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Apunta,
nene, más hechos absolutamente increíbles en esta nueva Edad
de la Historia aún por rotular, que comenzó con el desplome de
las Torres Gemelas igual que la Edad Media se inició con la
caída del Imperio Romano. Ya ni Suiza es lo que era, y que
conste que lo digo con dolor, como helvetófilo profeso. Ser
partidario de Suiza es tan insólito como proclamarse seguidor
del árbitro en un partido de fútbol de la máxima rivalidad.
Suiza se libró de dos guerras mundiales, es el paraíso de la
neutralidad, la patria del respeto a las minorías, donde todo
esplendor económico tiene su asiento, donde el sentido
vertebrador del Estado llega hasta el último ciudadano que
avisa a la Policía cuando ve un coche mal estacionado delante
de su casa. Suiza no tiene problemas de inmigración, ni de
paro, ni escándalos políticos. Con tres lenguas y siete mil
cantones, no hay el menor problema separatista, y eso que tienen
una especie de vascuence, que es el retorromano. En Suiza no hay
rejas en las ventanas, puedes dejar la cartera dentro del
chaquetón cuando lo cuelgas en el guardarropas del restaurante,
sabes que todo marcha como un inmenso reloj de cuco. El único
inconveniente de Suiza era el aburrimiento. No hay nada más
tedioso que la normalidad. Pero ya ha empezado a ser tan
apasionante como el resto de Europa.
Suiza era como una isla con Alpes, bancos, relojes y
chocolate dentro de Europa. Cómo sería la insularidad
intracontinental de Suiza, que con la de vacas que hay allí,
más que bancos, todas se mantuvieron perfectamente cuerdas en
los más terribles días de la epizootia espongiforme. A esta
postal, amable como un paisaje nevado de Saint Moritz, hay que
decir adiós. El patio de Suiza es tan particular que ya se moja
como los demás. La seguridad, vamos a dejarla. Como en los
hogares suizos hay 340.000 fusiles de los reservistas del
Ejército del neutralismo armado, lo que tenía que pasar,
pasó. Un loquito cogió su escopeta y se cargó a 14 en el
parlamento cantonal de Zug, la gloria de los mínimos impuestos
dentro del paraíso fiscal. Y en el país de la prosperidad,
donde dicen que están apalancados 85 de cada 100 dólares
privados que andan dando vueltas por la economía mundial, la
compañía aérea de bandera está a media asta. Swissair no
tiene ni para tabaco, y todos sus aviones se han vuelto de
mármol.
Así que apunta, nene, que en Suiza también han caído dos
invisibles torres gemelas: la torre de la seguridad y la torre
de la prosperidad.
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