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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La Piedra Llorosa

Entre la iniciativa pública y la privada, se ha restaurado y rehabilitando medio casco antiguo. Le toca ahora al desamortizado convento y antiguo cuartel que conocemos como Patio de San Laureano: la cara que el interesante barrio de Los Humeros da a la Puerta Real y a la calle Alfonso XII. Restauran San Laureano y, allí, el murete que va desde la Capilla de las Mercedes de la Puerta Real a la esquina de Alfonso XII con Marqués de Paradas. Al final de ese murete hay una piedra que muchos no conocerán en su belleza legendaria y que gracias a Dios va a seguir en su sitio por mucho tiempo.

Es La Piedra Llorosa. En «Tradiciones y leyendas de Sevilla» del benemérito divulgador José María de Mena pueden leer el hermoso relato que resumo. En 1857, reinado de Isabel II y gobierno de Narváez, primera guerra carlista, motines y cuartelazos, un grupo de jóvenes, utópicos liberales sevillanos, capitaneados por el coronel retirado Joaquín Serra y dirigidos por Cayetano Morales y por Manuel Caro decidieron alzarse en armas. Organizaron una partida fulastrona, que el 29 de junio se echó al monte camino de Ronda, cometiendo diversas tropelías en El Arahal y otros pueblos. En Benaoján los alcanzaron las tropas de los regimientos de Albuera y de Alcántara. Los utópicos sublevados apenas dispararon un tiro, mientras las tropas les hicieron 25 muertos en las primeras descargas, y prisioneros a todos los supervivientes. El lance costó el cargo al gobernador y al capitán general. Madrid envió con plenos poderes, civil y militar, a un duro comisionado de Narváez, don Manuel Lassala y Solera, quien sin que le temblara la mano mandó fusilar a los 82 detenidos, presos en el cuartel de San Laureano. El alcalde García de Vinuesa pidió en vano su indulto. Llegada la mañana del 11 de julio, fueron sacados de San Laureano y llevados a la Plaza de Armas del Campo de Marte para ser fusilados. La misma Sevilla novelera que acudía a la plaza de San Francisco a los autos de fe llenó las afueras de la Puerta de Triana para ver el fusilamiento. Sacerdotes y hermanos de la Caridad ayudaban a bien morir a los muchachos, que no acababan de creerse que aquellos soldados los fusilarían.

Terrible Sevilla. Terrible España. En aquel espanto llegó el alcalde García de Vinuesa con dos alguaciles, en un último e inútil intento de salvarlos. Redoble de tambores. Suena la descarga del piquete de ejecución. Disparos de muerte. Y más horror: unas balas perdidas rebotan y matan a dos zagalones que han subido a un árbol a contemplar la macabra escena. García de Vinuesa, entonces, se fue hacia la Puerta Real. Desolado. Derrotado. En una esquina halló una piedra. Se sentó en ella. Todo un hombre, alcalde de la cruel ciudad, rompió en llanto. Sobre aquella piedra, García de Vinuesa lloró la muerte de aquellos sevillanos fusilados. Los alguaciles que lo acompañaban lo oyeron lamentarse una y otra vez, pañuelo en mano:

-¡Pobre ciudad, pobre ciudad!

En Los Humeros, desde entonces, a aquel sillar de las afirmaciones y lágrimas de García de Vinuesa llamaron La Piedra Llorosa. Como una reliquia se ha conservado a lo largo del tiempo. Afortunadamente, la Piedra Llorosa se va a salvar de la restauración en curso, y me aseguran que quedará destacada con todo honor. Perpetuará la leyenda un mármol divulgativo, que está pidiendo la pluma del mitógrafo hispalense Manuel Grosso. Menos mal que no todo se pierde en esta Sevilla. La Piedra Llorosa será norte de la Historia de cara al poniente del atardecer. Para que hechos como los de su trágica leyenda no se repitan en esta pobre ciudad, pobre ciudad, pobre ciudad...




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