Todos teníamos un abuelo que era como Pepe Isbert, que nos traía caramelos y
nos contaba incomprensibles historias de la guerra. Cuando nos creíamos que eran
historias de la guerra, de la única guerra, de la guerra contra los rojos, de la
"gloriosa Cruzada de Liberación" del falangista que nos daba Formación del
Espíritu Nacional, resulta que no, que eran historia de la guerra de Marruecos, de las
kábilas del Rif, del convoy, del blocao... Con razón era tan rara aquella guerra del
abuelo, en que los moros no eran los amigos, sino los enemigos...
Y como todos teníamos un
abuelo que era como Pepe Isbert, cuando lo veíamos en el cine, ya fuera de taxista, de
San Dimas con la palmera, de concursante de la radio disfrazado de esquimal, de jefe de
estación, es como si fuese de la familia. Por eso siempre quien más nos gustaba era Pepe
Isbert, más que Manolo Morán. Siempre con carraspeo, como resfriado, afónico, como
necesitando Koki de mentolpenilicina, pastillas Juanola, Okal es un remedio superior. Pepe
Isbert era tan nuestro como el pueblo de "Benvenido, mister Marshall". Que
aunque Berlanga le puso de nombre Villar del Río, en realidad era cualquier pueblo
andaluz. Rota mismo. O Morón. Los americanos llegaron a España, cierto, y por allí
junto a Madrid, para salir en las novelas de Castillo Puche, estaban los negros de la base
de Torrejón. Pero ya Madrid estaba lleno de cafeterías con nombres de Estados
americanos, California, Nebraska, Nevada... Andalucía sí que era de verdad España de
pregonero diciendo que se hace saber que mañana llegan los americanos. Andalucía sí que
era de verdad España de banda de música, de cadenetas y banderitas en las calles, de
balcón a balcón. Nos habíamos engalanado tantas veces para recibir a tantas gentes... A
La Perona, el Rey Abdullah, a la Reina Sirikit, tantas veces para recibir a Franco.
Los americanos traían a
España las locomotoras Diesel que les llamaban las Marylin. Y la leche en polvo para los
colegios, en aquellas barricas de cartón con letreros escritos en americano y dos manos
unidas a modo de escudo. Y aquel queso rosáceo, como de yeso, o de escayola de figurita
del nacimiento, que sabía tan malo, pero que tanta ilusión nos hacía. Los americanos
traían todas estas cosas a España, pero donde más hambre quitaban era en Andalucía. Y
aquí era de verdad el "americanos, os recibimos con alegría". Del "todo
por la Patria" habíamos pasado al "todo para los americanos", en nombre de
la patria. Los americanos traían la riqueza, los haigas, el chicle, ay, el chicle:
--- Mister, dame chicle...
Y el mister siempre daba
chicle, camino de los barrios del pecado, mientras nos preguntaba:
--- ¿Senioritas?
Llegamos a creernos que puta,
en americano, se decía "seniorita", pero como nos daban chicle cuando
preguntaban por aquellas esquinas, y nos daban chocolatinas, y a algunos hasta los dejaban
entrar y sentarse al volante de aquellos cochazos todos con matrícula de Madrid 110.000 y
112.000, o con matrícula OCZ (Oleoducto Cádiz Zaragoza), pues la verdad es que ya
entonces aprendimos a no hacer demasiadas preguntas a los americanos. Que nos decían que
eran como niños grandes. Bueno, sí, niños grandes, pero con dinero, con chicle, con
paquetes de Chester o de Pall Mall de envase rojo y larguísimo. Aprendimos a decir
cigarro en inglés:
-- ¿Cigarret, mister, cigarret?
Y no muy convencidos de que
nos entendieran, nos llevábamos a la boca los dos dedos que sostenían el ansiado
cigarrillo. Porque eran la riqueza. Pueblo donde llegaran los americanos era pueblo
afortunado. Toda Andalucía fue Villar del Río, pero sobre todo Rota, Morón,
Constantina...
-- No veas lo que están
pagando los americanos por alquilar un piso...
Los americanos eran tan ricos
que nos acercábamos como a un tesoro de las maravillas a los cubos de sus basuras:
-- Fíjate, las americanas
tiran las medias cuando tienen una carrera, cógela, que seguro que tu madre la lleva a la
que coge los puntos en la mercería y le sirve...
Por eso cuando vivos a Pepe
Isbert en "Bienvenido, mister Marshall" nos sentimos tan solidarios con aquel
pueblo que veía pasar a los americanos. Lo que cantaba Lolita Sevilla era lo que cantaba
Andalucía entera, por eso Berlanga había escogido los "Tanguillos de las
divisas", que eran de Ochaíta, Valerio y Solano: "Americanos, os recibimos con
alegría..." La llegada de los americanos fue un largo tanguillo. Un largo sueño.
Toda Andalucía, como Lolita Sevilla y como aquel Pepe Isbert que era igual que el abuelo,
soñó que estábamos ya en el "saloon" de las prosperidades, "Bienvenido,
Mister Rota". Años después comprobamos que, como Franco cuando atravesaba el pueblo
para inaugurar un pantano, las caravanas por aquí siempre pasaban de largo.