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Si
no eras del pueblo, cuando pasaba por la plaza aquel señorito
tarambana tan bien trajeado en un horizonte de pellizas, fumando
tabaco rubio americano en la tierra del liadillo y a caballo en
una villa de mulas de carga y recuas de burros, te daban un
codazo y en voz baja te decían:
-- ¿Tú ves a ése que va
ahí? Pues ése se ha comido él solito el mejor olivar de todo
el término municipal...
-- ¿Le gustan mucho las
aceitunas?
-- No, las cartas. Heredó de
su padre el mejor olivar del pueblo y se lo ha pulido él
solito, jugando a las cartas en el casino. ¡Vamos, que se lo ha
comido!
Sin tocar un solo naipe de don
Heraclio Fournier que en paz descanse, en esta mañana solemne y
nubosa de octubre me siento como aquel señorito tarambana del
pueblo de la sierra. Me siento como si me hubiera comido el
mejor olivar, yo solito. Es más, aún tengo en la boca el
regusto de la aceituna de ese mejor olivar, chorreando oro
andaluz en el esparto del capacho puesto en la prensa.
A la cotidiana tostada de la
rebanada del blanco pan de El Viso del Alcor, dánosle hoy, le
he puesto el primer aceite de la campaña. Me llegó ayer tarde,
desde Osuna. Una caja ducal de botellas de aceite de primera
presión, pastoso, pastueño, verde como la mar querida de mi
Cádiz o como los ojos de una mujer amada, nuestro como las
estampas de la Alameda en los azulejos de la Colegiata. Con el
aceite, que me enviaba un sumo sacerdote del templo donde hasta
el mismo San Arcadio rinde culto al olivo de Minerva, me llegaba
la más hermosa proclamación del otoño: "Quiero que
compartas el primer aceite de este año con nosotros".
Así que esta mañana, cuando
puse el pan visueño chorreandito de aceite, era como si
levantara la copa de un brindis. Vino de las viñas andaluzas o
aceite de sus olivares, ¿qué más da, si es nuestra pura Roma
interior? Los curas de las parroquias consagran el vino como
Sangre de Cristo, pero cómo será de sacramental el aceite que,
como son palabras mayores, queda en las exclusivas manos de los
señores obispos el convertirlo en crisma sagrado.
Yo ahora tomo el Zaragozano de
la memoria y evoco saberes populares sobre estos íntimos
calendarios de cosechas, soles, molturaciones y pisas. Ese
primer vino que cada año es como una primera novia para el
bodeguero. Me acuerdo de la viga del lagar de los Góngora y
suena contra el estribo y contra la pata de hierro el dicho
aljarafeño sobre el vino: "Por San Andrés, mosto
es". Mas por mucho que cruzo y zascandileo las siete
revueltas de los refranes y los saberes populares andaluces, no
encuentro en la memoria una parecida jaculatoria popular sobre
el aceite. Vuelvo a tomar el almanaque, miro el santoral, y me
la invento: "Por el día de San Lucas, aceite nuevo en la
alcuza". En el regusto por los gozos antiguos, se hace por
un instante hoja de lata el vidrio de la botella. Yo me acuerdo
ahora de aquellas alcuzas en el molino que mi suegro tenía en
la sierra, aquellos lagares de vino que la filoxera hizo cambiar
en almazaras, conforme se replantaban de olivos las arrancadas
viñas cervantinas: la prensa donde antes la viga, las muelas de
piedra movidas por la noria ciega de los burros donde antes la
pisa de los desnudos pies de la vendimia. Tengo en la boca el
gusto a olivar, el olor querido de aquella almazara familiar, y
porque muchos octubres supe de la ilusión de mi suegro cuando
me traía su alcuza grande de aceite nuevo, nacido de la
aceituna justa de lluvias y de soles, ahora comprendo quizá
mejor que nadie la orgullosa alegría de estos almazareros que
igual que en la amistad se comparte el vino y la sal, quieren
compartir conmigo el gozo antiguo de los santos, andaluces
óleos nuevos.
Sobre la cultura del aceite, en El RedCuadro:
Alpechín
Jazmines en el ojal- Una tostada con aceite
Jazmines en el ojal- Tres ritos de pan y aceite
Los cursis "gourmets" del aceite
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