Como la realidad tiene por sí sola sus sentimientos y hasta
su memoria, fue todo ayer como un homenaje póstumo a Ricardo
Acosta. Era la misma hora en que llevaban al cementerio los
restos de aquel gran periodista radiofónico que conocí en
los estudios de Radio Triana en la calle Miguel de Mañara,
junto al Arquillo de la Plata, quizá antes de que la emisora
se integrara en Onda Cero. En la emisora que dirigía Pepe
Fernández y donde Manolo Rodríguez hacía Deportes, Ricardo
Acosta tenía sus "Sevillanos de Guardia", programa que
quedará en la historia entrañable de la radio sevillana. El
mérito fue que a Ricardo se le ocurrió llevar todas las
semanas ante el micrófono a esos sevillanos de guardia que
tenemos todos. Porque todos tenemos, como Ricardo, nuestros
sevillanos de guardia. La tristeza por su muerte me ha hecho
recordar a los míos. Tengo, como los tiene usted, muchos
sevillanos de guardia, de los que nos llaman y nos dicen:
-- Oye, ¿te has enterado que se ha descubierto que hay un
tío que se sabe el nombre del presidente de la Diputación y
que como eso es tan raro le van a dar un premio?
O nos señalan:
-- No puedes imaginarte cómo los bares avanzan
peligrosamente Cuesta del Bacalao arriba, ve a verlo...
Sevillanos de guardia de 24 horas, como las farmacias que se
estilan ahora, sólo que sin luminoso intermitente en forma
de cruz verde. Sevillanos atentos a lo divino y lo humano.
Sevilla, quizá, es el sueño que unos cuantos sevillanos
llevamos dentro...y del que nos despiertan los sevillanos de
guardia, que otras veces nos cantan la nana de la tradición
para que sigamos nuestra dulce duermevela.
Echo ahora las cuentas de mis sevillanos de guardia y tengo
que poner en cabeza a un excelentísimo tabernero, a don
Rogelio Gómez, el hijo de Trifón, el baratillero, que me
tiene al tanto de cuanto en la ciudad no he visto y debo
ver. Tengo como sevillano de guardia a don Julio Domínguez
Arjona, que a través de su web y de sus mensajes, como me
sabe hermano de honor de la fernandina Real Hermandad de
Maestros Sastres como hijo del cuerpo, me ofrece a diario
muchas telas para que le corte un traje a algo o a alguien.
Tengo como sevillano de guardia al Duque de Segorbe, el que
salvó gran parte de la ciudad con su Pro Sevilla, que como
nos conocemos desde Portaceli, hasta se toma el atrevimiento
de desafiarme:
-- ¿Y tú no vas a decir nada del Muelle de Nueva York?
Ayer me llamó un sevillano de guardia de los míos, que tiene
conmigo un lírico detalle anual. Es un vecino del mejor
cahíz de tierra del mundo. Vive en la calle Dos de Mayo,
entre el Postigo y el río, cualquier cosa. Se llama don
Fernando Ortega. Hermano de todo lo que hay que ser hermano
en el Arenal, abono de los toros incluido. Un sevillano de
guardia con paladar. Es quien, todos los años, ritual,
puntual como una cruz de guía en La Campana o un tercer
toque en la torre mayor anunciando el baile de los seises,
me anuncia la llegada de las cigueñas al Arenal, a su alto
nido de las Atarazanas del Rey Sabio. Estas son las noticias
que me gusta dar. La ofrezco como homenaje a Ricardo Acosta
y a sus sevillanos de guardia. Ya está en su sitio la pareja
de cigüeñas que anidan en la chimenea de la que fue
Maestranza de Artillería, frente por frente a las casas del
Marqués de Torrenueva donde Arturo arreglaba los coches y
ahora está el restaurante Sabina. Como muchos sevillanos,
Fernando Ortega es poeta, aunque no haya escrito un solo
verso. A mí me hizo ayer un hermoso poema oral, cuando en su
guardia de sevillanía me anunció:
-- Ya han llegado nuestras cigueñas al Arenal, a la chimenea
de la Maestranza de Artillería. Llegaron el domingo. Y,
mira, con el cielo nublado que había y con su silueta blanca
allí arriba, ¡estaba de bonita la estampa este año...!
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