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Inquietante.
Es el adjetivo que más le cuadra al inventor de la Alianza de
Civilizaciones. Viene pidiendo mármol de lápida conmemorativa.
Cuando irrumpió Curro Romero en el cañabatesco planeta de los
toros, Gonzalo Carvajal le dijo en una crónica: «Viene
pidiendo poetas». ZP no viene pidiendo poetas, aunque los
poetas oficiales de las pegatas del «nunca mais» y del «no a
la guerra», los que ahora se desgañitaron protestando por lo
de Guadalajara (miren cómo se me queda el dedo), estarían
encantados de escribirle las mil mejores poesías. ZP viene
pidiendo mármol. Pasar a la Historia. A costa de lo que sea.
La Alianza de las Civilizaciones es el cincel del mármol.
Quiere pasar a la historia como Pacificador. Lo que logró el
general Primo de Rivera con la guerra de Marruecos, pero sin
desembarco de Alhucemas.
Si le da cuerda a los chicos de la gasolina es por eso: para
que los galácticos del tiro en la nuca vean lo bien que se
porta dando impunidad a sus juveniles y entreguen las armas a
la irlandesa. Cree que por halagar a los niños etarritas va a
conseguir lo que quiera de sus padres. Hace como los
comerciantes cuando entra una señora en la tienda con el
carrito y para congraciarse con la madre se ponen a decirle al
niño, feísimo: «Ay, ¡qué niño más majo!» ZP, cuando queman las
cosas que suelen los aprendices de terroristas, les dice, para
halagar a los padres. «¡Qué borrokitos más majos!». Cree que
así va a pasar a la Historia, cuando los halagados padres
dejen de matar, tras haberle dado cuanto piden. Porque la ETA
no pide Gibraltar que, si no, también se lo daba.
Mientras tanto, quiere entrar en la Enciclopedia Británica, en
el Guinness Book, en Google, en donde sea. Para lo que inventa
la Alianza de Civilizaciones. Con países de lo más rarito, más
ese tío de la ONU que tiene tales enjuagues en su biografía
que es como Juan Guerra pintado de negro para salir de rey
mago en la Cabalgata de la Corrupción. ¿Qué civilizaciones
alía la Alianza? No importa. Lo malo es cuando lo explica.
Debería existir el Diccionario Zapatero-Español para entender
el cantinfleo que se trae. Ha superado ampliamente a González
en el arte del similiquitruqui. Verbigracia: «El único destino
de la violencia es su final». Sería para responder «¡la
gallina!»... si no sonara tan descaradamente a plagio fa-langistón
de José Antonio.
O esta otra frase-tipo: «La Constitución es el marco
democrático donde la ciudadanía debe contemplar el diálogo de
los que están obligados a hablar para poder entenderse». ¿Pero
qué dice que vende? Ha logrado un dominio difícilmente
superable en el arte de hablar sin decir nada. Urge ese
Diccionario Zapatero-Español para lo podamos traducir. Como
cuando sale por la tele un catalán largando le ponen los
rotulitos de su traducción al castellano, a ZP también lo
deberían subtitular. Que saliera hablando y hablando y
hablando, y el subtitulo dijera: «Tranquis, troncos, que este
tío no ha dicho absolutamente nada». Nada con Alianza de
Civilizaciones.
Y si me inquieta lo que dice, más ese cuerpo que lo dice. En
esto sí tengo la solución. Sin diccionario. ¡Ya sé por qué
parece que ZP se deja la percha dentro cuando se pone la
chaqueta! Se vio perfectamente cuando se acercaba al Rey en la
escalinata de Marivent. La cabeza le llega media hora antes
que los hombros. Lleva la cabeza por delante, al galapaguesco
modo, y los hombros detrás, como concha de quelonio desde
donde le asomara la gaita. Lleva la cabeza hacia adelante como
si estuviera pegando el arreón final en la carrera de los 100
metros lisos. Se deja los hombros atrás. Lleva la cabeza como
en ariete, como si siempre fueran a hacerle la «foto finish».
Quizá son las prisas por querer meter la cabeza en la Historia
como Pacificador. En esas ansiosas prisas, se deja atrás lo
que haga falta: los hombros o España, le da lo mismo.
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