ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Pitadas al Gobierno

 En la presente crisis (vulgo "con la que está cayendo") hay una industria floreciente en España, cuya producción se la quita el mercado de las manos: la fabricación de silbatos para las manifestaciones. Las manifestaciones tienen modas y tendencias. En un tiempo se llevó mucho convertirlas en carnavaladas, paseando muñecos con la efigie del repudiado, o llevando ataúdes de guasa, como de Entierro de la Sardina, a veces hasta con coro de viudas plañideras de mentirijillas vestidas como para representar "La Casa de Bernarda Alba". De Chile, me parece, nos llegó la moda de la cacerolada. No había manifestación que se preciara que no llevara su percusión de ollas y sartenes. Ahora se llevan las pitadas. Los silbatos como arbitrales, pero a centenares, a miles. Sabemos los millones de habitantes que tiene España según el último censo, pero desconocemos la cantidad de millones de pitos que esos españoles llevan en sus labios para chiflar protestas y desesperaciones contra el Gobierno.
Vivo entre el campo del Betis y un hospital y he observado cómo en los últimos tiempos ha cambiado, como la dirección del viento, el sitio desde dónde viene el sonido de la orquesta de pitos. Antes los pitidos, acompasados, acompañados de gritos, venían del campo de mi Betis, cuando un árbitro cometía contra el Glorioso las injusticias que los trencillas suelen. Ahora la Sinfónica del Silbato viene, coral y justiciera, desde el hospital. Unos pitidos acompasados, rítmicos, como el de los brasileños que hacen contrapunto a la samba en los desfiles de Carnaval. Ya no hay manifestación sin acompañamiento de pitada. Pitada coral y rítmica. Como si más que una manifestación de médicos y enfermeras contra los recortes sanitarios fuese una protesta de Undiannos Mallencos y de Velascos Carballos. Ahí quizá esté la clave. La clave de sol, naturalmente, para la partitura del concierto de pitadas contra los recortes del Gobierno que interpreta la Sinfónica de Médicos y Enfermeras, la Filarmónica de Jueces y Abogados, la Orquesta Nacional de la Enseñanza. Con el silbato en la boca, pita que te pita, el manifestante se cree árbitro del partido de la crisis, que le señala penalti y enseña tarjeta al Gobierno. Tarjeta roja, naturalmente.
¿De dónde sale tanto silbato? Ya digo que debe de haber una industria floreciente al fondo de este fenómeno. Nadie ha sabido contestarme a esta pregunta del millón, del millón de pitadas contra el Gobierno: los silbatos, ¿los suministran los sindicatos o cada manifestante se busca el suyo? No sé a usted, pero a mí los sibilantes de bata blanca, camiseta verde o toga negra me ponen tan nervioso como esos guardias de la porra o agentes de movilidad que en los atascos creen que cuanto más nos piten y manoteen para que avancemos , más pronto se va a terminar el embotellamiento, cuando lo que consiguen es que con la excitación se nos cale el coche.
Los que tienen que estar muy molestos con la moda de la rítmica pitada son los poetas de las manifestaciones. Los autores de la lírica del pareado ramplón. Con tanta pitada, se oye peor el acierto del creador que, exprimiéndose el caletre, acuñó rima tan difícil como "Gallardón, dimisión". O lo más armónico y grecolatino del anapesto en los pies métricos de: "Sanidad, pública". Gracias a los silbatos nos libramos de los poetastros de los pareados de las manifestaciones. Una buena pitada te evita la tontería de "Soraya, conviene que te vayas", o "Montoro, Wert dice que es un toro". Yo creo que lo de los pitos es por lo difícil que es sacarle un pareado con buena rima a Rajoy, porque "Rajoy, te espero en el Savoy" no pega. O quizá pague los silbatos la Junta de Andalucía, para que no oigamos a la CSIF de los funcionarios que corea: "Griñán y Valderas nos roban la cartera".
 

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