para engolliparse. La
torre más fuerte en Sevilla ya no es el nombre del Señor,
sino la imbecilidad de los hombres. Serán las de esta noche
las lágrimas de San Pe..tersburgo. Adonde hay quien ha ido
ridícula y absurdamente a llorar. Y como los niños malos a
sus profes y a sus seños, a decir que ya vamos a ser buenos,
que nos perdonen, que no lo vamos a hacer más, esto de
levantar rascacielos inútiles que hacen llorar a San Pedro y
a Sevilla más que Jeremías.
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