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La Infanta
Doña Elena |
Una vez me dijo Pepe Oneto, muy
serio en su guasa de la Real Isla de San Fernando:
-- Me he hecho elenista...
Como los andaluces nos comemos
las eses y lo que haga falta, lo entendí con hache, y me
extrañó:
-- ¿Helenista? ¿A estas
alturas te vas a poner a estudiar Griego, con lo pasadas de
maracas que están las Humanidades?
-- No, soy elenista sin hache,
partidario de la Infanta Elena...
Y me dijo una serie de razones,
republicanotas más bien, basadas en la cara simpática y
sonriente de la Corona, en esa conexión directa de la Casa
Real con el pueblo. Hay personas reales que emiten en FM y
personas reales que emiten en onda media, y llegan y pegan
más inmediatamente. Doña Elena emite en esta longitud de
onda, al alcance de todos los españoles. Antes de que
viéramos las lágrimas de hijo del Rey en el entierro de su
augusta madre, Doña Elena ya se dio una pechada importante de
llorar en la Barcelona olímpica, cuando pasaba el Príncipe
de Asturias como abanderado de España.
Anoche estuve en Villamanrique
de la Condesa, junto a los pinos del Coto y a la bella
toponimia marismeña. Doña Esperanza de Borbón, la tía del
Rey, ofrecía un funeral por el alma de su hermana la Condesa
de Barcelona. Funeral de pueblo, en el pueblo de la Condesa de
París. Gente de campo, marismeños y rocieros en torno a
Doña Esperanza y Don Pedro, dos miembros de la Familia del
Rey que emiten en esa longitud de onda de conexión popular.
Pensé en los elenistas de Oneto. La Corona tiene
perfectamente cubiertos todos los flancos. La simpatía, el
tacto, el borboneo de Don Juan Carlos cubre la mayoría. Las
Bellas Artes, la cultura, la beneficencia, la parte ONG de la
Corona, Doña Sofía. Don Felipe es la parte joven, deportista
y ecológica de la Familia, cooperante del Tercer Mundo. Pero
queda el vacío que ha dejado la Condesa de Barcelona. El
puesto castizo de La Chata, que siempre ha existido en la
Casa, y que desempeñaba como nadie Doña María. Más que un
trono vacante de Reina Madre, hay un sillón vacío en los
toros, una butaca vacía en el teatro de Lina Morgan, en el
flamenco de Sara Baras, esa España profundamente castiza y
nuestra con la que Doña María sabía conectar como nadie. La
Infanta Doña Elena debe ser su heredera en esta conexión con
la España de la tradición, que no está reñida con el
futuro, y que se ha demostrado hasta qué punto arraiga aún
más a la constitucional Institución en el pueblo. No digo
que Doña Elena se vaya a hacer bética y currista como Doña
María, pero sí confío en que sea de aquí en adelante esa
Chata que siempre espera encontrar España para hallarse a sí
misma. (Donde he puesto España quiero decir, naturalmente,
Estado español, que es que no te enteras, regadera.)
Sobre la
muerte de la Condesa de Barcelona, en El RedCuadro
Un hijo
La Reina de Estoril
Una sevillana de pasión
Un varal de luto
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