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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El brindis del perjurio

HAY muchas formas de asaltar el Congreso de los Diputados para derribar la Constitución. A caballo, como Pavía, modalidad cuyo rigor histórico cargo en la cuenta de Alfonso Guerra, presidente por cierto de la Comisión Constitucional. Puede asaltarse a pie, con un tricornio y una pistola. Y puede asaltarse a distancia. Con el mando a distancia de los botones de voto del Parlamento Catalán. Como la Telepizza, existe el Telegolpe de Estado contra la Constitución. La telepizza la entrega un chaval con una motillo, que a la solterona que la recibe le parece siempre el guapo de los Gavilanes. El Telegolpe lo entregará el miércoles uno con la raya en medio y la camisa negra, en nombre de algo que no teníamos el gusto de conocer: la nación catalana. Y cuando entre por las puertas, de hecho gritará como el del tricornio: «¡Todos al suelo!». Pero en catalán. Y absolutamente todos al suelo. No sólo los diputados, sino usted, yo, el vecino, el perro del vecino, ¡guau!, la Extremadura de Ibarra, la Andalucía de Chaves, la banderita tú eres roja con la que Bono se envuelve en plan Marujita Díaz. Se sienten, coño.

En aquella ocasión, Suárez y Gutiérrez Mellado se quedaron en pie con toda dignidad, mientras había quien daba cien duros por un agujero. Parece que todos han encontrado ahora el agujero verbal y léxico donde esconderse para ir tirando y no perder ni el escaño, ni el banco azul, ni la piscina climatizada de su señora esposa ni la subvención a su empresa. Resumo: un tío con un bigote y una pistola o un tío con una camisa negra y una papela que llegan al Congreso y dicen «buenas, aquí estoy yo con esto y esto es lo que hay», aunque con fines distintos, quieren lo mismo: derribar la Constitución y el régimen. Tricornio o barretina, poco importa la prenda de cabeza.

Hemos asistido, una vez más, a la historia de un perjurio. La más reciente Historia de España está construida sobre perjurios. Gracias al posibilismo de un perjurio colectivo e institucional de la dictadura pudimos tener democracia sin sangre y sin ruptura. Ahora, otro perjurio colectivo se carga el sistema de libertades que nos dimos. Sí, son perjuros todos los que virtualmente han derribado la Constitución con el Estatut y Força en el Canut. Aunque fuese por imperativo legal, juraron o prometieron cumplir y hacer cumplir la Constitución a la que le han metido una estocada hasta la bola, tras saltársela a la torera. Si la hubieran querido cambiar, habrían usado sus propios procedimientos garantistas. No. Querían derribarla. Como el del tricornio, mas en nombre del pueblo catalán. Por eso brindaban con cava. Habían tomado Madrid sin moverse de Barcelona. En España, todos al suelo; ellos, copa en alto. Para celebrar un Estatuto y un perjurio. Solamente Piqué se acordó de que había jurado la Constitución y fue de abstemio de la borrachera colectiva de cava. En la que volveremos a las andadas: seremos españoles únicamente los que no podamos ser otra cosa; catalanes, vascos, gallegos... o araneses, ¡marchando otra de nación en el Valle de Arán!

Han conseguido con mucho cuidadito que España entera empiece a odiar un pueblo que nos caía simpático por trabajador y emprendedor, europeo y avanzado, a cuyo esplendor contribuyó por cierto el esfuerzo de muchos emigrantes andaluces, murcianos, extremeños. Qué mal tino han tenido a la hora del brindis del perjurio. Con los vinos tan buenos que hay en el Penedés o en el Priorato, eligieron cava. Podían haber brindado con el magnífico blanco de aguja del Penedés, que casi, casi tiene burbujitas. Pero no, ¡hala!, cava. La soga del boicot de Nochevieja en casa del ahorcado de San Sadurní de Noya. Qué manera más torpe, malvada y desleal de enturbiar la realidad catalana, el vaso de agua clara de Pemán. ¿Es que nadie para esto y dice hasta aquí hemos llegado? Espero que los que lo hicieron solemnemente se acuerden de su juramento de cumplir y hacer cumplir la Constitución.




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