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Por
allí jumea... Desde Ayamonte se veían las llamas del trágico
juego de las cuatro esquinas de los incendios forestales.
Ardían otra vez los pinos de Moguer. Como si le hubieran
metido fuego a un capítulo de «Platero y yo», a un poema de
Juan Ramón Jiménez. Si Juan Ramón volviera, reescribiría su
poema rociero. Ahora diría, en vez de las carretas: «Ya están
ahí las barbacoas,/lo ha dicho el pinar ardiendo».
No sé si el enésimo incendio forestal moguereño ha sido a
causa de las barbacoas, pero una como ésa costó once muertos
en Guadalajara. ¡Hay que ver la perra que hemos cogido con las
barbacoas! En Cádiz la barbacoa vuelve a escribir la letra de
«Los duros antiguos» cada noche de final del Trofeo: «Estaba
la playa igual que una feria...» ¿Para escarbar buscando la
plata de los duros antiguos? No, picha, para encender las
barbacoas y asar la plata de las caballas modernas. Y todavía
las caballas y las sardinas tienen un pase. Eso es lo clásico
de nuestras barbacoas, lo popular, el pescado. Manuel Ramírez
Fernández de Córdoba contó en ABC, y lo evoco ahora, la
triunfal llegada de Rafael Gordillo, niño de refugio y
polígono, a Madrid. Como pre-galáctico fichado por el Real
Madrid, Gordillo llegó a Madrid por todo lo alto. Se compró o
se alquiló un pedazo de chalé en La Moraleja. Y con toda la
familia, lo primero que hicieron fue plantificar una barbacoa
en el jardín y ponerse a asar sardinas. Atufaron de peste a
sardinas asás toda la elegancia pija de La Moraleja. Morajela:
Gordillo llevó la esencia del pueblo abarbacoado, la gloria
bendita de las sardinas asás, al paraíso exclusivo de los
ricos. Donde tendrían todo el dinero que tuviesen, pero no
sabían qué era una sardina asá.
Eso sí es nuestra cultura, la sardina asá, cuyo víctor
proclaman los chorritos de la calle Betis: «Sardinas Vivas,
¡Viva!» Lo que no es nada nuestra es la tejana o argentina
barbacoa de carne. De «cahne», como proclama en el anuncio del
asador de Utrera una de las más bellas, cultas y sonoras
hablas andaluzas: la de Antonio García Barbeito. La nuestra
era una cultura del pescado frito, no de la carne a la brasa.
La carne que tomábamos era el bisté, que era la peor y más
barata, pero cocinada con el máximo arte del vinito, el ajito
y la salsa con harina y con mucha imaginación. Pero, hijo,
hemos subido de nivel de vida y nos hemos subido a la parra de
la barbacoa. La gente se va a vivir a las adosadas del
Aljarafe precisamente para esto: para poner una barbacoa en la
birria de patinillo que les venden a precio de jardín. Para
presumir de barbacoa:
-A ver si mañana noche os venís con los niños y hacemos una
barbacoa. ¡Si vieras lo bien que le salen a Iván las
costillas!
El mago Leroy Merlín es el Mago Tranlarán que le ha traído a
los nuevos matrimonios de una Sevilla social y económicamente
emergente los Reyes Magos del adosado en el Aljarafe, con su
barbacoa en el presunto jardín. Barbacoa de «cahne», Barbeito,
nunca de pescado. Hemos cambiado el adobo por la chuleta o por
la costilla de Iván. Dice Iván que a la brasa, pero yo diría
que carbonizá, pasada de maracas de carbón de saco de
gasolinera. La mareíta de la noche en el Aljarafe se atufa con
la barbacoa del vecino, inmensa Moraleja sin Gordillo. Y sin
sardinas. Con mucho chuletón de Ávila, con mucha presa
ibérica, mucho secreto de Jabugo. Y lo peor de la barbacoa, la
itinerante, la portátil. Nada, ya nadie va de excursión con su
bistelito empanado y sus huevos duros. Que le den por saco al
tapergüer y a la fiambrera, que donde esté una buena barbacoa
para encenderla, aunque arda España, es donde está la
modernidad y el progreso. Pues nada, hijos, por mí como si
queréis inventar como indicador de la prosperidad económica
del buen rollito el índice de barbacoas por barba.
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