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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Del pescao frito a las barbacoas

Por allí jumea... Desde Ayamonte se veían las llamas del trágico juego de las cuatro esquinas de los incendios forestales. Ardían otra vez los pinos de Moguer. Como si le hubieran metido fuego a un capítulo de «Platero y yo», a un poema de Juan Ramón Jiménez. Si Juan Ramón volviera, reescribiría su poema rociero. Ahora diría, en vez de las carretas: «Ya están ahí las barbacoas,/lo ha dicho el pinar ardiendo».

No sé si el enésimo incendio forestal moguereño ha sido a causa de las barbacoas, pero una como ésa costó once muertos en Guadalajara. ¡Hay que ver la perra que hemos cogido con las barbacoas! En Cádiz la barbacoa vuelve a escribir la letra de «Los duros antiguos» cada noche de final del Trofeo: «Estaba la playa igual que una feria...» ¿Para escarbar buscando la plata de los duros antiguos? No, picha, para encender las barbacoas y asar la plata de las caballas modernas. Y todavía las caballas y las sardinas tienen un pase. Eso es lo clásico de nuestras barbacoas, lo popular, el pescado. Manuel Ramírez Fernández de Córdoba contó en ABC, y lo evoco ahora, la triunfal llegada de Rafael Gordillo, niño de refugio y polígono, a Madrid. Como pre-galáctico fichado por el Real Madrid, Gordillo llegó a Madrid por todo lo alto. Se compró o se alquiló un pedazo de chalé en La Moraleja. Y con toda la familia, lo primero que hicieron fue plantificar una barbacoa en el jardín y ponerse a asar sardinas. Atufaron de peste a sardinas asás toda la elegancia pija de La Moraleja. Morajela: Gordillo llevó la esencia del pueblo abarbacoado, la gloria bendita de las sardinas asás, al paraíso exclusivo de los ricos. Donde tendrían todo el dinero que tuviesen, pero no sabían qué era una sardina asá.

Eso sí es nuestra cultura, la sardina asá, cuyo víctor proclaman los chorritos de la calle Betis: «Sardinas Vivas, ¡Viva!» Lo que no es nada nuestra es la tejana o argentina barbacoa de carne. De «cahne», como proclama en el anuncio del asador de Utrera una de las más bellas, cultas y sonoras hablas andaluzas: la de Antonio García Barbeito. La nuestra era una cultura del pescado frito, no de la carne a la brasa. La carne que tomábamos era el bisté, que era la peor y más barata, pero cocinada con el máximo arte del vinito, el ajito y la salsa con harina y con mucha imaginación. Pero, hijo, hemos subido de nivel de vida y nos hemos subido a la parra de la barbacoa. La gente se va a vivir a las adosadas del Aljarafe precisamente para esto: para poner una barbacoa en la birria de patinillo que les venden a precio de jardín. Para presumir de barbacoa:

-A ver si mañana noche os venís con los niños y hacemos una barbacoa. ¡Si vieras lo bien que le salen a Iván las costillas!

El mago Leroy Merlín es el Mago Tranlarán que le ha traído a los nuevos matrimonios de una Sevilla social y económicamente emergente los Reyes Magos del adosado en el Aljarafe, con su barbacoa en el presunto jardín. Barbacoa de «cahne», Barbeito, nunca de pescado. Hemos cambiado el adobo por la chuleta o por la costilla de Iván. Dice Iván que a la brasa, pero yo diría que carbonizá, pasada de maracas de carbón de saco de gasolinera. La mareíta de la noche en el Aljarafe se atufa con la barbacoa del vecino, inmensa Moraleja sin Gordillo. Y sin sardinas. Con mucho chuletón de Ávila, con mucha presa ibérica, mucho secreto de Jabugo. Y lo peor de la barbacoa, la itinerante, la portátil. Nada, ya nadie va de excursión con su bistelito empanado y sus huevos duros. Que le den por saco al tapergüer y a la fiambrera, que donde esté una buena barbacoa para encenderla, aunque arda España, es donde está la modernidad y el progreso. Pues nada, hijos, por mí como si queréis inventar como indicador de la prosperidad económica del buen rollito el índice de barbacoas por barba.




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