Tiene un crespón de luto la radio de cretona. La voz de aquellas tardes por siempre se ha callado. Ya no canta la alondra que anidó en su garganta en albores de sueños, ni a la noche se queja como un amante en vela la calandria que entierra los besos que me diste. Hoy esa vieja radio me trajo la noticia: qué pocas van quedando de peina y de volantes. La muerte, en este caso, es disco dedicado, un nombre del cercano programa del oyente con placas de pizarra y cine de verano, el ruedo de la noche que se abre en el cielo y aplauden las estrellas a ese Antonio Romance, el chiquillo que busca la gloria que alcanzaste. Más fuerte que los muros de tu torre de arena, con toda la fragancia de tu flor sin olor, suenan los borbotones de tu río sin agua, y el pecho te golpeas, la melena te sueltas, arañazos al aire tu cantar le va dando, con las uñas de loba que amamanta a la copla en la Roma andaluza de amores y de celos.
El puente de tu barrio ha cerrado sus ojos en cuanto el mar le ha dicho, Marifé, que te fuiste. Que en Málaga la bella, limonar, caracola, a la orilla de espuma de la vida y los años, se le ha muerto a Sevilla Marifé de Triana. El maestro Cisneros te dirige la orquesta. De León y Quiroga, de Valerio y Solano, vas cantando las coplas, Marifé... ¿Vas cantando? ¿O vas interpretando lo que llevas vivido? No es libreto ese gesto de dolor en tu cara. Partitura no existe en tus ojos de angustia. Tu cuerpo es un poema que tiene muchos versos: tu vida ha sido siempre tu mejor estribillo. Los dolores que cantas por dentro los viviste. Los amores perdidos están en tu memoria. Los celos y la muerte pasaron en tu ronda al pie de los herrajes de un balcón de Triana. En donde hubo una niña que quiso ser artista. Y fue David Cubedo, aquella voz de parte, tararí de victoria, oración de caídos, quien te sacó de pila, poniéndote de nombre el que lleva ese barrio del río de las coplas. Las fatigas de muerte pasaste en esos pueblos, las ferias de los puestos de turrón y carburo, las noches del vinazo y del mal aguardiente, cantando en un teatro de revista y pecado, de agujeros de mallas y pechos deseados. Igual que los toreros se curten en las plazas de nocturnas terribles con enanos de Goya, y lidian partes serias al Charlot y al Bombero, te curtiste, artista, con las cinco funciones, con las cinco farolas del frío de los trenes, la mugre de las fondas, y qué lejos Sevilla, qué lejos el teatro que Calderón se llama, en donde Juana y Concha y todas las que imitas reciben en el No-Do honores inmortales y por Pascuas las llama la propia Doña Carmen para hacer caridades con Leblanc y Codeso.
Y un día levantate una torre de arena cimentada en la copla de Gordillo y Sarmiento. Y al otro fue la loba de Andrés Molina Moles que aulló sobre los montes, qué alarde de la fama de fuerza y poderío que ganaste al instante. Y ya vinieron solas las letras que tu vida escribieron en oro de capote y tesoro. Por la cruz de mi alcoba ya no eras cautiva del hambre y la miseria, señora de la copla. Sin que se entere nadie le he dicho a tu vecina, que ese niño de ella quizá quiera besarte. Es un mozo bien recio que los versos recita mientras cambias de bata entre número y número. El Piyayo me ha dicho que te está enamorando y será para siempre el hombre de tu vida, que el amor encontraste sin salir a buscarlo.
Una Ana Magnani sin Vittorio de Sica. O Margarita Xirgu sin las bodas de sangre. Una María Guerrero que, además, canta y pena. Qué cruz la de tus tablas, Marifé, cuánto drama al cantar ese verso del repeluco hondo, de golpes en el pecho, de llanto sin pañuelo...
Tu memoria en Triana no es castillo en el aire. Tu voz no será nunca una torre de arena. El río lleva el agua de una vida de coplas por la que hoy tiene luto mi radio de cretona.
 

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