El pasado Viernes Santo fue la última vez que se cruzó con el
entrevistador antes de grabar esta interviú. Se colaba por entre
los escasos nazarenos de terciopelo azul hasta ponerse frente al
dintel de la Carretería, cuando el sol -ese sol traicionero y
solemne de la hora nona- se clavaba en los varales salomónicos del
añejo y romántico palio. Quien esto transcribe portaba una vara
con el estandarte, y, naturalmente, le hizo sitio. No en vano todo
el mundo susurraba: «Es Antonio Burgos».
-¿Sientes alguna vez remordimientos por haberte inventado una
Sevilla que no existe?
-Yo creo que todos los que escribimos de Sevilla nos la
inventamos. Sevilla es un objeto literario; es más, un objeto
literario que después cobra realidad por aquello de Machado de que
hasta que el pueblo las canta las coplas coplas no son. Yo muchas
veces escucho en boca de la gente como concepto de definición de
Sevilla cosas que ha escrito a lo mejor uno, o puntos de vista que
uno ha puesto de moda, o incluso palabras que ha acuñado. Todos
intentamos hacer una teoría literaria de la ciudad y desarrollar
esa teoría literaria de la ciudad, por supuesto que inventada.
Sevilla, a lo mejor, no existe. Al menos esa Sevilla que todos
pensamos cuando escribimos de ella desde el amor o desde el odio o
desde ambos a la vez. Sublimamos lo mejor de ella y nos olvidamos de
muchas cosas de esta ciudad, la muy difícil ciudad de Sevilla (eso
también me parece que lo escribí yo), o la muy falsa ciudad de
Sevilla, o la muy cobarde ciudad de Sevilla. Nos olvidamos de que es
falsa, cobarde, novelera, y nos vamos a ver en este tiempo la
belleza de la jacaranda en flor o del magnolio del Alfolí con sus
flores blancas.
-Lo cual es una realidad tangible.
-Sí, nos aferramos a realidades tangibles, incluso inmutables.
Yo digo que a mí me gusta mucho el mar porque si tú te compras una
parcelita en el campo, como tanta gente, y te haces tu chalé con
unas vistas maravillosas de unos montes, llega un cateto y entre el
monte y tú te hace una nave para los tractores. En el mar ningún
cateto puede hacer una nave para los tractores. Ni a la jacaranda ni
al magnolio los puede recalificar nadie para pegar el pelotazo ni
ningún político puede dejar su impronta de por aquí pasó. En
Sevilla se han hecho muchos crímenes en nombre de un gerundio. Yo
personalmente fui en un momento dado de mi vida víctima de un
gerundio. En Sevilla se hacen muchas cosas para que alguien pueda
luego poner un azulejo o un mármol diciendo «siendo teniente de
alcalde...» o «siendo delegado de...» o «siendo hermano mayor...
fulano de tal». Aquí todo el mundo quiere dejar la impronta en la
ciudad. Literariamente, yo creo que los que vivimos de ella también
queremos nuestro gerundio correspondiente: «Siendo cronista de esta
ciudad don fulano de tal fue acuñada la imagen de que Sevilla era
una ciudad muy difícil y muy joía por culo».
-Tú hablas de una ciudad inmutable. ¿Dónde está?
-Está en lo que yo llamé en mi discurso de ingreso en Buenas
Letras el patrimonio inmaterial de esta ciudad. Un nazareno de El
Silencio sobre un fondo de cal; eso, gracias a Dios, es inmutable.
Un óle en la plaza los toros, con una luz determinada, con un
sonido determinado, con unos vencejos del Arenal por encima; eso,
gracias a Dios, es inmutable. El reflejo de la Luna en el río es
tan inmutable que tal como lo describe Almutamid es como lo puede
ver cualquiera que se asome al puente Triana. Nos queda mucho de
ciudad inmutable. Entre otras cosas porque yo creo que Sevilla puede
con todo lo que le echen. ¡Se cargarían cosas las
desamortizaciones en esta ciudad! ¡Se cargaría cosas la propia
Exposición del 29 en esta ciudad que mi maestro Manuel Halcón uno
de sus primeros artículos fue en El Liberal oponiéndose a la
construcción de las torres de la Plaza España que iba a hacer Aníbal
González! Aquí no hay nada nunca nuevo bajo el Sol, padre y
tirano. ¡Se cargaría cosas el desarrollismo, el Prica aquel de los
patios abiertos a fachada en el centro histórico, la Expo! Sevilla
ha podido con todo eso, y Sevilla sigue permaneciendo. A mí me
gusta mucho el verso ese de Quevedo de «solamente lo fugitivo
permanece y dura». La permanencia de Sevilla está mucho en lo
fugitivo, en lo efímero, en lo que pasa. La capacidad de
resistencia de la ciudad es grande. Pocas ciudades del mundo han
podido resistir, y Sevilla lo ha resistido, dos exposiciones
universales en el mismo siglo. Meterle a una ciudad en un mismo
siglo dos exposiciones universales no es un proyecto de progreso, es
una jangá. Y Sevilla ha podido con las dos jangás. A la vista está:
cada vez vienen más japoneses en calzones cortos para vernos. ¿Vienen
a ver los japoneses en calzones cortos las cajas de zapatos de mármol
de Macael que ha hecho la Junta? No padre. Vienen a ver la Sevilla
fugitiva que, gracias a Dios, permanece.
Sevilla, un sueño
-Siendo un poco apocalípticos, ¿le puede llegar a esta ciudad
la hora terminal, el polvo enamorado, volviendo a Quevedo?
-Yo pienso que no. Al menos siempre permanecerá -y ahora no me
gusta citarlo porque es demasiado políticamente correcto- lo de
Cernuda: aquello de «Andalucía es un sueño que unos cuantos
andaluces llevan dentro». Sevilla, a pesar de todo lo que le hacen,
yo creo que seguirá siendo el sueño de unos cuantos sevillanos.
Esa alegría del sevillano del reencuentro con la ciudad -hablo de
mañana de Domingo de Ramos, hablo de amanecer del Corpus, hablo de
entre las dos luces del día cuando sale la Virgen de los Reyes-,
ese reencuentro con lo que permanece de la ciudad, por mucho que se
destruya... Quizá esto de ser sevillano sea una actitud ante el
mundo, una forma de mirar el mundo. A mí me gusta ir siempre en
contramano. Por eso me han puesto tantas multas a lo largo de mi
vida. Ahora está muy de moda la autoflagelación del sevillano en
este tipo de entrevistas. Lo políticamente correcto sería que yo
ahora te dijera que los sevillanos somos unos chovinistas, que aquí
padecemos el ombliguismo. Yo no sé por qué esa cosa de culparnos a
los sevillanos de la grandeza de lo propio.
Falsos, cobardes y noveleros
-Me sorprende que hagas la apología del sevillano
vanidoso, porque tú en su día decidiste reencarnarte en Abel
Infanzón en un guiño descarado a don Antonio y aquello de qué
maravilla Sevilla sin sevillanos. ¿En qué quedamos?
-Hablo de la ciudad, y no de los sevillanos. En punto a los
sevillanos, si la ciudad es falsa no es porque sea falso el
Giraldillo, que el actual lo es; ni porque sea falsa la Torre del
Oro, que la actual todavía no lo es. Si la ciudad es falsa es
porque los sevillanos son falsos. Si la ciudad es cobarde es porque
los sevillanos somos cobardes. Si la ciudad es novelera es porque
los sevillanos somos noveleros. Aquí es la ciudad donde más
abrazos te pegan del mundo y donde más tiras de pellejo te sacan en
cuanto que te has ido. El propio gusto taurino de Sevilla es por un
lado la sublimación del miedo a través del arte -se les exige a
los toreros del arte que tengan miedo porque un poco nos miramos
todos en el toreo del arte y en el miedo del toreo del arte. Aquí
sale un torero que contradice el esquema de la ciudad y le ponemos
de Diego Valor, que es Diego Puerta. No iba muy descaminado Machado
cuando decía eso. Aunque yo estos que se fueron de la ciudad -y
ahora se habla mucho de ese tema con lo de Cernuda- yo creo que habían
tenido que haberle echado dos cojones y haberse quedado aquí. Como
Joaquín Romero Murube, que le echó dos cojones y se quedó aquí.
Porque lo que no sabemos de Joaquín Romero es que era republicano
hasta las cachas, que lo habían colocado sus correligionarios
republicanos del Partido de Diego Martínez Barrios de conservador
en el alcázar, y que aguantó el tirón el tío. ¿Qué fue Joaquín
Romero? Un referente moral, ético, estético, durante la dictadura.
Si Joaquín Romero hubiera muerto en Méjico, nadie hubiera escrito
«Los cielos que perdimos». Esto es tan complicado, Angel, que aquí
la tentación es irse. Yo quizás sea un bicho raro, y esté ahora
mismo en una especie de reserva de Doñana de bichos raros de esta
ciudad que nos han puesto aquí una reserva natural que escribiendo
un artículo todos los días podamos permanecer aquí como si fuéramos
linces ibéricos o especies dignas de protección. Porque viendo a
los sevillanos, la incultura de esta ciudad, la sublimación a cada
momento del mal gusto, lo que te pide el cuerpo es preguntar a qué
hora sale el primer avión. Como le pidió el cuerpo a Cernuda, a
Machado, a Manolo Mantero, a Rafael Montesinos, a Manolito Sánchez
del Arco, a Manolo Díez Crespo. Sigue poniendo todos los nombres
que quieras. Los que hemos resistido y no hemos cogido el primer avión
y nos hemos quedado aquí dentro... La gente se cree que yo no vivo
en Sevilla. Me hace mucha gracia. Ante esta Sevilla lo que te pide
el cuerpo es tirar la toalla y irte a Madrid a ponerte en cola, como
decía Pío Baroja. Por estar aquí hay que pagar un IVA (Impuesto
de Valor Añadido), o un impuesto de vecino de Andalucía. Publicas
un libro y presentar ese libro para que la gente se entere de que lo
has escrito te cuesta siete veces más viviendo aquí en Sevilla que
viviendo en Madrid. Y si te dedicas a algo tan raro como esto de
escribir pues es que ya ni te cuento.
-¿Qué es lo que te retiene? ¿Tal vez ese comentario que oyes en
la calle y que tiene derechos de autor A.B.?
-No. Yo me fui un tiempo de esta ciudad, por circunstancias que tú
conoces y que no está al caso mencionar. Me fui a Suiza. Estuve
viviendo un curso en Suiza. Entonces le dije a Isabel: «Mira, nos
vamos a volver a Sevilla porque yo prefiero que me mate la ETA a que
me mate la tristeza». Los que estamos hechos para vivir aquí no
podemos vivir en otro lado. Bueno, después aquí hay que ir a lo de
Bécquer, que algunos sevillanos tenemos alegre la tristeza y triste
el vino. Esa alegría de Canal 47 a mí no me interesa nada.
-¿De aquí, de Sevilla, no te echa nadie?
-Mira que han hecho para echarme. Yo me encontré a los cuarenta y
tantos años en una situación muy divertida, que fue con una mano
detrás y otra delante. Eso es una situación ante la vida un
poquito complicada. Podría haberme ido a Madrid entonces, y no me
faltaron, gracias a Dios, ofertas para irme. Pero a mí no hay quien
me eche de Sevilla. No hay ni señorito, ni maestrante ni ETA que me
eche de Sevilla. Pon lo de maestrante, que tengo mucho interés.
«ABC es el periódico institución de
Sevilla»
A. P. G.
-¿Cuál es el secreto de ABC en Sevilla? Porque la grapa no es.
-Yo en el discurso del Cavia dije que Torcuato Luca de Tena, póstumamente,
había dejado en Sevilla una especie de Plaza de España periodística,
de la misma época que la otra, que era el ABC. La gente se va a
hacer fotos a la Plaza de España todavía, aunque esté la Expo,
porque ésa es la Plaza de toda la vida. Aquí los conceptos de toda
la vida son muy curiosos. La Plaza de España está ahí de toda la
vida, más o menos la trajo Almutamid, algo así. El ABC está ahí
de toda la vida. Yo he visto crecer el ABC, ojo. En mi casa, como en
tantas casas sevillanas, no eran suscriptores de ABC, que era el
liberal, y eso era pecado según se decía en los púlpitos de la época.
El periódico que entraba en casa era El Correo de Andalucía. Y era
el que más esquelas traía. Pero hubo un momento, que es el momento
Enramadilla del ABC, y el momento Dirección Guillermo Luca de Tena
-no debe nunca olvidarse eso- que deja de ser un periódico de
Madrid para convertirse en un periódico de Sevilla. Hay un momento
-y lo que te voy a decir no es un chiste, sino un hecho para que lo
estudien los teóricos de la comunicación- en que las esquelas
dejan de publicarse en El Correo de Andalucía y empiezan a
publicarse en el ABC. ¿Cómo se ha conseguido eso? Todas las
ciudades que no son Madrid tienen un periódico institución. Y el
periódico institución de aquí es el ABC. Yo, que actualmente
escribo en la competencia, aunque me he dejado muchos años de mi
vida ahí, lo tengo que reconocer. ¿Por qué sin grapa el Diario de
Cádiz es en Cádiz lo que es? ¿Por qué sin grapa El Ideal es lo
que es en Granada? No es cuestión de la grapa. Es cuestión de
convertirse en la institución de una ciudad.