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HAY
muchas formas de asaltar el Congreso de los Diputados para
derribar la Constitución. A caballo, como Pavía, modalidad
cuyo rigor histórico cargo en la cuenta de Alfonso Guerra,
presidente por cierto de la Comisión Constitucional. Puede
asaltarse a pie, con un tricornio y una pistola. Y puede
asaltarse a distancia. Con el mando a distancia de los
botones de voto del Parlamento Catalán. Como la Telepizza,
existe el Telegolpe de Estado contra la Constitución. La
telepizza la entrega un chaval con una motillo, que a la
solterona que la recibe le parece siempre el guapo de los
Gavilanes. El Telegolpe lo entregará el miércoles uno con la
raya en medio y la camisa negra, en nombre de algo que no
teníamos el gusto de conocer: la nación catalana. Y cuando
entre por las puertas, de hecho gritará como el del
tricornio: «¡Todos al suelo!». Pero en catalán. Y
absolutamente todos al suelo. No sólo los diputados, sino
usted, yo, el vecino, el perro del vecino, ¡guau!, la
Extremadura de Ibarra, la Andalucía de Chaves, la banderita
tú eres roja con la que Bono se envuelve en plan Marujita
Díaz. Se sienten, coño.
En aquella ocasión, Suárez y Gutiérrez Mellado se quedaron
en pie con toda dignidad, mientras había quien daba cien
duros por un agujero. Parece que todos han encontrado ahora
el agujero verbal y léxico donde esconderse para ir tirando
y no perder ni el escaño, ni el banco azul, ni la piscina
climatizada de su señora esposa ni la subvención a su
empresa. Resumo: un tío con un bigote y una pistola o un tío
con una camisa negra y una papela que llegan al Congreso y
dicen «buenas, aquí estoy yo con esto y esto es lo que hay»,
aunque con fines distintos, quieren lo mismo: derribar la
Constitución y el régimen. Tricornio o barretina, poco
importa la prenda de cabeza.
Hemos asistido, una vez más, a la historia de un perjurio.
La más reciente Historia de España está construida sobre
perjurios. Gracias al posibilismo de un perjurio colectivo e
institucional de la dictadura pudimos tener democracia sin
sangre y sin ruptura. Ahora, otro perjurio colectivo se
carga el sistema de libertades que nos dimos. Sí, son
perjuros todos los que virtualmente han derribado la
Constitución con el Estatut y Força en el Canut. Aunque
fuese por imperativo legal, juraron o prometieron cumplir y
hacer cumplir la Constitución a la que le han metido una
estocada hasta la bola, tras saltársela a la torera. Si la
hubieran querido cambiar, habrían usado sus propios
procedimientos garantistas. No. Querían derribarla. Como el
del tricornio, mas en nombre del pueblo catalán. Por eso
brindaban con cava. Habían tomado Madrid sin moverse de
Barcelona. En España, todos al suelo; ellos, copa en alto.
Para celebrar un Estatuto y un perjurio. Solamente Piqué se
acordó de que había jurado la Constitución y fue de abstemio
de la borrachera colectiva de cava. En la que volveremos a
las andadas: seremos españoles únicamente los que no podamos
ser otra cosa; catalanes, vascos, gallegos... o araneses,
¡marchando otra de nación en el Valle de Arán!
Han conseguido con mucho cuidadito que España entera empiece
a odiar un pueblo que nos caía simpático por trabajador y
emprendedor, europeo y avanzado, a cuyo esplendor contribuyó
por cierto el esfuerzo de muchos emigrantes andaluces,
murcianos, extremeños. Qué mal tino han tenido a la hora del
brindis del perjurio. Con los vinos tan buenos que hay en el
Penedés o en el Priorato, eligieron cava. Podían haber
brindado con el magnífico blanco de aguja del Penedés, que
casi, casi tiene burbujitas. Pero no, ¡hala!, cava. La soga
del boicot de Nochevieja en casa del ahorcado de San Sadurní
de Noya. Qué manera más torpe, malvada y desleal de
enturbiar la realidad catalana, el vaso de agua clara de
Pemán. ¿Es que nadie para esto y dice hasta aquí hemos
llegado? Espero que los que lo hicieron solemnemente se
acuerden de su juramento de cumplir y hacer cumplir la
Constitución.
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