Comenzado
el curso, de nuevo amarrado al duro banco de la galera tusquesca del recuadro, con la
carpeta llena de pegatas flamantes y con esas novedad que es la Agenda Escolar, que tengo
llena de ilusionantes proyectos, estoy muy enfadado con mi profe, la seño
Soledad Becerril. Mi seño apenas me da tema para hacer estas redacciones
escolares, mientras que a los niños del Colegio Ideal, de Granada, les sobran los
asuntos que les da a puñadas su profe, Don Berbel. Hay que estar ciego en Granada,
como en los versillos tópicos, para no sacar allí todos los días una columna sobre Don
Berbel. La fuerza de Don Berbel es tanta, que incluso algunos días, como hoy, su fama
traspasa cordilleras y ríos, y llega de la Penibética a la Vega, del Genil al
Guadalquivir, del Reino de Granada al Reino de Sevilla y he aquí que es hoy la materia de
mis escolares deberes, porque mi seño Soledad es tan seria que con ella no se
puede hacer carrera, ni carrera literaria ni carrera periodística, ni entrambas
enchampeladas, como aquí se persigue cada día.
Granada es un sueño, una
ilusión que unos cuantos granadinos, como mi amigo don Justo Sánchez el director
residente del Hotel Don Pepe de Marbella, llevan dentro. Pero Don Berbel quiere ahora
añadirle nuevos perfiles a ese sueño. Don Berbel quiere que Granada no sea solamente la
tierra soñada por mí, que escribió Agustín Lara antes de hacerse rico con los derechos
de autor de la canción, sino que también se convierta en el sueño póstumo de Rafael el
Gallo. El Gallo, andaluz genial, uno de esos filósofos populares que da nuestra tierra en
el cante y en el toreo, medía la importancia de las ciudades por los tranvías. Y como
quiera que su arte de los Ortega no era entendido por los garrulos de la garrota de los
pueblos, llegó a una conclusión:
-- Sólo se puede torear donde
hay tranvías.
El tranvía, para El Gallo,
era la modernidad, el progreso, la gran ciudad, que vayas por la calle y no salgan las
vecindonas a largar de ti detrás de los visillos y las persianas echadas. Don Berbel
tiene que ser gallista, porque Don Berbel quiere que Granada sea cuanto ya es, una gran
ciudad. Pero del mismo modo que cuando Dios creó el mundo vio que faltaba la mujer, ha
comprobado que a Granada le faltan los tranvías, para, verbigracia, traer y llevar
americanos hasta la puesta de sol del Mirador Clinton, nuevo Washington Irving de los
Cuentos de la Alhambra.
Don Berbel sabe que la Europa
que soñamos tiene tranvías.
E igual que Chaves se va al
Cono Sur para que preguntemos con tilde sobre la ene a qué cono va Chaves al Cono Sur,
Don Berbel se ha ido a la patria tranviaria, que es Alemania. Porque los tranvías de
Alemania son grandecitos, que, si no, Don Berbel se trae a Granada un tranvía debajo del
brazo. Pues no es nadie Don Berbel:
-- ¿Le envuelvo el tranvía,
Herr Berbel?
-- No, me lo llevo puesto.
Don Berbel ha estado en
dos de esas ciudades alemanas con nombre de falta de ortografía segura, Bochum y
Geisenkirchen, que están unidas por el tranvía. Encerrado con un solo juguete, a Don
Berbel le han dejado que hasta guíe un tranvía, para que se quite el mono de sus
nostalgias del tranvía de Santa Fe. Y cuentan las crónicas que si Don Berbel es bueno
como capitán de la nave municipal, como ciclista, como piloto aéreo y como patrón de
vela, (no todo va a ser Nave del Estado), como tranviario es fenómeno, que lo hizo
divinamente con un tranvía de 30 metros de largo, a más de 70 kilómetros por hora y
durante más de media hora. Ni se le salió el troley. No hubo ni muertos. Ni siquiera
muertos de risa en Granada. Don Berbel se lo pasó pipa, y aventajó muy notablemente a
aquella muñeca chochona del felipismo que presidía la Renfe y que jugaba al tren
eléctrico de verdad. No quiero ni pensar lo que hubiera ocurrido si en vez de Don Berbel
coge el tranvía un tonto de Coria que nombrar no quiero...