ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Los soportales

Cuentan los que saben de Historia de Sevilla que la ciudad era porticada en el Siglo de Oro. Que todo el centro estaba lleno de soportales, al modo de las plazas mayores de Castilla. Soportales llenos de actividad, de comercios, de paseantes, de pendolistas, y me imagino que de pícaros aliviando bolsas, ya que entonces no se usaban las carteras.

--- Ni los donuts, usted, ni los donuts.

Nos quedan actualmente como restos de la Sevilla de los soportales, como fósiles vivos de aquella manera de entender la construcción de la ciudad, quizá más cómoda y "de las personas" que la que luego impusieron los que han hecho a Sevilla incómoda y hasta cierto punto odiosa. Entre estos restos, hay dos monumentales. Por un lado, los de la calle Alemanes, a uno y otro lado de la esquina de la Alcaicería de la Seda, o sea, de Hernando Colón. En ellos hay hasta algún capitel con inscripción y fecha, como se puede ver en la última columna del tramo que va de La Punta del Diamante a la esquina de Hernando Colón. Tienen estos soportales (o más bien tenían) vida como la de antaño que leímos en "La Sevilla del Imperio" de don Santiago Montoto o en los libros del profesor Morales Padrón sobre la ciudad del Quinientos y del Seiscientos.

-- No me diga usted que a Morales Padrón le gustaban los coches y que escribió un libro sobre el Seat 600 en Sevilla...

No, hombre, la Sevilla del Seiscientos de Morales Padrón es la del siglo XVII, la de la gran epidemia de peste de 1649, la de Velázquez y Murillo. La vida de los soportales que describen esos autores era parecida a la antigua de la porticada calle Alemanes. Pero ahora, ay, se han convertido en Los Soportales de la Paella para turistas. Pases a la hora que pases, a las más impropias, a las 11 de la mañana, a las 7 de la tarde, hay allí unos turistas devorando una paella. Hasta el primitivo y clásico Bar Gonzalo, donde el Marqués de las Cabriolas fundó la Peña Er 77 antes de establecerse canónicamente en Casa Morales, es ya un bar donde los sevillanos apenas ponemos un pie.

Cuentan los que saben que estos soportales de las Gradas se prolongaban, pasando la calle Génova, por la calle de la Mar hasta la Puerta del Arenal. Que desde la Catedral podías ir por los soportales hasta el muelle, sin calarte en los días de lluvia y sin achicharrarte en verano. En muchos locales comerciales de García de Vinuesa se pueden ver aún las columnas antiguas de estos soportales, incorporadas más tarde a las fincas, luego que la acera porticada desapareciese.

Y en la Plaza del Salvador queda el otro buen tramo de soportales de la ciudad porticada, interesantísimo. Si monumental es la iglesia del Salvador (a la que le han puesto el mote jerezano de Colegial), tan interesantes son las casas de su acera opuesta, las que continúan la fachada de San Juan de Dios. Con unos bajos degradados, como ocurre en toda Sevilla, sin la farmacia de tanto interés monumental e histórico que desapareció, sin las refinadas tiendas de modas que eran como escapadas de un figurín francés del siglo XIX, en El Salvador quedan los soportales de la antigua tabernita, en cuyo rincón tenía su zapatería tela de clásica de Las Tres BBB don Adolfo Bono Janeiro, abuelo de Rafael González Serna.

No creo que se me olvide ahora ningún resto de soportales históricos. Ah, si, en la Puerta Real hay como una mínima expresión, en la esquina de la antigua calle de las Armas, luego Alfonso XII. Maravillosos soportales de una apasionante Sevilla que tenía la grandeza del soneto cervantino. Pero posteriormente se construyeron más soportales. Tantos que, como no me queda ya sitio, habré de comentarlos mañana.

 

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