Diario El Mundo

El Recuadro

 Antonio Burgos

El Mundo de Andalucía,  viernes 4 de septiembre de 1998


Don Berbel el tranviario

Kiki, de tranviario en Alemania

Gabriel "Kiki" Díaz Berbel, alcalde de Granada, guiando un tranvía en Alemania (Foto "Ideal" de Granada)

Comenzado el curso, de nuevo amarrado al duro banco de la galera tusquesca del recuadro, con la carpeta llena de pegatas flamantes y con esas novedad que es la Agenda Escolar, que tengo llena de ilusionantes proyectos, estoy muy enfadado con mi profe, la seño Soledad Becerril. Mi seño apenas me da tema para hacer estas redacciones escolares, mientras que a los niños del Colegio Ideal, de Granada, les sobran los asuntos que les da a puñadas su profe, Don Berbel. Hay que estar ciego en Granada, como en los versillos tópicos, para no sacar allí todos los días una columna sobre Don Berbel. La fuerza de Don Berbel es tanta, que incluso algunos días, como hoy, su fama traspasa cordilleras y ríos, y llega de la Penibética a la Vega, del Genil al Guadalquivir, del Reino de Granada al Reino de Sevilla y he aquí que es hoy la materia de mis escolares deberes, porque mi seño Soledad es tan seria que con ella no se puede hacer carrera, ni carrera literaria ni carrera periodística, ni entrambas enchampeladas, como aquí se persigue cada día.

Granada es un sueño, una ilusión que unos cuantos granadinos, como mi amigo don Justo Sánchez el director residente del Hotel Don Pepe de Marbella, llevan dentro. Pero Don Berbel quiere ahora añadirle nuevos perfiles a ese sueño. Don Berbel quiere que Granada no sea solamente la tierra soñada por mí, que escribió Agustín Lara antes de hacerse rico con los derechos de autor de la canción, sino que también se convierta en el sueño póstumo de Rafael el Gallo. El Gallo, andaluz genial, uno de esos filósofos populares que da nuestra tierra en el cante y en el toreo, medía la importancia de las ciudades por los tranvías. Y como quiera que su arte de los Ortega no era entendido por los garrulos de la garrota de los pueblos, llegó a una conclusión:

-- Sólo se puede torear donde hay tranvías.

El tranvía, para El Gallo, era la modernidad, el progreso, la gran ciudad, que vayas por la calle y no salgan las vecindonas a largar de ti detrás de los visillos y las persianas echadas. Don Berbel tiene que ser gallista, porque Don Berbel quiere que Granada sea cuanto ya es, una gran ciudad. Pero del mismo modo que cuando Dios creó el mundo vio que faltaba la mujer, ha comprobado que a Granada le faltan los tranvías, para, verbigracia, traer y llevar americanos hasta la puesta de sol del Mirador Clinton, nuevo Washington Irving de los Cuentos de la Alhambra.

Don Berbel sabe que la Europa que soñamos tiene tranvías.

E igual que Chaves se va al Cono Sur para que preguntemos con tilde sobre la ene a qué cono va Chaves al Cono Sur, Don Berbel se ha ido a la patria tranviaria, que es Alemania. Porque los tranvías de Alemania son grandecitos, que, si no, Don Berbel se trae a Granada un tranvía debajo del brazo. Pues no es nadie Don Berbel:

-- ¿Le envuelvo el tranvía, Herr Berbel?

-- No, me lo llevo puesto.

Don Berbel ha estado en dos de esas ciudades alemanas con nombre de falta de ortografía segura, Bochum y Geisenkirchen, que están unidas por el tranvía. Encerrado con un solo juguete, a Don Berbel le han dejado que hasta guíe un tranvía, para que se quite el mono de sus nostalgias del tranvía de Santa Fe. Y cuentan las crónicas que si Don Berbel es bueno como capitán de la nave municipal, como ciclista, como piloto aéreo y como patrón de vela, (no todo va a ser Nave del Estado), como tranviario es fenómeno, que lo hizo divinamente con un tranvía de 30 metros de largo, a más de 70 kilómetros por hora y durante más de media hora. Ni se le salió el troley. No hubo ni muertos. Ni siquiera muertos de risa en Granada. Don Berbel se lo pasó pipa, y aventajó muy notablemente a aquella muñeca chochona del felipismo que presidía la Renfe y que jugaba al tren eléctrico de verdad. No quiero ni pensar lo que hubiera ocurrido si en vez de Don Berbel coge el tranvía un tonto de Coria que nombrar no quiero...

 


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