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Con
lo que presumen de triunfalismo a costa de la segunda
modernización y de la innovación, y con la cantidad de
asesores de imagen que tienen en plantilla, que los pagamos
usted y yo, a la Junta de Andalucía se le van las mejores a la
hora de apuntarse tantos en los nuevos caminos del fomento de la
producción. De momento tenemos una pujante industria en
Andalucía cuyos tantos no se apunta la Junta, quizá porque ha
surgido de eso que todos andamos buscando y nadie encuentra,
como es la sociedad civil. Me refiero a la industria rosa. Una
industria sin chimeneas, sin plantas de producción, sin
polígonos, sin redes de distribución, sin equipo técnico, sin
laboratorios de I+D, sin oficinas de exportación, sin expertos
contratados para que les busquen subvenciones en la ventanilla
de Bruselas. Pero una industria que trae todas las semanas un
chaparrón bueno de millones a Andalucía.
¿Qué dices que vende la
industria rosa? Uf, pues lo vende todo: los amores, los
amoríos, los desamores, los cuernos, los divorcios, las
separaciones, los hijos de verdad, los hijos con prueba judicial
de paternidad y ADN de por medio, las nueras, los yernos, los
nietos, las bodas, las lunas de miel, los nacimientos, los
árboles de Navidad, los bautizos, los embarazos, las
ecografías, los cumpleaños, las primeras comuniones, los malos
tratos, los buenos tratos, hasta los entierros y los funerales
vende la industria rosa. La capacidad de producción de la
industria rosa es infinita. Todo lo convierte en producto de
fácil y rentable venta exclusiva, que es como asegurarse el
mercado. Si la capacidad de producción de las factorías de
transformación agraria fuera la misma de la industria rosa, el
PIB de Andalucía sería como el de los Emiratos del Golfo.
Allí hay en los Emiratos hay un solo Golfo, y aquí en los
sultanatos rosas tenemos golfos, golfas, golfillos y golfetes a
porradas, que apalean los millones de las exclusivas como el que
lava, con sólo centrifugar sus trapos sucios en las máquinas
al uso, ora de las revistas del corazón, ora de las
televisiones.
Un crupier de la Costa del Sol
separa de una señora que canta y le dan diez millones por
contarlo. Una que estuvo liada con un torero de la provincia de
Sevilla dice que el hijo es suyo y le dan otra millonada por
andar de televisión en televisión contándolo. El padre de
otro de la provincia de Cádiz que se pone delante de los toros
le planta los cuernos a su legítima, y por decir que le han
colocado las maletas en la puerta le dan otra millonada. Uno que
fue bailarín y que estuvo casado con una hija de su padre ha
puesto la fama a piñón fijo y ya está de plantilla en las
televisiones en plan muñeca rusa: los productos de la industria
rosa hablando de los otros productos de la industria rosa. Vayan
sumando millones, y todo esto es un dinero. Dinero andaluz,
producido por andaluces para consumo de españoles. Al cambio,
nuevos colores para la pandereta de siempre. La vieja pandereta
andaluza la hemos pintado de rosa y ahora da un dinero cada vez
que repican su pandero o sus sonajas. Pero sigue siendo
andaluza. Tan lamentable como la vieja pandereta tópica. En
toda esta industria, Andalucía siempre está al fondo: con los
viejos mundo del toreo o la copla, con el cortijo rebautizado en
la estética de Dallas y de Jota Erre, con el chalé en la Costa
del Sol, con la casa en Sevilla, con el Rocío, la Semana Santa,
la Feria, los caballos, el cante. Andalucía le da el puntito
pintoresco y tópico a la nueva industria, para verter en odres
nuevos la flor vieja y ajada de los antiguos romances. La novia
de Reverte tenía un pañuelo y las novias de los nuevos
Revertes venden la exclusiva de las ecografías o de los
cuernos, da lo mismo, la cuestión es vender y venderse.
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