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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Manolo Vázquez: Con Sor Angela a ver los toros

La que se está perdiendo Pérez Lugín. La que se está perdiendo Blasco Ibáñez. Ni en «Currito de la Cruz» ni en «Sangre y arena», por inmensa y desbordada que fuese la capacidad fabuladora de los clásicos de la novela taurina, pudieron imaginar la escena. El viejo torero que en la tarde de agosto, rodeado de la cuadrilla de su mujer y sus hijos, se acerca a la barrera definitiva para devolver los trastos de vivir tras una lidia impecable y perfecta, y dice:

- Me voy con Sor Ángela de la Cruz a ver los toros.

Muerte en la tarde taurina tan literaria no pudo imaginarla nunca Hemingway. Sánchez del Arco, el olvidado y despreciado Manolito Sánchez del Arco, el que plantó en Madrid su seudónimo de «Giraldillo», quizá hubiera sido de los poquitos que acertaran a verlo. Hay tanta Sevilla en esas últimas palabras, son tan nuestras, que nosotros podemos comprenderlas, pero los de fuera no se enteran ni con traducción simultánea.

Los personajes lorquianos, cartón piedra, iban a Sevilla con una vara de mimbre a ver los toros. Los personajes verdaderos de la Andalucía jonda van a la Sevilla definitiva a ver los toros vestidos de nazarenos de San Bernardo. A su sitio de siempre. Si cada sevillano, en la plaza de la vida, tiene su sitio, ni más ni menos que el que le corresponde, en la plaza de la muerte debe de ser algo por el estilo. Cuando Juan Belmonte se pegó un tiro en Gómez Cardeña, llevaba en el bolsillo la localidad para irse a ver los toros con Sor Angela: era su papeleta de sitio como maniguetero del palio de la Virgen del Patrocinio. Cuando este nazareno de San Bernardo se ha ido a ver los toros con Sor Angela, llevaba en el bolsillo su abono de allí arriba. Yo se lo vi sacar una noche de Jueves Santo, en San Lorenzo, donde está la Contaduría de la Gloria, donde van los buenos sevillanos a pedirle un cielo, como si fuera un sol alto o una preferencia de sombra, al Divino Taquillero que no deja sin localidad a nadie que se la implora. Allí, en las horas que esperan tambores de Centuria, yo he visto partir hacia las murallas de la Macarena a la legacía de hermanos del Señor de Sevilla, para cumplir con el ceremonial de la venia, en la Concordia con la Hermandad de la Esperanza. Son cinco nazarenos negros de ruán que atraviesan el bullicio de terciopelo verde y plumas blancas de la calle San Luis y entran en la basílica. Uno de esos nazarenos del Señor solía ser éste que ahora está en la puerta de cuadrillas del Ayuntamiento, liado en su capote de la túnica de San Bernardo, dispuesto para el último paseíllo.

El año del centenario de la Concordia, este nazareno del Señor fue uno de los que formaron la representación del Gran Poder en la Cofradía de la Macarena. Ruán negro entre capirotes verdes. Dos Sevillas verdaderas, una única ciudad. Este nazareno del Señor es indolente como buen sevillano. Y como sus vestidos de torear, tiene golpes. Buenos golpes de gracia. Nunca olvidará la grandeza de sentirse heraldo y embajador de una Sevilla ante la otra, con cinturón de esparto en la Concordia macarena. Y como tiene golpes, nunca olvidará la gracia de su Sevilla. La que oyó de aquella muchacha, en la bulla del palio de la Madre de Dios: «Niña, ponte junto a estos nazarenos negros, que como son de silencio no te pegan pellizcos en el...»

Era un nazareno de Sevilla. Un señor torero de Sevilla, nazareno de un Señor que también echa su patalante, de poder a poder, con Gran Poder, para cargar con la Cruz de Sor Angela. Ese nazareno del Señor ya está con Sor Angela viendo los toros en el burladero de la Empresa del Gran Poder, al lado de los Ríos Mozo, del Potra y del Padre Leonardo. Si está también Sor Angela es porque Manolo Vázquez sabe que las mujeres ya pueden entrar al callejón.

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