Junto a uno de
los lugares más hermosos de España, la Caleta de Cádiz, la
de los atardeceres en que Falla escuchaba el chirrido de la
moneda antigua del sol al entrar en la alcancía del
horizonte de la mar, existe desde el reinado de Don Alfonso
XIII uno de los primitivos paradores nacionales. Parador
que, como Cádiz se identifica con su Carnaval, tiene un
disfraz. El parador nacional de Cádiz está desde 1929
disfrazado de Hotel Atlántico.
El edificio del primitivo hotel era una maravilla, de
arquitectura historicista, al gusto de la época de las
Exposiciones de Sevilla y de Barcelona, con un cierto aire
colonial. Era algo así como si el Hotel Nacional de La
Habana se hubiera quedado por embarcar junto al Baluarte de
Santa Bárbara. Ese edificio fue derribado en tiempos de
Fraga en el Ministerio de Información y Turismo, para
levantar otro parador más no sé qué, porque aquel era una
belleza. Fue en esa época en que un Hotel Meliá se parecía a
otro Hotel Meliá como un premio Adonais a otro premio
Adonais, y Fraga hizo una especie de Meliá sobre el derribo
del viejo parador de Don Alfonso XIII y de Ramón de
Carranza, el gran alcalde de Cádiz al que se le quedó nombre
de estadio y de trofeo veraniego.
Pero ese hotel, a su vez, fue también incomprensiblemente
derribado ha poco, para levantar el nuevo Hotel Atlántico
recién inaugurado, todo modernidad del zapaterismo, donde se
abandonó le estética Meliá para entrar en la tendencia NH.
Según mis cuentas, este palimpsesto caletero se produce
porque Cádiz debe construir un parador nacional de turismo
de nueva planta por cada millar de sus tres mil años de
historia. Ya vamos por el tercero, camino del cuarto. El
nuevo Hotel Atlántico es de ese estilo que llaman en Cádiz
"¿pero qué es esto, Dios mío de mi alma?". Y allí se han
alojado los más ilustres jefes de Estado y de Gobierno
participantes en la reciente Cumbre Iberoamericana. Que no
han podido gozar de la belleza del paisaje caletero,
preocupadísimos todos en un asunto común. ¿La deuda externa,
dice usted? No. ¿La crisis? Tampoco. Lo que de verdad ha
preocupado a los dignatarios nacionales y extranjeros
alojados en el nuevo Hotel Atlántico de Cádiz ha sido llegar
a saber cómo puñetas se abren los grifos del cuarto de baño.
El Hotel Atlántico, como todos los engendros de los
arquitectos y decoradores de la pomada, tiene esos grifos
imposibles, en el supremo concepto del diseño actual: que
nada sea lo que parece y nada parezca lo que es. Como los de
tantos cuartos de baño de los restaurantes de la nueva
cocina de platos cuadrados y camareros de negro luto, para
saber abrir los grifos del Hotel Atlántico y que no te
achicharres con el agua caliente, porque abres la ducha en
lugar del caño de la bañera, hay que ser por lo menos
diplomado en la Facultad de Ciencias del Grifo. Que a este
paso habrá que crearla. O que instalen los grifos con libro
de instrucciones al lado, y el recepcionista nos dé un
cursillo al entregarnos las llaves del cuarto.
Esto de los grifos inmanejables e indescifrables no es
nuevo. Juan Ramón Jiménez cuenta que en su viaje de poeta
recién casado por Estados Unidos se pudo lavar y bañar
gracias a lo lista que era Zenobia, que era la que acertaba
con el mecanismo de aquellos extraños artilugios de la
grifería y le llenaba la bañera. En la Cumbre Iberoamericana
no ha estado Zenobia. Por lo que del Rey abajo, todos los
clientes del Hotel Atlántico han llamado angustiados y a
deshoras a Recepción, para que les manden a un señor de
Mantenimiento que les explique cómo demonios se abre el agua
caliente. Han llegado en el Hotel Atlántico de Cádiz a la
conclusión que yo descubrí hace tiempo: es más fácil llevar
la responsabilidad los destinos de una nación que saber
abrir un grifo de diseño.
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