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Ni
imaginando la más fantástica novela hubiera podido pensar hace
diez años que hoy iba a escribir un artículo como el que aquí
empieza. Trata sobre Alfonso Guerra. Ni que decir tiene que a
servidor y a cientos de articulistas y comentaristas nos dio
Guerra, solo o en compañía de hermanos, muchos jornales ganados.
Lo mismo que ahora quien no encuentra asunto que llevarse al
artículo recurre a la Ley del Menor o a las mujeres maltratadas,
socorridas como las castañeras para Mesonero Romanos, hace diez
años, en esos días en blanco en que no se nos ocurría nada,
echábamos mano de Guerra y en menos que se persigna un cura loco
el texto estaba concluido: ora con el avión que cogió para ir,
nuevo Camborio, a Sevilla a ver los toros; ora con los
fraternales cafelitos; ora con los versos de Machado. Algún día,
quizá hoy, tendríamos los articulistas que abonar a Guerra la
parte alícuota de los derechos de autor que nos hizo ganar.
En los últimos años, Guerra ya no sale en los
artículos de periódico. Ahí nos duele. España, por descontado.
Porque esto está llegando a un punto en que echamos de menos a
Alfonso Guerra. Guerra sería lo que quisiéramos que fuese, pero
tenía un sentido de la responsabilidad política en los graves
asuntos del Reino de España, de su forma de Estado, de su
gobernabilidad, del peligro de las aventuras rupturistas y
separatistas, que ya quisiéramos encontrarlo hoy, ¿qué digo yo?,
en Zapatero. La transición y la Constitución fueron en gran
parte posibles sin traumas porque la derecha voluntarista de
Abril Martorell encontró una izquierda juiciosa con quien
pactar: era Alfonso Guerra. Hoy, si Aznar o Rajoy quieren pactar
la firmeza en la Constitución para defender a España de las
aventuras secesionistas, no hay en el PSOE alguien que
represente lo que entonces Guerra, ni con las ideas tan
perversamente claras. Los mismos que propusieron y firmaron el
Pacto Antiterrorista van del bracete de los amigos de los
terroristas. A Guerra, que controlaba el partido como nadie, no
se le habría ido el PSOE por un lado con Carod Rovira y con Odon
Elorza, y por el otro con la Koplowitz y la rebaja de impuestos
a las grandes empresas y los grandes capitalistas. Nos gustara o
no, cuando Guerra mandaba en el PSOE se sabía quién mandaba. No
como ahora, que no sabemos si manda Zapatero, si manda Chaves,
si Maragall, si los barones extremeño-manchegos, si los diez
consultores del gobierno en la sombra o si manda González desde
la sombra de los gobiernos sudamericanos. Por cada cabeza que
cortan salen siete cabezas o cabecillas más. Si Rajoy acepta en
campaña un debate en TV con quien de verdad manda en el PSOE,
tendrá que sentarse frente a la tribuna del Bernabeu para que
quepan todos. Aquello que dijo Guerra de que a España no la iba
a conocer ni la madre que la parió sirve ahora para el PSOE: a
este Partido Socialista, Obrero y Español, no lo conoce ni Pablo
Iglesias que lo fundó. Si contra Franco vivíamos mejor, contra
Guerra escribíamos mejor y más tranquilos, porque estaba menos
en peligro la propia idea de España. El PSOE debería decir como
lo de Rupert: "Guerra, te necesito".
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