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Era
un cateto de Jaén listo como el hambre, un águila de los
negocios que aterrizó en la Sevilla de los tranvías vendiendo
aceite, y que en poco tiempo se hizo el amo de las compras y las
ventas y acabó con el cuadro de los corros de los tratantes a
la puerta del Círculo Mercantil de la calle Sierpes. ¿Tratante
de qué? De lo que hiciera falta tratar, negociar y cerrar el
negocio con un apretón de manos y el supremo contrato de la
palabra. ¿Fincas que vendían los dueños que se las habían
jugada a las cartas en el casino del pueblo? Las mejores
oportunidades eran las que él tenía. ¿Que se trataba de
embarcar libras de rebaños de corderos, arrobas de piaras
cochinos? Los mejores precios, los que él daba, le quitaban las
dehesas de las manos. Eso cuando no se metía al trapicheo de
los vales de cemento y se metía en los veladores de La Perlita,
que era capitán general en los corrillos de las calles
Almirante Bonifaz y General Polavieja, la que llamaban La Ciudad
sin Ley. Si querías una licencia de importación de un tractor,
te la conseguía, y si un certificado de buena conducta o un
aval para un funcionario postergado por rojo, te lo daba con
todos los sellos y escudos de jerarquías de la Falange. Era lo
que hoy se dice un broker, pero entonces le llamaban corredor.
Y en su carrera, el listísimo
corredor cateto descubrió un día, al vender un solar que le
había entrado casi por compromiso, que el negocio mejor estaba
en los ladrillos. Al otro lado del río, la ciudad era un
inmenso solar diciendo "compradme": la Huerta de los
Remedios. Cogió el exprés, se fue a Madrid y le compró media
huerta a la empresa propietaria, Los Remedios Sociedad Anónima.
A real el metro cuadrado o a dos reales dicen que compró esa
inmensidad de terrenos. Tantos, que lo tomaban por loco. Como al
cabo de los años lo tomaron por lo listo que en realidad era en
sus cortas luces pueblerinas, cuando empezó más que a vender
lo comprado como le aconsejaban los torpes, a labrar él mismo
las casas de pisos de esa calle Asunción, de esa Virgen de
Luján, de ese Monte Carmelo.
Ya rico podrido y poderoso
promotor, como se empezaba a poner de moda la Costa del Sol,
allá que se fue de veraneo con su familia, por todo lo alto. Y
por deformación profesional, tras llegar al Hotel Don Pepe, que
entonces estaba en un descampado, lejísimos de Marbella, vio
que toda la Costa estaba llena de letreros en los dos idiomas:
"For Sale, se vende teléfono tal", "For Sale, se
vende teléfono cual..." En sus cortas luces de las cuatro
reglas y apenas saber echar la firma, no sabía que aquello era
inglés, y delante de todo el mundo dijo muy serio:
-- Tengo yo ganas de conocer al
señor For Sale ése, que tiene que ser la mar de listo, porque
tiene en venta el tío media Costa del Sol.
Me he acordado del corredor del
For Sale paseando por esta ciudad de andamios, que se va
hundiendo poco a poco, de forma que las cornetas de las
cofradías sonarán a orquesta del "Titanic". Vas por
Cuna, y un andamio con un letrero: "Alquiansa". Vas
por la Cerrajería, y un andamio con un letrero, "Alquiansa".
Vas por Sierpes, y un andamio con un letrero "Alquiansa".
Vas por Francos, y un andamio con un letrero, "Alquiansa".
Alquiansa por todas partes. No hay calle donde Alquiansa no haya
plantado sus reales.
Me acordé del corredor del For
Sale. Los "brokers" inmobiliarios extranjeros ricos
podridos que vengan de turistas a Sevilla y vean ese recital de
andamios de Alquiansa, seguro que, sabiendo tan poco español
como inglés el corredor del For Sale, dirán más o menos como
él:
-- Tengo yo ganas de conocer al
señor Alquiansa ése, que tiene que ser la mar de listo, porque
ha comprado el tío y tiene en obras media Sevilla...
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