ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Escarnio

Hace veinte años llegó a Cádiz desde el infierno del "paraíso" castrista el poeta Manuel Díaz Martínez, como un desamparado balsero de la libertad de expresión. Le di entonces en un artículo la bienvenida a la Libertad en su mismísima Cuna, lo que el escritor exiliado me sigue agradeciendo al cabo del tiempo. Díaz Martínez había firmado la llamada "Carta de los 10" pidiendo democracia para la isla y fue expulsado de la Unión de Escritores, de la Unión de Periodistas y de su propio trabajo en Radio Enciclopedia. Le negaron el derecho al trabajo. Menos mal que pudo venirse, porque era carne de prisión en el Combinado del Este.

Ha colocado ahora Díaz Martínez en su blog mi artículo, que titulé con una media verónica sobre su frase al llegar a Cádiz: "Ha sido una temporada en el infierno". Y releyendo gracias al agradecimiento del poeta ese artículo que olvidado tenía, he constatado con pelos, señales, hierro y número en el lomo algo que ya adelanté aquí: que el acoso intimidatorio al que aquí nombran con el espantoso argentinismo de "escrache" tuvo sus antecedentes en la más espantosa Cuba castrista, donde era "acto de repudio". Díaz Martínez, antes de exiliarse, sufrió el repudio, como lo sufrió María Elena Cruz Varela, a la que sus acosadores la obligaron a comerse un papel que había firmado pidiendo la libertad para la isla. Y describìa yo así la invención habanera de los "escraches", los mítines o actos de repudio. Insisto que hace veinte años y allí, pues parece que es ahora y aquí: "Usted ha osado decir en público su opinión. Y llegan a su casa los milicianos del Centro de Defensa de la Revolución de la esquina, llegan sus mismos vecinos, le gritan, le ponen letreros, le apedrean los escasos cristales de las ventanas".

El "escrache" a Soraya Sáenz de Santamaría o al presidente del Congreso de los Diputados, tercera autoridad del Reino de España, es como ven una gran conquista de la libertad, pero entendida como el arroz en blanco con tomate: a la cubana. No he visto nada más totalitario. Se empiezan así los días y se acaban en noches de los cristales rotos. ¿Estamos a cinco minutos de que empiecen a pintar escaparates de comerciantes? Tan nazis son éstos que se creen defensores de las libertades que sólo les faltan las antorchas encendidas por las noches, porque los lábaros hitlerianos ya los llevan, con sus proclamas y consignas.

Lo único positivo que veo en todo esto tan antiguo como el escarnio de los nazis contra los judíos o el repudio de los comunistas cubanos contra los defensores de la libertad es que hay esta vez una clara resistencia a aceptar las palabras de los que quieren vencernos, como la ETA nos derrotó con las suyas y todo el mundo hablaba, como ellos, de "comandos", "acción armada" y "cúpula militar". La mejor defensa contra los llamados "escraches" empieza por no aceptar la palabra y llamarlos por su verdadero nombre, como ya comenté: acoso, intimidación. Podemos hacerle la prueba del algodón ideológico y su sentido de la libertad a cualquiera oyendo la palabra que usa: si dice acoso, se trata de un liberal. Si dice "escrache", echa el tío un tufo a comunismo castrista caducado y recalentado en el microondas del bolivarismo que llega desde aquí a La Habana o a Caracas. En esta campaña de resistencia cívica para no ser derrotados por el lenguaje de los que quieren destruir nuestro acoso, igual que aquello de "aceptamos pulpo como animal de compañía", propongo que a esta salvajada organizadísima la llamemos escarnio, que según el DRAE es "burla tenaz que se hace con el propósito de afrentar". Al fin y al cabo, "escrache" y escarnio empiezan por "es". Como España, ay. Descarnado escarnio en nuestras vareadas carnes.

 

 

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