LA REVISTA
"FORTUNE", "Fortune" me parece que es, a ver si meto
la pata... Bueno, la que sea. Una revista norteamericana de las que son
boletines oficiales del Imperio de la globalización, como el
"Times" o el
"Newsweek", publica cada año la lista de las cien personas
mas ricas del mundo. Como en esa lista casi nunca sale un español, y si
sale suele estar equivocado, pues hay quien cita estadillos de grandes
fortunas de antes de la guerra sin actualizarlos, a mí me gustaría que
alguna revista por el estilo, pero española, publicara una lista que
sí que sería de verdad indicadora de los signos externos de riqueza,
como llamaban antes a los coches a efectos de declaración de la renta:
signos externos de riqueza.
Quiénes son las cien
personas del mundo es algo que me trae sin cuidado. Total, siempre son
los mismos, que si el Sultán de Brunei o de cualquier raro Emirato del
Golfo de los que sólo conoce Gómez Molina, el joyero de Marbella; que
si la Reina de Inglaterra, ésa que según Oriana Fallaci pasa detrás
de la Duquesa de Alba y además creo yo que tiene bastante menos dinero
que Cayetana... Gente así, y a menudo incluso bastante ordinaria, como
las monarquías americanas de los negocios: que si el Rey de los
Ordenadores, el Rey de las Pizzas, el Rey del Pan de Molde o el Rey de
las Berenjenas de Almagro, que es un señor de Almagro que nunca sale y
que tengo ahora mucho gusto en poner, como agradecimiento a las que me
mandan las hermanas Lorido de Puertollano.
A mí lo que de verdad
me gustaría saber como indicador de riqueza y prosperidad sería la
lista no ya de los cien, sino de los veinticinco mejores clientes de El
Corte Inglés. Entre otras cosas, para sacar de dudas a muchos maridos.
Todo marido español cree que su legítima esposa es la que más dinero
se gasta en El Corte Inglés. Suelo oírlo muy a menudo:
-- Mi mujer es la que
más dinero se gasta con la tarjeta en El Corte Inglés...
Y suelo decir a quien
tal afirma:
-- Eso no puede ser
verdad, porque la que más dinero se gasta seguro que es la mía...
Carmen, la mujer de un
amigo, creo que es la que bate el record. Tanto, que si se entera don
Isidoro Alvarez y mira el movimiento de cuenta de su tarjeta, seguro que
le ofrece un partido-homenaje. Sería todo un retrato de la sociedad
española saber, al modo de los pasajeros-kilómetro, las horas de Corte
Inglés que echa de media cada española. Algunas, sumadas las horas de
cada día, deben de contabilizar días enteros en la maravilla de los
probadores y los percheros de la ropa de temporada, cuando no entre las
exquisiteces del supermercado.
Los hombres vamos
menos, pero nos cunde más el tiempo. Vamos un día, y ante nuestra
seguridad entre las manzanas prohibidas del paraíso, nuestra mujer nos
dice:
-- ¿Pero tú cómo
sabes tanto de esto, si apenas vienes?
Es lo que me ha
ocurrido con Carmen. De Carmen dirá su marido, cuando le llegan los
cargos en la cuenta corriente del banco, que es la número 1 en esa
hipotética lista de los mejores clientes. Pero con tanto tiempo pasa
Carmen entre probadores y percheros, góndolas y cajas centrales, no ha
descubierto lo que yo. Se me quejaba un día de ciertas dependientas. Le
dije:
-- Haz lo que yo... No
te vayas a las dependientas. Cuando quieras que te atiendan bien, busca
siempre a los dependientes mayores, a los que tienen en la solapa el
escudito de plata de los XXV años...
Son un auténtico
tesoro no solamente comercial, sino humano. Dentro de la casa los
designan con una palabra preciosa, que el viejo don Ramón Areces trajo
desde Cuba y, nunca mejor dicho, con Encanto. A estos dependientes
veteranos los llaman interesados en la jerga interna de El Corte
Inglés. Porque tienen intereses propios en las ventas de los
departamentos a su cargo, mediante porcentajes de comisión. Cifras de
ventas y presupuestos al margen, la palabra está muy bien puesta porque
siempre están interesados, interesadísimos, en algo que no es ya
habitual en las grandes superficies: dar un trato al cliente a la
antigua usanza. Vamos, que parece que hasta traen jazmines en el ojal
las chaquetas que te sacan cuando te dicen:
-- Don Antonio, tenemos
ahí un traje clásico de los que a usted le gustan...
A medio cliente que
seas, aunque no te pases allí el santo día, te conocen por tu nombre,
recuerdan tus gustos. Todas mis amigas, por ejemplo, saben que en la
planta de las butiques tienen a su noble, leal, antiguo y efectivo
Herrera:
-- Herrera, ¿este lo
hay en mi talla?
Y Herrera que se pone
al ordenador y al teléfono y le encuentra a la señora su chaqueta de
Studio Clasic en El Corte Inglés de La Coruña o de Murcia si hace
falta, pero se la encuentra. Y se la trae. Y la llama a casa cuando la
chaqueta ha venido. A Herrera una vez lo destinaron a Córdoba y notaba
entre mis amigas como una cierta orfandad. Cuando volvió, se lo
anunciaban unas a otras como hubieran acertado la primitiva:
-- ¡Que Herrera ha
vuelto de Córdoba y está aquí otra vez!
Era, en verdad, la
primitiva. La primitiva usanza de estos viejos dependientes, que antes
ofrecían una silla a nuestras madres en los largos mostradores de caoba
de los comercios tradicionales y que ahora muchos dan por perdidos. Pero
que yo he hallado hace muchos años en la librería, en la planta de
caballeros, en la sección de electrónica de El Corte Inglés. No
tienen pérdida. Llevan en la solapa un escudo de plata. Plata es lo que
de verdad vale el tesoro de su antiguo, amable, efectivo trato con los
clientes en este mundo donde hasta la estanquera de la esquina te habla
de tú... y encima no tiene el Montecristo del número que vas buscando.