Antonio Molina
o, si lo prefieren, el padre de Ángela Molina, que se hizo
famoso proclamando su "Yo soy minero" del mismo modo que
Víctor Manuel se hizo rico cejudo recordando que su abuelo
fue picador (y no precisamente de El Juli, sino de Hunosa),
lo tenía muy claro. Antonio Molina, cuando de la mina pasó a
la cocina para prepararnos con esmero un arroz con
habichuelas predijo perfectamente cuanto está pasando ahora:
"Aprovecha la ocasión/que el futuro es muy oscuro,/que el
futuro es muy oscuro,/ayyyyyyy, trabajando en el carbón."
Pero aunque no quiera Molina (ni los frailes de Regina ni su
padre provincial) disiento en lo principal de tal aserto.
"Falla la mayor", vamos, que se dice en camelo tertulianés.
Trabajando en el carbón lo muy oscuro no es el futuro, sino
el presente, y a la Marcha Negra me remito. Un presente
absurdo, que no comprendo. ¿Por qué hemos de mantener una
actividad industrial obsoleta, deficitaria, superada por las
nuevas fuentes de energía y por el desarrollo tecnológico?
¿Por qué han de costarnos el dinero las minas de Asturias,
de León y de Aragón, y en cambio pasamos en el Ave por
Puertollano y vemos la desolación casi lunar, o de paisaje
de Marte, de las que fueron productivas instalaciones
industriales de la Sociedad Minero Metalúrgica de Peñarroya,
cerradas cuando había que pegarles el golletazo? ¿Por qué no
hemos seguido manteniendo a esos mineros, y vas a Peñarroya-Pueblonuevo
y te encuentras que el pueblo todo y la comarca es un
verdadero cementerio de la difunta prosperidad de las
cerradas minas, y no llegas a saber de qué puede vivir allí
la gente? ¿Por qué unas minas se mantienen abiertas
costándonos millonadas y otras se cerraron por su falta de
rentabilidad y viabilidad económica, como era lo lógico?
La minería no rentable, sin futuro y subvencionada es tan
absurda como si en la España del Ave tuviéramos que mantener
las locomotoras de vapor con dinero público para que los
maquinistas y los fogoneros no fueran al paro. Como si en la
época de la Alta Velocidad tuviéramos que subvencionar el
Carreta de Córdoba y el Correo de Cáceres para que los
revisores y los factores de los apeaderos mantuvieran su
empleo. Por si no les vale el ejemplo ferroviario, pongo
otro. Esto de que nos cueste el dinero una minería ruinosa e
inútil es como si a mí, que tecleo este artículo con el
procesador de textos de un ordenador, el Estado me tuviera
que estar pagando una máquina de escribir Hispano Olivetti
que no sirve ya para nada, porque en ABC quieren el original
en Word por correo electrónico y no dos folios
mecanografiados que lleve a la Redacción un cuartillero con
su bicicleta. Y como si, además, el Gobierno le tuviera que
estar soltando dinero al periódico para que esos folios
fueran compuestos en líneas de plomo por un linotipista,
ajustados en la rama por un cajista y prensados en un cartón
de estereotipia.
Mantener una minería no rentable y obsoleta es como si en
los campos de mi Andalucía, junto a las cosechadoras y a los
tractores, se tuvieran que mantener obligatoriamente con
subvenciones del Gobierno los arados romanos y las yuntas de
mulas. Y como si recogieran el trigo a mano cuadrillas de
segadores subvencionadas con dinero público. Y, una vez
recogido el trigo, trillaran sus gavillas en la era las
ecijanas cobras de yeguas de Miguel Ángel de Cárdenas,
subvencionadas, y el grano fuese transportado luego en
costales de lona en carros subvencionados, todo ello con
dinero público, porque no se van a quedar sin trabajo los
segadores, los yunteros y los carreros.
Todo esto sería como mantener en uso y actividad, previo
pago público de su importe, un inmenso Museo Etnográfico o
un costosísimo Museo de Arqueología Industrial. Que es lo
que quieren seguir haciendo los caminantes de la Marcha
Negra: arqueología industrial. Con nuestro dinero.
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