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Cuarenta
o cuarenta y dos. Algo así. Un número de zapato de caballero.
Son los kilómetros de costa, maravilla de playas, del término
de Almonte, desde Mazagón a la desembocadura del Guadalquivir.
Con la marisma y el Coto detrás. Con el inmenso Atlántico
delante. Una costa entre los guiños de dos fa-ros: la plata
del faro de Chipiona, como una canción de Rocío Jurado hecha
luz en la noche, y los guiños de Mazagón. Y en esa costa, las
antiguas torres almenaras: Zalabar, Carbonero, La Higuera.
Costa en buena parte virgen gracias a que fue cazadero real,
coto de los González y los Noguera o Patrimonio Forestal del
Estado. ¡Benditas manos muertas que mantuvieron vírgenes las
costas! Muchas costas se salvaron gracias a que eran del
Ejército o la Marina. Si no hubiera sido por la Armada o la
Artillería, ¿se imaginan dónde habrían llegado el cemento a la
vera del mar en Camposoto o Punta Paloma? A las playas de
Almonte les pasó algo por el estilo. Como estaban en el
Finibusterre, sin carretera, se salvaron de la especulación,
de las barreras de cemento, de la masificación apartamentosa,
enfermedad crónica del litoral andaluz. Los doctores le ponen
el fonendo al yodo del sonido de la mar y le dicen a la playa:
-Tiene usted masificación apartamentosa...
-¿Y eso es grave, doctor?
-No, eso es una vergüenza...
Una vergüenza que en el caso de Matalascañas no sé cómo los
progres profesionales no le han echado la culpa a las dos
Efes: Franco y Fraga. Como el acierto de la Seguridad Social
lo hizo Franco, el desastre de Matalascañas, también; así que
no sé cómo tantos votantes del PSOE veranean en un sitio más
franquista que la paga del 18 de Julio. Los únicos kilómetros
lamentablemente edificados, masificados, densificados y
degradados del litoral de Almonte son los que en los años 70,
a saber por qué, la dictadura autorizó construir a la
misteriosa empresa Playas del Coto de Doñana S.A., que Fraga,
encima, de-claró de Interés Turístico. Decían que eran suizos.
O alemanes. Su presidente era el titular del Tribunal de
Cuentas, yo creo que algo: ¡ay, progres profesionales, se os
van vivas las mejores! Urbanizaron un triángulo enorme entre
el Coto y el mar, muralla de cemento especulador. Al principio
aquello iba a ser exclusivo y caro como Sotogrande. Los viejos
del lugar recuerdan las barreras echadas para que los pileños
no entraran. La empresa promotora, pegado el pelotazo, dejó
aquello abandonado a su suerte y Almonte se tuvo que hacer
cargo del mantenimiento. A partir de entonces, todo espanto
inmobiliario y urbanístico tuvo su asiento en la abandonada
Matalascañas.
Que está estos días a reventar. ¿De gente? De gente también,
pero más que nada de sucia. Si usted cree que Sevilla está
sucia, vaya a Matalascañas: Sevilla le parecerá Oslo. No he
visto abandono mayor. Contrasta Matalascañas descuidada,
abandonada y sucia con el pueblo de Almonte limpio y
escamondado, donde se inauguran 60 monumentos al año en calles
que brillan. ¿Por qué? Muy fácil. Porque el Ayuntamiento de
Almonte invierte en el pueblo, para sus votantes, los dineros
que saca en la playa y en la aldea del Rocío. Los veraneantes
de la playa les importan un bledo, porque no son votantes del
alcalde. ¿Que se quejan? Que se quejen. ¿Votan en Almonte o
algo? Lo que tiene que estar limpio, cuidado, atendido,
mimado, es el sitio donde viven los votantes: Almonte, como
los chorros del oro. Como los veraneantes no votan, pues que
paguen el IBI, y la basura, y las multas que les ponen a sus
coches incluso en aparcamientos privados de los edificios,
para que paguen el estacionamiento de extraño peaje con el que
han privatizado y acotado ¡hasta la carretera de llegada al
mar! ¿Limpiar Matalascañas? ¿Para qué? Matalascañas estará de
bote en bote, pero como ningún veraneante vota en Almonte, que
les den...bronceador.
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