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Cádiz, 16 febrero 2004            Ir a la página principal del sitio de Antonio Burgos 
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nuevo libro

Pepe Ruiz "Manteca" muestra sus recuerdos
Antonio Burgos presenta  las memorias del popular almacenero de La Viña         "Memorias populares", por A.B.

 

DISCURSO CON TANGO PARA PRESENTAR LAS MEMORIAS DE MANTECA, por Antonio Burgos
 

Teófila Martínez, el alcalde de Huelva, Pedro Rodríguez, Antonio Burgos y Pepe Manteca, en el almacén del barrio de La Viña.
 

REDACCIÓN.   

CÁDIZ. El próximo jueves, en el Salón Regio del Palacio de la Diputación,  Antonio Burgos presentará el libro "Escrito con tiza. Memorias de Pepe Manteca".

Escrito por Francisco Javier Orgambides Gómez y José María Otero Lacave, colaboradores de este periódico, en esta nueva publicación de INGRASA se narran las vivencias del popular almacenero gaditano con raíces montañesas, una mirada atrás desde el popular ultramarinos "Casa Manteca", situado en el corazón del barrio de La Viña, uno de los reductos del Cádiz más castizo.

Manteca retrata esa ciudad en la que el cante y los toros, las riñas de gallos y las reuniones y partidos de mus en torno a una copa de vino y a un papel de estraza con las tapas ordenadamente colocadas, son señas de identidad de una época que poco a poco va perdiéndose.

En un relato en primera persona, en el libro se evoca desde el Cádiz de la posguerra y los juegos de niños en los alrededores de la plaza de Abastos hasta los tiempos actuales. Uno de aquellos niños que jugaban al toro, paseaban gallos de pelea o jugaban a la pelota con unos buches sacados del pellejo de algunos animales era Pepe Manteca, como muchos otros niños de la ciudad.

La escuela taurina de Cádiz, situada en la calle Mateo de Alba, ocupa un sitio importante en las memorias. Bajo la dirección de Manuel Jiménez "Chicuelín" y de Sebastián Suárez "Chanito", el popular almacenero recuerda su aprendizaje taurino junto a personas como Chano Rodríguez, Pacorrito, Antonio Pica, los hermanos Villodres o Manolo Irigoyen.

Es un ejemplo de los cientos de personajes gaditanos que desfilan por las doscientas páginas de este libro. Nombres del toreo y del flamenco y otros muchos familiares para los lectores como los "Melu", grandes amigos de Manteca, de quienes muchos gaditanos han escuchado inverosímiles historias, pasan por las páginas de este libro retratados por la amena charla de su protagonista principal. Historias de Aurelio Sellé, de Pericón de Cádiz, de Juan Vargas, de Manolo Caracol, se suceden ininterrumpidamente en un relato que es un verdadero paisaje auténtico de una época reciente de la ciudad y de sus personajes en el último medio siglo.

José Ruiz cuenta su vida taurina junto a Miguel Mateo "Miguelín", Enrique Bernedo "Bojilla" o Miguel Leytón "El Coli" con quienes convivía en una pensión de la madrileña calle Fuencarral. Y la tragedia de las cornadas, alguna muy grave como la recibida en Valdepeñas y que le quitaría definitivamente las ganas de ser torero. También hay una visión del mundo taurino gaditano evocando a toreros como Pacorro, Chele y muchos más.

La agitada vida de José Ruiz Calderón le llevó a formar parte del contingente de emigrantes en Alemania. A su regreso, primero desde el "Bar Manteca", donde uno de sus ocasionales dependientes sería el famoso Camarón de la Isla y más tarde en el actual establecimiento del Corralón de los Carros, Manteca se ha convertido en el anfitrión de muchos gaditanos de cuna y de adopción que frecuentaban su casa, como Antonio Burgos, Curro Romero, Antonio Ordóñez, Carlos Herrera, Pansequito, Rancapino o Carlos Arguiñano

El azar ha llevado a Pepe Manteca a Hispanoamérica, donde lo mismo se las tiene que ver con el FBI que guarda gran amistad con el gobernador de Puerto Rico o el exilio cubano en Miami.

Con su gracia inconfundible y su peculiar manera de hablar, Manteca relata sus horas de guardia nocturno en el Matadero y las penalidades que le hacía pasar el "Platerito de Cádiz" y otros aficionados que, una noche sí y otra también, saltaban las tapias para pegar unos cuantos pases a las reses destinadas al sacrificio.

Por su almacén ha pasado todo Cádiz, y para todos tiene su dueño unas palabras en este libro. Allí, en "Casa Manteca" podemos encontrar diariamente al cuartetero Juan Villar El Masa", al cantaor flamenco José Jiménez "El Piti", y a multitud de personajes y amigos que forman en unas reuniones insólitas en las que lo mismo se forma una fiesta por bulerías que aparece un trío de músicos cubanos o un grupo de comparsistas evoca coplas de otros años a compás, golpeando con los nudillos la vieja madera del mostrador alto del bache.

El volumen se presenta con un alto número de fotografías de los últimos cincuenta años de la historia de Cádiz, cerca de ochenta instantáneas, donde aparecen buena parte de los más de seiscientos personajes que comparten la historia de Manteca.

La historia de la ciudad es también, y sobre todo, la historia de sus personajes. Cádiz cambia a velocidad de vértigo y el propio Manteca reconoce que la ciudad que vive hoy es muy distinta de la que ha dejado atrás en estos últimos cincuenta años. Un Cádiz distinto pero no menos peculiar con el sello que le dan sus habitantes, Pepe Ruiz Manteca, montañés de origen, es uno de ellos.

DISCURSO CON TANGO PARA PRESENTAR LAS MEMORIAS DE MANTECA, por Antonio Burgos

Hay quien dice que Cádiz no tiene fiestas, pero nadie reconoce que tiene la Viña más prodigiosa del mundo, al Libro Guinness del tirón, una Viña de categoría. Todas las viñas del mundo, las de Burdeos y las de Jerez, las de Borgoña y las de California, las del Rioja y las del Rivera sin Ordóñez, dan uva, menos La Viña de Cádiz, que en lugar de uva da directamente vino. Vino en El Escalón entre recuerdos toreros del Rebujina y Periquito el Melu con su compadre; vino An Cá Felipe con prodigiosos aerolitos viñeros, otra vez nieve en Cai, y con el letrero que subyuga hasta al mismísimo Arturo Pérez Reverte anunciando las caballas acabaítas de pescar, las zapatillas y las herreras, "casi tós estos pescaos han trabajado de extras en las películas del Comandante Custó"; vino en el Carapapa, medias limetas de los mostradores de la Viña, mostradores de mi barrio y del Noli, a cuyos nudos y nudillos no hay que hacer la prueba del carbono 14 porque te dan siempre los catorce y el pleno al 15 de tres mil años de gracia; y vino en un barco desde la Montaña su padre para que don José Manteca nos escanciase su vino con el rito sacramental de una cafetera, otra pal Guinness del tirón, Cádiz es el único sitio del mundo donde las cafeteras en vez de estar calientes están frías, y en vez de dar café, como aquí no hace falta ninguna que llueva café en el campo, en el Campo del Sur, en vez de dar café lo que dan es ora Chiclana, ora Sanlúcar, ora pro nobis quoniam in vino veritas vitae. El vino de la Viña, en una perenne vendimia sin pisa y sin mosto, sin botas y sin andanas, lo dispensa sacramental y generosamente Su Ilustrísima el eminentísimo y reverendísimo señor doctor en toros, gallos, cante y amistad Don José Ruiz Calderón, ordinis fratris montañesorum, Manteca en el siglo de las luces por la parte de en el barrio de la Viña han puesto luces extraordinarias, hay que ver cómo reluce esa calle de la Palma cuando hacia su episcopal bache de la esquina de San Félix, como obispo titular de la sede del Corralón, va impartiendo bendiciones de saludos y miraítas por encima de las gafas Don José, que es tan apostólico y tan romano del teatro del Pópulo que se debería haber llamado Pedro, por aquello de las pieras de la Caleta, y haberle dicho el mismísimo Nazareno en persona, cuando bajó por vez primera Jabonería tras haber creado los mares de barquillas y las tierras de piera ostionera y viese que aquello no estaba bien rematado, porque la faltaba un buen final y entonces pintó los malvas del atardecer en la Caleta, diciéndole a nuestro evangélico y diario taumaturgo del milagro de la multiplicación de los panes del horno de la Gloria y los peces de la Tarifeña o los arencones de barrica: "Tu est Josephus, sed vocabo tibi novus Petrus gadirensis, quoniam Petrus es tamquam caletera piera, et super hanc pieram, quam infideles petram apellant, edificabo Caletam et Vineam meam et gaudebo in bachis tuis, llena aquí otra vez"...

He llamado Doctor al señor Obispo pero quizá conviniese mejor destacar más adecuadamente su título de bachiller, tan cervantino por la parte de Don Quijote con Cervantes y colorantes, de los señores Carapapas y Bati, académicos de Argamasilla pá los cristales. Don José es supremo bachiller, porque bachiller viene de bache; en su etimología "bachiller" significa "el que tiene su ayer de la sangre de sus venas y tó su ser en un bache". Su ser e incluso su cope y su onda cero, y en materia de baches el señor Obispo de la Viña tiene hechos todos los bachilleratos del mundo, a la suerte natural y a la suerte contraria, por soleá y por seguiriyas, con los espolones muy bien puestos y nunca cantando la gallina, e incluso tiene hecho un MBA, que significa Master en Baches de Andalucía.

Pues nuestro bachiller es el supremo sumiller del bache, el doctor en Física, que tras hacer líquida una guita o tras fundir en oro las medallas, te la escancia en una cafetera, mientras se gasta cada día el equivalente a tres bosques nórdicos o cuatro para hacer pasta de papel de estraza donde ponerte la tapa. Como dice Felipe el Coñeta, que es de la competencia, don José anda gracias a Dios cortito de vajilla Lo Mónaco. En esa vajilla de papel de estraza, un mojón pá Limoges y otro para la Compañía de Indias, don José pone de tapa lo que a él le da la episcopal gana y le salga de los corralones, no es don José un almacenero como su colega Rogelio el de Trifón de Sevilla, al que puede uno dirigirse en súplica del lomo en manteca o de la anchoa de Bermeo. La liturgia por el rito corraloniano que don José ejerce en su sede dice en su rúbrica que nadie tiene categoría ni tiene cojones para pedirle una tapa al señor obispo, que sabe mejor que nadie lo que te tiene que poner, cuándo te lo tiene que poner y en qué cantidad te lo tiene que poner. El señor Obispo, en su bache de bachiller en amistad, no te da tapas, te da indulgencias plenarias de gloria bendita, en forma de exhortaciones pastorales de chicharrones, admoniciones de morcilla de hígado o decretos episcopales de unas poquitas papas del Corralón recién traías por el difunto Mena, que sigue trayéndolas, mientras en papística materia El Lolo de Cai te cuenta otra vez cuando sacaron Los Cosacos de Papas. Y a pesar del papado del Corralón, nunca anduvo el señor obispo en conjuras para que lo nombrara Papa el consistorio, entre otras cosas porque la fumata blanca iba a oler canutera, y no de melva precisamente. El señor obispo, respetuoso con la jerarquía, sabe que lo suyo es el episcopado viñero, que la parte del papado queda en el vaticano de papas verdaderamente pontificias del Corralón.

Más de Guinnes Book y sin salir de las papas: la tienda de Manteca es el único bache del mundo donde puedes coger simultáneamente dos papas, dos, de dos naturalezas distintas y un solo Cádiz verdadero, vamos, lo que llamamos Cádiz, Cádiz; a saber, con la cabeza, puedes coger la papa de manzanilla y con la mano, como Corralón tiene premio, pues el premio de la riquísima papa del Corralón, recién fritita con ese puntito de ajo, sin premio, que es un secreto mucho mejor guardado que todos los de la CIA y el FBI juntos.

A todos los obispos les llaman el ordinario del lugar, pero a este obispo nuestro de la Viña, tras leer el libro de sus memorias contadas por los evangelistas Curro Orgambides y Chotín Otero, debemos llamarlo no el ordinario del lugar, sino el extraordinario del lugar, la más extraordinaria persona del lugar más maravilloso del mundo, que es Cádiz, y dentro de Cádiz, la Viña, y dentro de la Viña, el Corralón, y dentro del Corralón, esquina a San Félix, el amarcén del Manteca, y dentro del amarcén del Manteca, pues como en el final del pasodoble de Los Llaveros, tire usted pá dónde quiera, pá la parte de antiguo almacén o para la parte de moderno bache. Lugar extraordinario del extraordinario del lugar que es la verdadera Casa del Obispo. La apócrifa Casa del Obispo está junto a la Catedral de mi Cádiz, que es tan bonita, que es tan bonita, que parecen de plata sus campanitas, pero la han tenido que restaurar, porque estaba hecha una pena. La verdadera Casa del Obispo, la Casa del Obispo de La Viña, está no lejos del templo de los ladrillos coloraos y no la han tenido que restaurar, porque siempre está hecha no una pena, sino una alegría, tirintitrán, tran, tran, ya que desde ese sede episcopal don José limpia el mostrador, fija los chicharrones sobre su patena de estraza y da esplendor a la manzanilla, tirititran, tran, trero.

Las ciudades son su historia, las gestas de sus héroes, los gestos de su mentalidad colectiva, sus tradiciones, sus ritos, su habla, las campanas de sus torres o la luz de sus atardeceres. Pero, sobre todo, sus hombres, y la memoria que la propia ciudad tiene de ellos. Hay siempre unos fundadores de la ciudades, mitológicos y legendarios en nuestro caso, como Hércules, pero las ciudades se siguen fundando cada día. En los frisos del Monumento tenemos el relieve de los personajes que fundaron el espíritu doceañista del Cádiz de la Pepa. En el friso de la memoria de la ciudad tenemos el relieve de los personajes que fundaron el espíritu trimilenario de la gracia de Cádiz: las dinastías de los Espeleta, los Ortega, los Melu, los Martínez, los Vargas, los Rodríguez Rey, casas cada una de ellas tan ilustres como las de Alba o Medinaceli. Y no lo digo a humo de pajas. A José Gómez Ortega, Gallito, rama que viene de este tronco de los Ortega de Cádiz, le preguntaron una vez por el duque de Alba de su época y dijo:

-- Mi casa y la de Alba siempre se han llevado muy bien.

Como la Casa Manteca se llevó muy bien con la casa Medinasidonia, por aquello del atún y a ver al duque. Ahí, en ese gran friso escultórico de los doctores de la sabiduría popular gaditana, de los filósofos que escriben sus obras completas en una sola frase, hay que inscribir a nuestro personaje, que en el libro de Orgambides y Otero anota con tiza y cobra la grandeza de la oralidad. Lees el libro y estás oyendo hablar a don José sin necesidad de cinta magnetofónica ni de DVD. Bueno, sí, es un poquito el DVD de Manteca, pero tomando esas iniciales de DVD como Derroche Verdaderamente Delicioso. La gracia de Cádiz en estado puro. Un tratado de Historia del Arte de la Gracia. Libro que se inserta en una tradición privilegiada que tiene Cádiz, al poder contar con obras que salven más allá de sus propios tiempos el prodigio de la cultura de estos relatos orales, un caso único de literatura popular, como el ciclo de los romances hecho prosa en nuestros días. Literatura de tradición oral. La obra del señor obispo de la Viña se inscribe en la tradición del libro que hizo Ortiz Nuevos sobre los embustes de Pericón, del que acaba de publicar Juan José Téllez con toda la magia de Chano Lobato, de la biografía de Antonio Ortega sobre Macandé. O del libro sin papeles de las grabaciones en que Quintero recogió la gracia de los relatos orales de don Benito Rodríguez Rey, otro obispo, de la orden benidictina del Beni de Cai.

En todo el relato del libro está oyendo uno a don José. Quiero decir que está oyendo a un gran señor. Días pasados, el gobierno del Reino de España concedía la medalla de oro del Trabajo a un tabernero de Sevilla, también hijo de montañés, a Rogelio Gómez el de La Flor de Toranzo, vulgo Casa Trifón. Cuando el vicepresidente del Gobierno le comunicó la noticia, Trifón dijo:

-- ¿Pero cómo va a ser un tabernero excelentísimo señor?

En las memorias de Pepe Manteca está la respuesta. Ahí tenemos las razones por las que un tabernero es un excelentísimo señor. Nada menos que todo un señor. Hay quienes tienen muchos títulos y como dice don José, son archimillonarios. Pero nunca serán unos señores, por mucho que lo intenten. Eso no se compra con dinero. Sobre el trabajo y sobre el respeto a los demás, sobre la suprema dignidad y el dificilísimo arte de saber estar en su sitio y de poner a cada uno en el suyo, José Manteca ha constituido el señorío con jurisdicción exenta que queda patente en estas páginas.

He situado a "Escrito con tiza" en la tradición literaria de los relatos orales gaditanos pero quizá este libro es de más amplio espectro, va más allá del mundo del cante, se adentra por los toros, por los gallos de pelea, por el paisaje urbano y humano de Cádiz, por la intrahistoria de la ciudad, por sus usos y costumbres, por sus leyendas y sus personajes, por el ancho mundo. José Manteca es como aquel vino de Agustín Blázquez, un Manila viajado, y es tan gaditano quizá porque ha estado abierto a tanto mundo como ha recorrido, de San Juan de Puerto Rico a Alemania, pasando por todas las aduanas con guasa de los Estados Unidos de América. Todo eso de Castellón que ahora se dice también lo inventó Manteca. Su Castellón incluso estaba un poquito más lejos, en Hamburgo, donde hace una mijita más de frío que en Castellón, porque en Castellón nadie tiene que ponerse cinco calzoncillos largos uno encima de otro, porque en Hamburgo no hace humedad, en Hamburgo hace un frío del carajo.

Aquí está la memoria de la Tienda del Matadero y de la Privadilla, de los flamencos del Café Español, de los recuerdos pasiegos de Tesanillo en un paisaje de chicucos de Villacarriedo, en Cádiz con pimpis y embarcados, con ultramarinos y coloniales, con marineros y flamencos. Está la memoria de El Cojo Peroche, y se documentan muchas de sus historias, atribuidas sin fundamentos a otros personajes gaditanos de esta saga de la gracia. Punto en el cual son impagables los datos de documentación que Orgambides y Otero Lacave ponen a pie de página. En esas notas a pie de página hay como el esbozo de otro libro, el paisaje humano y urbano sobre el que emerge la figura del relato de nuestro protagonista.

En el libro y en la memoria de José está Aurelio, está Caracol, está Camarón, está Peñita. Desde el libro nos están mirando desde La Caleta los célebres ojos de la caballa famosa de su relato. En el libro está una infancia de fatiguitas y cartillas de racionamiento en el Cádiz de la explosión y la plaza de toros y la fiesta del Corpus, y don José León Carranza, y el Batallón Infantil. Están los niños que juegan al toro, los que quieren ser picadores y los que quieren ser bomberos. Los inspectores de abastos y los puestos de la plaza. La calle Ancha y los Callejones. Está la memoria de los Melu, otros señores, como el gran Agustín, de quien recuerdo una carta abierta en el Diario, en los tiempos de su bar de El Burlaero, donde escuché a Los Ceporros, va a enterarse el auditorio, de una carta que le manda. Que la carta era que Periquito, el hijo del gran Agustín el Melu, había tenido un accidente cuando estaba haciendo el servicio militar en Canarias y se había portado muy bien con la familia el capitán general de las islas. Y don Agustín le dio las gracias en el diario, en una carta abierta muy ceremonial, Versalles puro del señorío popular, que comenzaba diciendo: "Soy Agustín, de los Melu de Cádiz..." Aproximadamente así, con esa grandeza y señorío, encabezaría Lucio Cornelio Balbo sus cartas a Pompeyo: "Soy Lucio Cornelio, de los Balbo de Cádiz". Balbo o Melu, Melu o Balbo, qué más da, toda esa grandeza del teatro romano de la sabiduría del Senatus Populusque Gadirensis está en este libro, con Melu el Mayor y Melu el Menor y con todos los Melus y todos los Balbos del cante y de la gracia.

Y la grandeza de torero. Manteca ha sido muchas cosas en esta vida: "actividades diversas", las llama humildemente. Las ha sido sin dejar de ser una sola: torero. A otros que se visten de luces tiene que llamárselo la gente desde el tendido, a la mexicana, "¡torero, torero, torero!" Aunque se lo digan, no lo son. Por el contrario, Joselito Calderón, José Ruiz Calderón, José Manteca, Manteca de Cai, don José Ruiz, el Maestro Manteca, llámenlo como quieran, es torero y es él quien nos lo dice en silencio, sin pronunciar una sola palabra, con sus gestos, con su estilo de vida, con su filosofía, con su elegancia, con su señorío, con su suprema dignidad en el trabajo, con ese tempo como "andante maestoso" con que se mueve en su almacén, por muy empetado que esté, sin perder nunca ni el compás ni el temple. ¿Que no tomó la alternativa? Qué más da, ésas son circunstancias de la vida. ¿Qué más alternativa que sus viejos cornalones y sus estancias en el Sanatorio de Toreros, donde el doctor Jiménez Guinea le decía cada vez que llegaba con las carnes rotas, "pero otra vez estás aquí, hijo"? Dice don José en la página 104: "Ser figura del toreo es más difícil de que te toque la primitiva". A él le tocó esa primitiva en la primitiva ciudad de Cádiz. Manteca es figura del toreo de la vida, del trabajo y del señorío, que eso sí que es difícil. Más difícil que para un cura llegar a obispo, y él ha llegado a obispo de la Viña. Don José es torero y lo será siempre. Lo dice en la página 102: "Torero hasta que me muera no lo voy a dejar de ser".

Las cornadas viejas de la vida las ha olvidado. Lo más bonito del libro es que no tiene ni una palabra desagradable para nadie, ni un mal recuerdo de nada. Generosidad se llama la figura. Y de ojaneta de la Caleta, cero cartón del nueve en la lotería de la piera cuadrá. Don José es señor de sus silencios y no se hace esclavo en estas memorias de una palabra más alta que otra, sino cada una de ellas más honda que la anterior.

Y gracia, toda la del mundo. Sin querer reventarle el libro a Curro y a Chotín, no quiero dejar de recordar cómo cita al ganadero de bravo don Leopoldo de la Maza y Falcó, Conde de la Maza, que, como le llamaban Poli, por Leopoldo, para Manteca es "don Policarpo no sé cuantos, de unos apellidos ilustres, alemanes". O cómo cita a don Enrique García Agulló, con quien se echó en Sevilla un pulso a ver quién saludaba a más gente por la calle para no tener que convidar. De don Enrique García-Agulló y Orduña dice Manteca: "Quique García Agulló era delegado de eso donde llueve mucho, sí, hombre, de la Confederación del Guadalquivir". Y luego, el brindis de la lidia y muerte de un toro al señor gobernador del Estado Libre Asociado de Puerto Rico. En sus viajes postcolombinos para el descubrimiento y conquista de América con los gallos de pelea, estaba Manteca en la Isla del Encanto, bastante tiesecito, y para ayudarse vendía pares de zapatos de Segarra en la plaza de Armas del viejo San Juan, puestos en el suelo sobre una manta, que Manteca también inventó lo del top manta, pero en clase de zapatos de Segarra. Había vendido ya y a buen precio todos los pares de zapatos que llevaba, que los mulatos y los negros se lo quitaban de las manos, pero le quedó colgado uno del número 47 y siete mil, grandísimo, grises, de ante. Y fue entonces cuando se organizó una corrida de toros y cuando contrataron a José. Y a la hora del tararí del último tercio, le dijeron que le brindara el toro al señor gobernador, que estaba allí, en una barrera, de estas barreras de los pueblos que asoman los pies por debajo. Se fue José con loa avíos de matar para brindar al gobernador, y cuando llegó delante de él endiqueló los pinreles asomándole por debajo de la barrera. Unos pinreles estrictamente enormes. Esta es la mía, pensó José. Porque se acordó inmediatamente del par de zapatos de ante, grises, preciosos, del número 47 mil, que se le habían quedado colgados. Y fue entonces cuando hizo el más memorable brindis de la historia del toreo, pues le dijo, sin dejar de mirar lo bien despachado de pinreles que estaba el tío:

-- Señor gobernador, tengo el gusto de brindarle a usted este toro, y además, le voy a decir a usted una cosa: yo tengo también mucho gusto en regalarle a usted un par de zapatos que no vea usted qué par de zapatos, señor gobernador, unos zapatos de categoría.

De cómo estuvo José en aquel toro no queda memoria en el Cossío. Sí queda en cambio memoria en el Orgambides y Otero de cómo estuvo José en el brindis del par de zapatos al gobernador de Puerto Rico: inmenso, que diría Miguel el Potra, otro filósofo contemporáneo de la Bética. El par de zapatos le estaban tan bien a los pinreles del gachó, que le mandó al torero trescientos pesos. Aun no se sabe si los trescientos pesos del gobernador del Estado Libre Asociado de Puerto Rico eran por el brindis o eran por los zapatos. Yo creo que era más bien por los zapatos, hasta entonces libres y desde aquel momento asociados a aquellos dos pedazos de pinreles, qués dos pedazos de pinreles tenía el gachó.

En el libro hay rescates y valorizaciones de toreros, como Rafael Ortega, Pacorro, Chele, la gracia granadina de Bojilla, la desgracia del pobre Coli, o como de Miguelín, "que corría más patrás que palante". Hay una escena memorable donde José torea con una toalla y Curro Romero le dice ole. Hay revelaciones fundamentales para la historia del cante, como que Aurelio no compró tabaco nunca y que se tomaba todos los cafés de balde del mundo que tú le dieras. O sobre Alonso Rancapino, que canta tan puro y tan rancio que es para echarle mayonesa. Y está la mejor definición literaria del miedo en el toreo que nunca he leído a nadie, ni a Hemingway ni a López Pinillos, ni a Chaves Nogales ni a Cañabate. Es la teoría del pasito. José no llegó a figura del toreo en las plazas por que el miedo le impidió dar ese pasito. Escuchen su relato:

"Te dicen, vamos a arrimarnos, vamos a comprarnos un cortijo, venga los toreros, vamos a comprarnos un Mercedes. Y tú dices: Inmediatamente, cuando salga el toro me lo voy a comer. Porque uno quiere tener un Jaguar o un Mercedes o un cortijo y quiere tener un caballo y esto y lo otro. Y cuando sale el moreno, te entra un miedo, y se dice uno: ¿Que hago yo aquí, hombre? Si yo lo que quiero ser es tendero o pescadero, qué hago yo aquí si esto es lo más difícil del mundo? Y tú sabes que dando un pasito adelante se te arranca y la gente se pone, ole, ole. Lo sabes tú y lo saben todos los toreros. Pero ese pasito no lo das. No te deja el corazón. O la mente. Delante del toro no quieres ni un cortijo ni un Mercedes ni un Land Rover, ni botas altas, ni campo ni ganado, tú lo que quieres es ser almacenero, ¿cuántos vasos de vino pongo aquí?" Y cuando la gente dice pónsela, pónsela, hay que tener unos cojones para ponérsela. Y la gente, bájale la mano, bájale la mano, pero chiquillo si tú estás loco por irte. Si lo que quieres es irte de ahí y ponerte a cobrar la luz como todo el mundo o a despachar, ¿señora, qué quiere usted, dos metros de tela?"

Más expresividad con menos recursos no se puede conseguir como la lograda en este soberano relato, tan perfectamente transcrito, como el libro todo, por Francisco Orgambides y José María Otero Lacave.

Y como yo también estoy loco por irme y ponerme a cobrar la luz como todo el mundo, permítanme finalmente que en homenaje a don José y al monumento de sus memorias le lea un tango que hice en forma de cable para Salvador Ramallo y los amigos del coro de Los Dedócratas, el año de "Vamos de etiqueta". No sé si en aquel coro metieron o no la letra aquel tango o si ni siquiera iba en el libreto. Con la venia de su ilustrísima, señor obispo, va por usted, como un añadido a este brindis. Al fin y al cabo, este tango es como un par de zapatos de ante grises del número 47 mil que se me habían quedado colgados y que yo sé que a usted le van a venir divinamente:

El gato duerme en su silla
y aquel canario canta en su jaula
y le hace la competencia
a alguna cinta del Caracol,
entró, entró La Uchi sin bicicleta
llegó, llegó El Piti, ya son las dos.
Ay tienda con toa la gracia
de tó ese embrujo que tiene Cádiz,
en donde Pepe el Manteca
es el obispo del Corralón.
Ay, tienda con los carteles
de sus quereres de ser torero,
de gallos de reñiéro,
y cantes de Pericón...
Si nadie te ha escrito un tango,
ahora José voy a dedicarlo,
que aunque sé que no te gusta
no te asusta el Carnaval.
José Ruiz, qué gaditano,
tú eres como la Caleta
metía en Manteca,
como etiqueta de vino bueno ...
Ay Manteca,
con esas papas recién traías,
con tus toreros...
No te importe que no fueras
un matador porque tu afición
es tu tienda vieja en sabor,
como un templo de la Viña,
de toros y de cantiñas,
tu señorío allí se refleja,
señor de gallos y seguiriyas,
que cuando cortas morcilla,
cortas, Manteca, las dos orejas.

 

 

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