Pinche para leer el Magazine de El Mundo en Internet

Pinche para leer el diario El Mundo en Internet

 


 

Antonio Burgos: Jazminez en el ojal

 

El erudito local

LAS CIUDADES YA NO tienen cronistas oficiales, aquellos viejos periodistas de capa española y estilográfica de tinta Parker o Pelikan que escribían sus cuartillas de papel posteta para el periódico local en el mármol de los veladores de algún café de verdones de agua y sillones de roja gutapercha. Las ciudades tienen cronistas reales, que hacen cada día la literatura de su vida en las columnas de los periódicos, en los programas de la radio, incluso paseando a lo largo del camino de las viejas, queridas calles, la cámara con escasos recursos de una televisión local. La crónica oficial antañona, sin el menor interés, la escribía un señor particular, cargado de medallas y honores, y esta crónica real de nuestros días es una escritura colectiva, tan llena de vida como la sociedad que la produce y se refleja en ella.

Con los eruditos locales pasa lo mismo. Me da una pereza enorme levantarme hasta donde tengo el Diccionario de Citas. Si fuera más diligente y llegara hasta donde está ese libro, pondría aquí con sus pelos y señales esa frase que usted también recuerda haber leído tantas veces, e incluso su autor: eso de que la gran Historia no es otra cosa que la suma de muchas pequeñas historias locales, como la gran crónica de un tiempo es la suma de muchas pequeñas crónicas de esperanzas, de ternuras, de frustraciones, de ilusiones que marcan la mentalidad de una hora. No sé cómo se podrá estar escribiendo la gran Historia, si están desapareciendo los eruditos locales. Había quien les tenía manía, pero a mí me daban mucha ternura. En una España medio analfabeta y bastante iletrada, eran la pequeña clase ilustrada de los pueblos. El erudito local era un médico humanista, un abogado leído, un notario con aficiones a la Historia, quizá un cura que vino de Dios sabe dónde y acabó enraizando entre las paredes de aquel templo barroco o románico, junto a aquellas piedras del castillo, a la orilla de aquel río. Cierto que el erudito local no tenía el menor rigor historiográfico, ¿pero dónde me dejan el apasionamiento que ponía en sus escritos, en el rito anual del artículo que escribía todos los años en la revista de ferias del pueblo, en la publicación que hacían las cofradías de la Semana Santa? El erudito local, en el mejor de los casos, estaba a la altura de la historia del Padre Mariana, no sabía ni que existía Arnold Hauser. Tenía una concepción de la historia como gesta de héroes, no como crónica de pueblos y de sociedades, de culturas y civilizaciones. Todo el interés del erudito local era llevar las grandezas del mundo a su patria chica, fuera de nación, fuera de adopción. ¿Que caía en sus manos un libro de don Ramón Menéndez Pidal? Pues ya se las ingeniaba el erudito local para encontrar en el Poema del Cid un verso que demostrara que Rodrigo Díaz de Vivar no solamente estuvo en el pueblo en su camino hacia Valencia, sino que oró ante la imagen de la Patrona. ¿Que encontraba por azar o le prestaban una crónica del reinado de Felipe II? Pues de allí sacaba argumentos más que suficientes para decir que Arias Montano lo había llevado a presenciar un paisaje del pueblo, donde en un tris estuvo de ser levantado El Escorial... Ni que decir tiene que si no hubiera sido por el pueblo, nunca se habría producido el matrimonio de los Reyes Católicos. Era una maravilla la historia tan lírica que inventaban los eruditos locales...

Para el erudito local, Roma pasaba siempre por el pueblo, Grecia no era posible sin el pueblo. La batalla más importante entre romanos y cartagineses se había dado siempre entre las breñas y peñascales del término municipal. Recuerdo a un erudito local que me llevaba por caminos que siempre eran, naturalmente, calzadas romanas auténticas y verdaderas, me señalaba el más alto pico de una sierra y me decía con orgullo:

-- ¿Tú ves esas lomas? Pues ahí fue precisamente donde Escipìón perdió su poder...

Y lo decía con tal convencimiento y con tanta emoción, que ¿cómo iba uno a atreverse a romper la hermosura de sus leyendas, que eran casi una fe en la importancia del pueblo? Nada digo de la Reconquista, en la que cada pueblo historiado por un erudito local por el plan antiguo fue el realmente decisivo. Igual que los Estados Unidos están llenos de camas donde durmió Washington, España estaba llena de verdaderas ubicaciones falsas de la batalla de la Janda, de iglesias donde había orado el emperador Carlos I, de castillos de Alhaken II. Toda piedra era romana, toda muralla era del tiempo de los moros, toda iglesia era poco menos que de Juan de Oviedo o de Herrera, todo cáliz parroquial era de plata traída de las Indias por un descubridor hijo del pueblo... Quijotes de las grandezas locales, se inventaban orígenes iberos o celtas, hacían dólmenes del muro ciclópeo de una cerca de pizarra hacha por portugueses a comienzos de este siglo.

Los eruditos locales, ay, han sido sustituidos por los historiadores. Cada pueblo tiene ya su historia local, tan científica como exenta de la belleza de las leyendas. Todos los antiguos eruditos locales son ahora licenciados en Historia, profesores del Instituto, celosos del estudio de las fuentes primarias, y han comenzado revisando y refutando muy científicamente, con toda suerte de notas a pie de páginas y citas, cuanto de las grandezas del pueblo escribieron don Marciano el boticario, don Ezequiel el cura, don Plácido el médico, aquellos amantes de sus patrias chicas que iban por el campo encontrando una punta de flecha del Neolítico en cada guijarro y un tesoro oculto de la Flota de la Carrera de Indias en cada alcarraza hallada en un soberado. Hemos ganado en rigor cuanto hemos perdido en belleza. Sé que así se escribe la Historia. Pero los eruditos locales la escribían con más poesía que los profesores de Historia del Instituto...

(Publicado el domingo 6 de febrero del 2000)


Anteriores entregas de "Jazmines en el ojal"

Un maletín jubilado 
¡Viva la maleta con ruedas! 
Olor a coche nuevo 
Los dependientes del escudito 
Homenaje al viejo dietario 
Retorno al pan de pueblo 
La máquina de escribir del relojero 
Estas niñas como antiguas   
Elogio de la tienda de comestibles 
Un parte de bodas
La cal de toda la vida
No sé qué ponerme
Una talega en el Palace
Un puro en los toros
Como un cuarto de invitados
Las maletas de Isabel Preysler

 

"LA ESE 30"         PUNTAS DEL DIAMANTE          RECUADROS DE DIAS ANTERIORES

 

Regresar a la pagina principal