ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Hombre, por Dios

   Lo aprendí de Juan Luis Muñoz Alonso, Juan Luis el de Tarifa, el Sabio de Tarifa, el filósofo de los vientos del Estrecho de los dos mares (de la mare que parió al Levante y de la mare que parió al Poniente) y de la playa de Los Lances. Que estando un día almorzando con él en un antiguo búnker de cuando la II Guerra Mundial rehabilitado como restaurante en el Hotel Dos Mares, mirando cómo el viento acariciaba la hierba y las hojas de los árboles desde las amplias cristaleras desde donde se divisa el Gebel Tarik y el Gebel Muza, los dos montes a modo de columnas de Hércules a entrambas orillas del Estrecho, me dijo:
-- Dentro de media hora va a saltar el levante guapo...
Y saltó. A Juan Luis, al sabio de Tarifa, al filosofo de los vientos, se lo llevó un día su levante guapo, con lo que, de paso, se evitó el disgusto de ver cómo unos irresponsables y unos imputados se quieren cargar la riqueza salvaje y ecológica del pueblo, dejando construir los unos y edificando los otros en el paraíso natural de Valdevaqueros, donde pastan los toros azules a la orillita del mar y donde llegan furgonetas de güinsurferos de todo el mundo, la más cerca desde Holanda.
Aparte de serlo, a Juan Luis lo tomaban por sabio por una socorrida frase multiusos que siempre tenía en la boca, prima hermana del "Ya lo creo" de otro filósofo popular, de Beni de Cádiz. Tú le decías lo que fuera al Beni, y muy serio te contestaba:
-- ¡Ya lo creo!
¿Que le decías que hacía calor? Pues El Beni te contestaba:
-- ¡Ya lo creo!
¿Que otro lo negaba y replicaba que de ninguna forma, que no hacía calor, que estaba la cosa más bien fresquita? Pues El Beni lo confirmaba con su pontifical:
-- ¡Ya lo creo! -
Les recomiendo que anoten y guarden la frase del Beni, que lo mismo sirve para un roto que para un descosido, para aquello que se conoce al dedillo como aquello otro de lo que no se tiene ni putidea.
-- ¡Ya lo creo!
La frase polivalente de la sabiduría de Juan Luis de Tarifa era parecida. Incluso más participativa todavía con tu interlocutor. Su remoquete de asentimiento a cuanto escuchaba Juan Luis, en plan agradador, era:
-- ¡Hombre, por Dios! --
Tú le decías a Juan Luis que no hay derecho a que la gente vaya corriendo tanto por la carretera de Vejer, sin desdoblar, y sentenciaba:
-- ¡Hombre, por Dios! -
Y quedaba divinamente. Pero es que inmediatamente otro disentía, y decía que no, que el problema de circulación son los coches que corren poco, que ésos sí que son un peligro, pues sin inmutarse aplicaba su frase multiusos:
-- ¡Hombre, por Dios!
Podías estar a favor de la pena de muerte o acalorarte con argumentos en contra; podías mostrarte partidario del encarcelamiento de los simpapeles o a favor de la barra libre sanitaria a la inmigración... Dijeras lo que dijeses y mantuvieras lo que mantuvieses, Juan Luis rubricaba cuanto acababas de decir con su pontifical:
-- ¡Hombre, por Dios!
Ambas utilísimas frases, el "Ya lo creo" benedictino-gadirense y el "Hombre, por Dios" tarifeño, evitan muchos disgustos. Son un prodigio de unanimidad...o de comodidad para no meterse en líos. Frases con tantos usos como una navaja suiza que a nada comprometen. Que aprueban, pero poquito. Que rechazan, pero sin apasionamiento. Ahí se las dejo a ustedes para que las usen como tengan por conveniente. Y nada digo cuando los comentaristas de la nada la incorporen a su léxico del idioma tertulianés.
¡Ya lo creo!
¡Hombre, por Dios!

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