Lo
aprendí de Juan Luis Muñoz Alonso, Juan Luis el de Tarifa,
el Sabio de Tarifa, el filósofo de los vientos del Estrecho
de los dos mares (de la mare que parió al Levante y de la
mare que parió al Poniente) y de la playa de Los Lances. Que
estando un día almorzando con él en un antiguo búnker de
cuando la II Guerra Mundial rehabilitado como restaurante en
el Hotel Dos Mares, mirando cómo el viento acariciaba la
hierba y las hojas de los árboles desde las amplias
cristaleras desde donde se divisa el Gebel Tarik y el Gebel
Muza, los dos montes a modo de columnas de Hércules a
entrambas orillas del Estrecho, me dijo:
-- Dentro de media hora va a saltar el levante guapo...
Y saltó. A Juan Luis, al sabio de Tarifa, al filosofo de los
vientos, se lo llevó un día su levante guapo, con lo que, de
paso, se evitó el disgusto de ver cómo unos irresponsables y
unos imputados se quieren cargar la riqueza salvaje y
ecológica del pueblo, dejando construir los unos y
edificando los otros en el paraíso natural de Valdevaqueros,
donde pastan los toros azules a la orillita del mar y donde
llegan furgonetas de güinsurferos de todo el mundo, la más
cerca desde Holanda.
Aparte de serlo, a Juan Luis lo tomaban por sabio por una
socorrida frase multiusos que siempre tenía en la boca,
prima hermana del "Ya lo creo" de otro filósofo popular, de
Beni de Cádiz. Tú le decías lo que fuera al Beni, y muy
serio te contestaba:
-- ¡Ya lo creo!
¿Que le decías que hacía calor? Pues El Beni te contestaba:
-- ¡Ya lo creo!
¿Que otro lo negaba y replicaba que de ninguna forma, que no
hacía calor, que estaba la cosa más bien fresquita? Pues El
Beni lo confirmaba con su pontifical:
-- ¡Ya lo creo! -
Les recomiendo que anoten y guarden la frase del Beni, que
lo mismo sirve para un roto que para un descosido, para
aquello que se conoce al dedillo como aquello otro de lo que
no se tiene ni putidea.
-- ¡Ya lo creo!
La frase polivalente de la sabiduría de Juan Luis de Tarifa
era parecida. Incluso más participativa todavía con tu
interlocutor. Su remoquete de asentimiento a cuanto
escuchaba Juan Luis, en plan agradador, era:
-- ¡Hombre, por Dios! --
Tú le decías a Juan Luis que no hay derecho a que la gente
vaya corriendo tanto por la carretera de Vejer, sin
desdoblar, y sentenciaba:
-- ¡Hombre, por Dios! -
Y quedaba divinamente. Pero es que inmediatamente otro
disentía, y decía que no, que el problema de circulación son
los coches que corren poco, que ésos sí que son un peligro,
pues sin inmutarse aplicaba su frase multiusos:
-- ¡Hombre, por Dios!
Podías estar a favor de la pena de muerte o acalorarte con
argumentos en contra; podías mostrarte partidario del
encarcelamiento de los simpapeles o a favor de la barra
libre sanitaria a la inmigración... Dijeras lo que dijeses y
mantuvieras lo que mantuvieses, Juan Luis rubricaba cuanto
acababas de decir con su pontifical:
-- ¡Hombre, por Dios!
Ambas utilísimas frases, el "Ya lo creo" benedictino-gadirense
y el "Hombre, por Dios" tarifeño, evitan muchos disgustos.
Son un prodigio de unanimidad...o de comodidad para no
meterse en líos. Frases con tantos usos como una navaja
suiza que a nada comprometen. Que aprueban, pero poquito.
Que rechazan, pero sin apasionamiento. Ahí se las dejo a
ustedes para que las usen como tengan por conveniente. Y
nada digo cuando los comentaristas de la nada la incorporen
a su léxico del idioma tertulianés.
¡Ya lo creo!
¡Hombre, por Dios!
-
|