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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Las barbacoas dan votos

Las canciones del verano las carga el diablo. Georgie Dann canta «La barbacoa» en las radios de los embotellamientos de los coches de la Operación Salida y los boletines informativos la traducen al humo y la ceniza en el Alto Tajo: once muertos. Si 12.000 hectáreas quemadas son 17.000 estadios, once muertos, ay, un equipo de fútbol. Que desmiente la frase hecha: «Tienes cosas de bombero». Las cosas de bomberos suelen ser las que no se valoran: dar la vida por los demás, jugársela en las catástrofes, salvar supervivientes de los escombros, las llamas, las aguas desbordadas.

Si no hubiera once muertos y nos pudiéramos poner la sonrisa de sesión continua de ZP diría que de todo esto tiene la culpa la demagogia sobre la estética hortera de la barbacoa. El topicazo de lo urbano: cultura urbana, leyenda urbana, rock urbano. Cuanta menos urbanidad hay es todo más urbano. Al campo lo estamos haciendo urbano. Las parcelitas urbanizan el atardecer con chandal y manguera. Hacer el campo urbano es quitarle las hormigas a la tortilla de la gira («tortilla del Estado» dicen que llaman a la tortilla española en las tabernas separatistas). Hay que dar todas las facilidades de la ciudad a quien echa un día de campo. Usted quiere ir al campo, ¿no? ¡Pues pínchese con las ortigas, rásquese de las picaduras de insectos, coja una insolación! Pero no. Queremos que el campo sea lo más parecido a la salita de casa.

Los gobiernos lo saben, y las autonomías y los ayuntamientos hacen demagogia barata y populista con el campo. Consiste en declararlo espacio protegido y luego disponer para los de la ciudad un campo sin incomodidades agropecuarias. Poner puertas al campo con cargo a los presupuestos. Con fondos europeos, claro. Europa es la gran cómplice. Derrochan los fondos europeos para que el votante urbano, cuando va de gira, se sienta lo menos en el campo posible. Llenan el campo de «mobiliario urbano»: bancos, mesas, aparcamientos. De merenderos cursis, con bancos como los de Los Picapiedra. Se han gastado millonadas en hacer caminos de madera por sierras y marismas. Y todo con muchos cartelitos esdrújulos: lúdicos y didácticos. Y con un ejército de burócratas encargándose de que los votantes urbanos estén encantados cuando van al campo y menos moqueta en el suelo, encuentren de todo... lo que no tiene nada que ver con el campo.

La desgracia de Guadalajara ha ocurrido por esto. En la cultura del pic-nic. pusieron el merendero de modo que pareciera de todo, menos campo. ¿Una barbacoa, dice usted? Una única barbacoa da pocos votos. Pongamos una buena batería de barbacoas, con sus hierros, sus piedras: que no falte de nada, que eso da votos. Y el excursionista que llega y ve que allí hay una batería de barbacoas, supone que es para encenderlas. No, no hicieron peligrosamente una candelada en medio del campo. Encendieron el fuego en el sitio demagógicamente dispuesto para las barbacoas de los votantes. Sobre lo que se añadió otra desgracia hispánica: el enterado. El presunto causante de la catástrofe es un peligroso ejemplar de una especie abundosa: el ecologista urbano que sin tener idea se cree el Capitán Tapioca y Rodríguez de la Fuente en una sola pieza. Ha visto dos vídeos de National Geographic con un lagarto comiéndose una cucaracha muerta, ha votado una vez a Los Verdes y se cree ecologista consumado. El ecologista suele pronunciar el españolísimo «no sabe usted con quién está hablando» cuando alguien lo pone en su sitio. Así el de la barbacoa trágica, cuando el conocedor le dijo que hoy no es el día de la bulería: «Yo sé lo que hago». Los que no saben lo que hacen son los burócratas que con tal de buscar votos han convertido el campo en un inmenso espacio protegido lleno de merenderos donde tiran el dinero que da Europa y después pasa lo que pasa. Mejor que prohibir ahora las barbacoas hubiera sido no haber llenado antes demagógicamente el campo de ellas.


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