Aunque
la mili obligatoria haya sido suprimida a cencerros tapados por
ese PP que no sabe vender nada de lo que hace y que compra
reconstituyentes para que le crezcan más aún los enanos de su
circo, no ha sido abolida la terrible y más que obligatoria
leva de los reemplazos de la muerte que decía Joaquín Romero
Murube: la Canina se lleva a los hombres por reemplazos y
quintas, como soldados para la muerte.
Así ha sido. En el mismo
vagón del Ave definitivo de las maletas y los sombreros de
Eduardo Úrculo han subido Terenci Moix y Mario
López.
Coincidencia que a este escribiente le trae un doble dolor. El
más inmediato, el de la ausencia. Ya no podremos preguntar más
a Pachi Bores si Terenci viene esta Semana Santa. Fuimos
testigos de su asombro al descubrir el mundo de las cofradías.
Terenci, que andaba por el antiguo Egipto y por la Roma imperial
como Julio César por su casa, se sintió en su propio mundo al
ver a los armaos de la Macarena o a los judíos del paso de la
Amargura, aquel primer Domingo de Ramos en que comprobó que por
mucho que le pareciera que el paso de La Cena iba a arrollarlo,
al fin habría de pasar por aquella estrechez de Francos. Luego
vimos a Terenci muchas veces por Sevilla. Tomaba como pretexto
cada libro nuevo para venir a hacerse una foto en la galería
del Hotel Alfonso XIII y para perderse luego por la ciudad.
Tampoco volverá Úrculo
con sus cuadros de sombreros y maletas, sus esculturas de
paraguas, sus equipajes imposibles al salón de exposiciones de
la calle Chicarreros, a las aulas de la Menéndez Pelayo en la
Sevilla universitaria que tenía su paraninfo en Las Teresas.
Ni por las Pascuas de Navidad
recibiremos desde Bujalance una tarjeta con un breve poema que
habla del universo mundial de un pueblo que te habla por la
garganta de Mario López, corazón del sur de los olivos de
Córdoba que le habla a una novia imposible que tiene en forma
de una nostalgia en Doña Mencía.
Mas sobre el dolor, más dolor.
El dolor de cómo se hace memoria de estas levas de la muerte
que decía Romero Murube. Cada vez que viene una de estas
movilizaciones generales de la muerte siento el mismo dolor.
Hasta los muertos ajenos son más valorados que los propios.
Andalucía existiría si ayer las radios y las televisiones
locales y regionales y hoy los periódicos le dedicaran a Mario
López más espacio que a Terenci Moix. Pero Mario López, ay,
no ganó el Planeta, ni salía por televisión, y su riquísimo
mundo estaba encerrado entre los espejos del casino de Bujalance
y los tomos encuadernados de la revista "Cántico".
Los andaluces, hoy, lo saben todo de Terenci Moix, pero lo
siguen ignorando absolutamente todo de Mario López, que es como
un Muñoz Rojas en alejandrinos a efectos de las cosas del
campo, como un Horacio de nuestro tiempo con pelliza y las
rentas de unos olivaritos.
-- ¿Mario López? ¿Ese quién
es? ¿Un bailaor de Granada, no?
Y veo las páginas y páginas y
minutos y minutos sobre el buenazo de Eduardo Úrculo, que
nació en Santurce y adoptó a Asturias como patria, y me
acuerdo de Jaime Burguillos, que partió entre silencios en el
tren inmediatamente anterior de esta misma leva de la Canina.
Claro, como Jaime Burguillos no pintaba paraguas ni sombreros,
ni tenía una escultura en la estación de Atocha, donde se
llega en el Ave, su quinta fue movilizada sin que ningún
andaluz se enterase.
Ay, qué Andalucía nuestra,
donde seguimos sin saber nada de los alejandrinos de Mario
López y todo de la Alejandría de Terenci...
Alejandrinos para Mario López
Terenci
Moix, el último faraón
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