ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El acompañante

   Hay instituciones españolas tan representativas y nuestras como el Tribunal Constitucional o el Congreso de los Diputados que no tienen el reconocimiento social que sería menester. Instituciones materiales o inmateriales tan españolas como la tortilla de patatas, la siesta, el cuñado, el manitas o el pariente que termina puestecito y recitando "El Piyayo" en las reuniones familiares. Una de estas instituciones españolas es el acompañante de clínica privada u hospital público. Vivo entre un hospital general de la Seguridad Social y una clínica privada que también ha comprado Quirón, como todo. Algo así como en un lugar que se llamase Entreclínicas, como en Sevilla está la calle Entrecárceles. Razón por la que estoy capacitadísimo para hacer la defensa y exégesis del acompañante de enfermos hospitalizados.
-- Vamos, que si se lo encargaran era usted capaz de dar el Pregón del Acompañante de Clínicas y Hospitales.
-- No, ya me lo han encargado. ¿Qué se cree usted entonces que estoy haciendo aquí?
Tan fundamental es el acompañante que la Seguridad Social, tan ordenancista, hasta lo tiene reglamentado y fichado. Veo desayunando por los alrededores de casa a los acompañantes del Hospital Virgen del Rocío, identificables a leguas, pues la dirección del centro les da acreditaciones como de participantes en un congreso, una ficha plastificada que al cuello llevan, colgada de una cinta elegantísima. Otros acompañantes, los de Urgencias y Observación, no tienen aún tal acreditación definitiva para permanecer junto al lecho de su enfermo en el cuarto y andan estampillados, con una pegatina provisional puesta al pecho.
El acompañante de enfermo tiene su indumentaria y su logística. La butaca es fundamental. Cuando el acompañante entra en el cuarto con el familiar recién hospitalizado, observa inmediatamente el escenario y exclama:
-- ¡Qué buen cuarto te han dado! ¡Y qué buen butacón de acompañante! Mira, hasta se puede tender para atrás, como en los aviones.
Butaca que en versión de la Sanidad privada es la cama o al menos el sofá-cama del acompañante. El acompañante profesionalizado, que los hay, no se va al hospital sin zapatillas, transistor, botella de agua mineral y por supuesto bata. La bata Pirineos es como el uniforme de las acompañantas. Y las zapatillas de paño son fundamentales en los acompañantes. ¡Hasta con batín de seda, como Manolete, he visto yo a un acompañante de enfermo, elegantísmo! El acompañante está especializado en el vocativo "señorita". Para el acompañante, toda médico, enfermera, auxiliar o limpiadora es "señorita". Y con el "señorita" por delante como ariete, defiende a su familiar ante la burocracia de la clínica y la dictadura del protocolo médico como Moscardó el Alcázar de Toledo:
-- ¡Señorita, que el bote de suero se está acabando! ¡Señorita, que dijeron que iban a bajarlo a rayos y aún no ha venido el celador! ¡Señorita, que tienen que cambiarle la bolsa de la orina, que está muy llena!
El acompañante es como una Unidad de Cuidados Intensivos unipersonal y muy cariñosa. Demasiado. A veces el acompañante es un coñazo para la clínica, para los médicos...y para el enfermo. Así que termino mi Pregón del Acompañante felicitando a Su Majestad El Rey y a la Clínica Quirón San José. Lo que se han evitado enfermo y clínica con esta otra institución, ya también tradición españolísima: Don Juan Carlos suele pasar sus días de clínica sin el coñazo del pariente acompañante en el cuarto y con su Real Familia yendo a verlo de visita.

 

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