on
razón Juan Ramón Jiménez quería proclamar a Sevilla como Capital
Universal de la Poesía. Sevilla es ciudad creadora de mitos y
leyendas. Pocas ciudades tienen un cuerpo legendario como
Sevilla. Leyendas de hechos y leyendas de personajes. La
historia de Sevilla está llena de personajes de leyenda. Sevilla
misma a lo mejor no es otra cosa que una leyenda que forjaron
los poetas populares, los viajeros románticos, la ceca donde se
acuñan los tópicos turísticos. Y Sevilla hace leyenda de sus
personajes. Los cocheros de caballos son continuos creadores de
leyendas. Sería precioso recoger en un libro todas las leyendas
que le inventaron a Sevilla sus cocheros de punto. De punto y
seguido en la acuñación de leyendas.
La otra tarde saqué a pasar a mi gato por el
Parque (porque uno es tan legendario que pasea al gato, no al
perro) y venía un coche de caballos con turistas a bordo por la
Rosaleda de Doña Sol. Uno de estos cocheros que informan que
Pilatos se construyó la casa de su nombre para venir a Sevilla a
pasar la Semana Santa y que advierten que Bécquer está en su
monumento con las tres novias que tenía, el muy satirón, le iba
diciendo a los turistas, señalando su explicación de pedagogía
legendaria con el puntero del látigo sobre la pizarra del sol de
la tarde:
-- Y esta es la rosaleda de Doña Sol y Doña
Elvira, que eran las hijas del Cid Campeador...
Hasta mi gato le dijo un ole a la gracia
creadora de leyenda. Así es, en efecto. La Rosaleda de Doña Sol
se hizo exactamente en honor de la hija del Cid. Eso que dice
Francisco Collantes de Terán que la dedicó Sevilla en recuerdo
de Doña Sol Stuart Fitz-James y Falcó, Duquesa de Santoña,
aquella inolvidable amazona de las Ferias de los años 50 y 60
del siglo XX, es un infundio de los historiadores, que menos mal
que los cocheros de punto ponen en su ídem. Lo que pasa es que
la gente ha roto en llamarla Rosaleda de Doña Sol, pero se trata
en realidad de la glorieta de Doña Sol y Doña Elvira. Ocurre que
la ciudad corrige el testamento del Campeador. El Cid mejoró a
su hija Doña Elvira, y le dejó la plaza de su nombre, un pedazo
de plaza. A la pobre de Doña Sol, en cambio, sólo le dejó unas
rosas en el Parque, pudiéndole haber dejado los cortijos de la
media Andalucía que le mangó a Almotamid, aprovechando que
estaba enchochadito con Romaiquiya, nada más que escribiéndole
versos. Por eso está muy bien que los cocheros corrijan el
testamento del Cid, y dediquen la rosaleda a las dos niñas, por
aquello de la paridad y la igualdad que tan de moda están.
Oyendo al cochero me di cuenta de la verdad.
Un mojón para don Ramón Menéndez Pidal. Doña Sol y Doña Elvira
Díaz de Vivar es que no pueden estar más relacionadas con
Sevilla. De afrenta de Corpes, nada: gloria de Sevilla.
Especialmente Doña Sol, que le gustaba mucho ir al Parque cuando
la Feria estaba en el Prado y su padre paseaba por allí con el
caballo de bronce de Miss Huttington. Doña Sol iba a la Feria a
la grupa con su padre, y paraban en la caseta del 77, porque El
Cid se tiraba con la gracia del marqués de las Cabriolas. Y Doña
Sol le decía:
-- Papá, párate un momento aquí en el Caballo
del Cid, que me voy a bajar de la grupa y voy a dar una
vueltecita a ver mis rosas en el parque.
Allí la esperaba Doña Elvira, que venía de su
casa de la plaza del mismo nombre, vestida de flamenca con un
traje de las Pardales. Los turistas se hartaban de echarles
fotos a las dos, tan guapas. Como ahora retratan la belleza de
sus rosas en las mágicas leyendas de Sevilla.