ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


V.E.R.D.E.

Eran oscuros años de nostalgias y esperanzas. Cada 23 de enero, en la Capilla Real de la Catedral, el padre Bandarán oficiaba una misa por el alma de quien en el Memento de Difuntos era recordado como "rege Ildefonsus". Y esos latines eran todo un mitin que los poquísimos fieles, y tan fieles, presentes escuchaban con la emoción de una proclama, cuando el canónigo que había sido capellán de "la Infanta, mi Señora" sustituía intencionadamente y echándole valor la oración por "duce Francisco" y decía "rege Ioanne". Y aquellas manos que habían estado con el devocionario de cantos dorados abierto en la secreta y como prohibida misa por el Rey Don Alfonso XIII en la Catedral de Sevilla en su Día de Santos, quizá, al volver a la casa, tomaban recado de escribir, y con una estilográfica cargada con tinta verde, escribían una carta a una hija que estudiaba lejos, en un internado de Suiza o de Francia, y le contaban la cita de todos los años. Y al final, tras el "tu madre que te quiere" y el beso escrito con picuda letra de Irlandesas o de Sacre Coeur, como un grito, como un deseo, como una quimera, ponía, como siempre que quería sacar su corazón rojugualdo por los puntos de su pluma: V.E.R.D.E.

Yo evoco ahora aquellos años de nostalgias y de esperanzas, de renuncias y de lejanías, cuando desde la Puerta del Sol había flameado por España entera una bandera con una franja morada, y eran un recuerdo los golpes de alabardas en la escalera de Palacio; y los caballos del Duque de Toledo corriendo en el hipódromo; y las escopetas regias en Moratalla con el Marqués de Viana; y aquellos tirantes en mangas de camisa y a caballo con el Cardenal Segura por los miserias de Las Hurdes en una foto de Campúa; y cuando en Alhucemas se paró la fuente que manaba sangre de los españoles; y la alegría de la inauguración de la Exposición Iberoamericana de Sevilla en el cuadro de Santiago Martínez que María Nervión tenía en su casa... Y al evocar aquel mundo pienso en cuanto unas manos femeninas, al final de una carta, en una tarjeta de visita, en un billete, querían decir cuando escribían nerviosamente, como cometiendo un pecado del que no había que confesarse: V.E.R.D.E.

Yo evoco ahora un tren en la estación de Galapagar, con una niña que se llama Mimi y que está sentada sobre en una piedra del paisaje de la foto de la colección de ABC, porque con sus padres ha ido a despedir a su Reina camino del destierro, y Romanones va a quedar para siempre pensando en un banco de aquella estación de ferrocarril. Y pienso que años más tarde, la Casa romana que esa niña tiene en Sevilla se abría para las reuniones del Círculo Balmes, y llegaban unos muchachos estudiantes que en la solapa de sus trajecitos como de perenne Domingo de Ramos llevaban una insignia con una J y con un 3 escrito en números romanos. Y evoco que allí se recordaba un barco en Cartegena, un manifiesto en Lausana, una bomba en la calle Mayor, el cuarto de un hotel de Roma con romance de Agustín de Foxá, las palabras "A todos los españoles" que publicó ABC en su primera página un 14 de abril... Y parece que toman voz las cinco letras del acrónimo escrito entonces sobre el papel de tantos boletines del Consejo Privado, de tantas páginas iniciales de un libro de texto en la Facultad: V.E.R.D.E.

Y veo esta España de nuestra atribulada hora, y pienso, Señor, que en peores garitas ha hecho guardias la Institución y en peores plazas ha toreado; que tiene que volver "el esplendor de gloria de otros días"; la confianza y firmeza con que alejó todos los miedos en aquella noche nefasta un uniforme de capitán general que salió en Televisión Española delante del tapiz gobelino que simbolizaba los servicios a la Patria a lo largo de la Historia. Yo quisiera ahora tener una vieja estilográfica para volver a escribir con la más fresca tinta de color verde la misma esperanza, la misma confianza, la misma certeza del viejo grito de los leales: V.E.R.D.E. Viva El Rey De España.

 

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